El tenue límite de la «ética» en el Congreso, por Eduardo Herrera

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Diera la impresión, desde mi humilde visión como ciudadano peruano, que la ética en el Congreso de la República se mide dependiendo de las circunstancias. Diera la impresión que es una moneda que puede fluctuar como, por ejemplo, lo hace el dólar.

¿Cuándo una conducta es no ética? Si nos ceñimos a los instrumentos internos del propio Congreso, que, dicho sea de paso, nos habla de conceptos tan grandes como los de integridad, justicia, pues simplemente pocos árboles quedarían en pie. Me da la impresión.

El caso de Yesenia Ponce pinta, nuevamente, a la ética del Congreso y a su respectiva Comisión, como algo relativo. Ahora sí, antes no.

¿Cuál es el límite entonces? La luz de una cámara de televisión, la de un reportaje televisivo, parece indicar que, luego del domingo pasado, la conducta que antes se archivó (¿por ser ética?), ahora amerita “una exhaustiva investigación”. Lo más probable es que el asunto se desinfle, todos nos olvidaremos – como solemos hacerlo – de todos estos “escandaletes” y luego, una vez más, doña Yesenia quedará librada; no es solamente ella, por cierto. Hay muchos más.

¿Para qué sirve entonces esta Comisión de Ética? ¿cuál es su función? Pareciera, que es solamente un pretexto para decir: miren, la investigué y no encontré nada, y resultante de esto decir que el investigado pasa a tener un certificado de buena conducta, un certificado sin legitimidad ética, falso (como parece ser el documento que presentó la Congresista aludida).

La ética es un concepto, como lo mencioné, grande y potente. Nada tiene que ver con programas de televisión, certificados de notas o investigaciones adefesieras; tampoco es equivalente a un delito, es mucho más que eso. Puede ser inmaterial y a veces subjetiva, y es por eso que los padres de la patria deben ser eso, padres (y no precisamente en el sentido terrenal). Pobre país, visto así algunos preferiremos ser bastardos.

Me da la impresión que nunca quisieron cambiar, que sigue siendo el mismo bacanal donde el otorongo está prohibido de comerse a su hermano, en el que todos los comensales se limpian la boca con nuestra Carta Fundamental, que pasa a ser un objeto de impunidad escondida. Qué tristeza, que desgracia. El sentimiento ya no es solo impresión, existe.

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