Nada cambiará / con un aviso de curva / En sus caras veo el temor / Ya no hay fábulas / En la ciudad de la furia.
Qué apropiada puede llegar a ser la letra de Soda Stereo al describir la resaca post-electoral. Después de las campañas, los bailes y los debates, la sensación entre un número alto de electores parece ser que nada cambiará: continuará la inseguridad, el tráfico seguirá siendo un martirio y el desorden permanecerá. Los planes de gobierno, considerados por los electores como fábulas, pasaron y se fueron largamente inadvertidos. En algunos distritos, la caras de temor eran evidentes. En otros, lo era la furia.
Ganó Luis Castañeda, y en ese sentido esta campaña fue en muchos sentidos la crónica de una elección anunciada: 49.0% de los votos frente al 19.4% de Enrique Cornejo y 11.1% de Susana Villarán (al 45% del conteo de la ONPE). El resto de candidatos quedaron relegados con resultados por debajo de 10%. La victoria del “Mudo” confirmó su fortaleza a nivel municipal, especialmente en los sectores más populares, mientras que Cornejo se convirtió en el “outsider” de la campaña, saltando del cuarto al segundo lugar en el espacio de una semana (lo que sugiere que los debates entre candidatos deberían tener lugar varias semanas antes de efectuarse la votación).
Esto, sin embargo, no evitó que el día de ayer la blogósfera, tuitósfera y demás esferas de opiniólogos se lamentaran largamente por la decisión del electorado. Ya en las últimas semanas se discutió largamente el uso de la frase “roba pero hace obra” (la cual, dicho sea de paso, fue utilizada asolapada y vergonzosamente por Diario16 para hacer proselitismo por Susana Villarán en el mismo día de la votación, lo cual está prohibido por la ley). Destacan en ese sentido, dos columnas que son interesantes, y no de manera positiva.
La primera, por Claudia Cisneros en La República, acuña un término ingenioso: el “elegicidio”. Dice la columnista: “Dejar de exigir mejores políticos, abandonar el derecho de exigir mejores gobernantes y conformarse con lo degradante solo porque hará vías, escaleras, grandes y pequeñas obras, rebaja el estándar exigible a quien detenta autoridad porque se la prestamos.” La referencia a las escaleras es un golpecito discreto a Luis Castañeda, famoso por haber promovido estas obras durante su gestión como alcalde entre 2002 y 2010. Aunque concuerdo que es importante que como sociedad exijamos mejores líderes y propuestas programáticas más serias, creo que el comentario denota nuestro limitado entendimiento del elector popular. Basta con preguntarle a las madres de familia que viven en las laderas de los cerros de Lima qué tan importante son esas escaleras: ellas dirán que son esenciales y han tenido un efecto significativo sobre su calidad de vida.
El segunda artículo, por Jorge Frisancho en La Mula, es más audaz: “Creo que (la victoria de Castañeda) expresa, además de esas cosas, el poder que sus negativos tienen sobre la imaginación política y social de un amplio sector de electorado. En otras palabras: al votar por Castañeda, de quien se saben todas esas cosas, los limeños estarán votando a favor de la corrupción, la opacidad en la gestión pública, la criollada, la mala administración de los fondos colectivos, la jugada sucia, la improvisación y el efectismo. No a pesar de ellos. A favor.” En otras palabras, para el columnista, una de cada dos personas en Lima valoran la corrupción y ven la misma como una cualidad. ¿Cuál es la evidencia para tremenda afirmación? ¿Alguna encuesta o estudio? Quién sabe.
Ambas columnas nos llevan a la derrota de Susana Villarán, de lejos el aspecto más interesante de los resultados, no tanto porque deja la alcaldía a fines de este año sino porque cedió el segundo lugar que ostentó durante la mayor parte de la campaña. Tanto Cisneros como Frisancho reflejan dos problemas de la actual gestión capitalina: la suerte de dialéctica comprendida en honestidad-corrupción, y el limitado entendimiento de las necesidades inmediatas de la población, que motiva la indignación cuando los sectores populares optan por la realización de algunas obras denostadas como menores frente a la oferta de reforma. El planteamiento de la actual burgomaestre fue polarizante desde el inicio, planteándose como la antítesis de Castañeda desde un inicio. Y esta caracterización, valgan verdades, no es infundada: Castañeda es el candidato del cemento, el de las grandes obras sin una visión que necesariamente las articule. Nadie, ni siquiera sus mayores admiradores, son capaces de describir cuál es la ciudad que él quiere construir a futuro. Villarán, en cambio, es puramente conceptualista: en los últimos cuatro años, hemos sido testigos de bastante retórica y planteamientos que, sobre el papel, eran interesantes pero que no fueron sido traducidos a la práctica de manera efectiva.
Nuevamente, y como pasó a lo largo de su gestión, en teoría su estrategia electoral planteaba un enfrentamiento interesante, pero la aplicación fue torpe e ineficaz. Sólo que esta vez los perjudicados no fuimos los limeños sino su propio futuro político.
Finalmente, aunque en Lima la suerte ya está echada, en los gobiernos regionales el suspenso continúa ante la expectativa de que varias elecciones pasen a segunda vuelta. Sin embargo, vale destacar algunos casos, sobre los cuales valdrá la pena ahondar conforme se conozcan resultados finales: Santos ganó en Cajamarca, lo cual mantiene a Marco Arana y a él como potenciales “presidenciables” para 2016; Waldo Ríos parte como favorito en la segunda vuelta de Áncash, lo cual sugiere que el manejo de esta región continuará siendo una fuente de problemas; César Acuña aplastó a la competencia en La Libertad, consolidando su proyecto político con la esperanza de llegar a tentar la presidencia; los candidatos radicales en Puno y Moquegua, contra lo que se esperaba, no las traerían todas consigo.
¿Es 2014 un presagio de 2016? Difícil decirlo. Algunos actores importantes, como PPK y Alan García, se mantuvieron relativamente al margen de la campaña, el humalismo no presentó candidatos y el fujimorismo ha tenido resultados mixtos. Además, un año y medio es una eternidad en la política peruana.
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