El pasado 2 de agosto se cumplieron 35 años de la muerte de Víctor Raúl Haya de la Torre. Cuando era pequeño, mi padre me llevaba todos los 22 de febrero a los mítines que en la Av. Alfonso Ugarte hacía el Partido Aprista Peruano, frente a su local partidario. Recuerdo que la multitud de gente era impresionante. Se armaba un gran estrado ante el cual desfilaban grupos de jóvenes, delegaciones de trabajadores y partidarios de diversas zonas del Perú, mientras una banda tocaba marchas. Hasta ahí la cosa era más o menos entretenida. Mi padre me cargaba para poder ver algo. Luego venían los discursos. Dichos discursos lo hacían connotados políticos, entre los cuales estaban Ramiro Prialé, Carlos Enrique Melgar, Enrique Chirinos Soto, Andrés Townsend, Armando Villanueva y Javier Valle Riestra. Todos hablaban de cosas que obviamente yo no entendía, pues era un niño de entre ocho y diez años. El mitin iba “in crescendo”, hasta que le tocaba hablar a Luis Alberto Sánchez. Allí la cosa comenzaba a tomar otro matiz, pues manifestaba una oratoria sublime el gran literato, su vocabulario y estilo eran el de un maestro. La gente se iba concentrando y escuchando con atención. Pero el culmen del mitin llegaba cuando al final, hacía uso de la palabra Víctor Raúl Haya de la Torre. Sus discursos eran de antología. Ese nombre lo he escuchado tanto en mi casa, especialmente a mi padre y a mis abuelos, prácticamente desde que nací. ¿Quién era este hombre del que mi padre hablaba con gran respeto y admiración?
Mi padre me contaba que desde muy pequeño su madre, esto es mi abuela Gloria Martínez de la Torre, en los años treinta, hacía tertulias en su casa del Pasaje Larrabiure, cerca de la Plaza Dos de Mayo, en el centro de Lima, a la cual asistían políticos y pensadores connotados de la época, entre ellos Haya de la Torre –pariente cercano de mi abuela- Manuel Cox, el “cachorro” Seoane y Magda Portal. Aún poseo fotografías en donde aparece mi padre pequeño, de 8 años de edad, en medio de estas reuniones al lado de Haya, Cox y Seoane entre otros. Mi padre me hablaba de la clase intelectual de Haya, su cultura, oratoria y, muy especialmente, de su humildad. A mi padre Haya lo llamaba su “ahijado”, considerándose su “padrino y compañero”. Haya le contaba a mi padre de sus primeros años en Trujillo y primeras luchas. Su viaje por Europa, su famoso discurso en el Aula Magna de la Universidad de Oxford; su amistad con Albert Einstein o con Romain Rolland y con tantos connotados personajes. Así mismo, me narraba como Haya fundó el Apra en México en 1924 y luego el PAP en 1930, la terrible época de Sánchez Cerro y la lucha contra Odría. Mi padre me contaba que cuando era muchacho, distribuía “La Tribuna”, boletín elaborado por el partido, por lo que tenía que dormir con la ventana de su habitación abierta, por si llegaba la policía de Odría, salir huyendo por las azoteas. Una vez participó en una marcha de protesta por La Colmena, hasta que Alberto Franco –padre de Rodrigo Franco- cogió la bandera peruana y dirigió a la masa a Palacio de Gobierno. Quien diría que Alberto Franco muchos años después se convertiría en mi suegro. En esos momentos salió la caballería de la policía que a sablazo limpio deshizo la marcha. Mi padre se salvó por un pelo de no caer degollado por el sable de un jinete. Así eran esos años de violencia y protesta.
Mi padre me contó con qué humildad tomó Haya el fraude de 1962, cuando le arrebataron el triunfo en las elecciones presidenciales y todos querían protestar. Pidió que dejaran así las cosas pues “así era la política peruana”. Pese a postular en varias oportunidades a la presidencia, nunca tuvo cargo político alguno. Al final de su vida obtiene la presidencia de la Asamblea Constituyente en 1978, con una votación abrumadora, elaborándose una de las mejores constituciones que ha tenido el Perú, promulgada en 1979. La categoría de constituyentes que participaron en dicha constituyente –y de todas las tendencias políticas- así lo demuestra. Haya anciano, fallece un 2 de agosto de 1979, dejándonos una estupenda Carta Magna. Murió pobre y sencillo, en su casa de Villa Mercedes, en Ate-Vitarte, dejándonos una gran obra intelectual y su pensamiento, que hasta la fecha sigue siendo materia de estudio y análisis, sorprendiendo por su profundidad, visión y conocimiento del Perú. Ante la crisis de la clase política actual, se impone el ejemplo de Haya. Vayan estas palabras en homenaje a un gran peruano, a veces no comprendido, pero que sigue y seguirá dando que hablar, permaneciendo en la memoria de los peruanos que verdaderamente aman al Perú.