¿Alguna vez ha observado lo siguiente en una organización?: Brillantes profesionales, muy distintos los unos de los otros, grupos con una riqueza invaluable en tamaña diversidad de talentos… y que sin embargo: no terminaban de complementarse y trabajar coordinadamente. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Desde el rol de consultor he podido observar algunos ambientes laborales llenos de sarcarmo y cinismo, en los cuales de manera sintomática, unos y otros, se alegraban de los males de sus compañeros y se entristecían de los éxitos de los mismos, además de resaltar constantemente los defectos de aquellos e invertir ingentes cantidades de tiempo en alabar las cualidades y contribuciones propias.
El diagnóstico revela la presencia de 2 enfermedades motivacionales: envidia y soberbia. Sus consecuencias son funestas para una organización:
La soberbia impide valorar el talento de los demás y dinamita la integración eficiente del mismo en el flujo del trabajo. La envidia evita que se generen complementariedades y obstaculiza el desarrollo de dinámicas virtuosas que podrían beneficiar la gestión de las organizaciones.
Se pierden oportunidades para generar sinergias y tener una mayor cobertura de las diferentes posiciones de la “cancha” organizacional.
Se requieren líderes ambiciosos y con grandeza de espíritu (humildes y generosos) que sumen las diferencias a favor de la organización. Para ello requieren: valorar las fortalezas de sus compañeros y reconocer las propias debilidades (y no únicamente las propias fortalezas) a fin de diseñar estratégicamente el trabajo grupal, y cumplir como un equipo los objetivos planteados, logrando cumplir exitosamente el propósito organizacional y optimización de los KPIs vinculados a: mejora del clima y compromiso laboral productividad, ventas, reducción de costes, tiempos, satisfacción y fidelización de clientes…
Recuerde siempre que humanizar las culturas organizaciones e incrementar la productividad del modelo organizacional son 2 caras de una misma moneda.