Leí con interés la reciente columna aparecida en La Mula firmada por Ginno P. Melgar, donde se lamentaba de que Perú, siendo presuntamente un “Estado laico” organizara, a través de INABIF, bautizos y primeras comuniones. El autor se hacía eco además de la reciente propuesta crítica de Ricardo Morán, donde deploraba que se enseñase a los niños la religión de sus padres, antes de que estos pudieran escoger si querían o no practicar alguna. Es decir, está en contra de un derecho fundamental de los padres, reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos (n. 26 & 3).
Debo confesar dos cosas: no puedo “negar la cruz de mi parroquia”. En realidad me da gusto que se realicen estas actividades y estoy seguro de que la mayoría de los peruanos piensan como yo, aunque soy consciente, no pocos piensan diferente. En segundo lugar me pareció a primera vista muy pertinente su queja, justificable y comprensible desde su punto de vista laico, quizá ateo, agnóstico o por lo menos irreligioso. Y por eso mismo me desafió a reflexionar.
La primera pregunta es obvia, ¿es realmente el Perú un estado laico? La segunda es su consecuencia, ¿qué significa realmente un estado laico? ¿Existe un único modo de ser estado laico?, ¿cuántas formas posibles hay de ser estado laico?
La primera sorpresa que me llevé, al repasar la Constitución peruana vigente, es que si uno pone en el buscador la palabra “laico” esta no aparece, ¿curioso, no? ¿De dónde habremos sacado lo del “Estado Laico”, que no aparece en la Carta Magna del país? En cambio encontré otras referencias interesantes en tan importante documento: en su artículo 14 otorga carta de legitimidad a la educación religiosa: “La educación religiosa se imparte con respeto a la libertad de las conciencias”; mientras que en el artículo 50 menciona a la Iglesia Católica, sin que ese reconocimiento excluya a las demás denominaciones religiosas: “el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica , cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración”. Lo cual no solo refleja simple y llanamente la realidad, sino que es de justicia.
De arranque el marcador es: 1 para la religiosidad, 0 para la laicidad. La pregunta obligada es ¿por qué? Creo que se trata de un asunto de identidad, es decir, de abrir los ojos a la realidad y reconocer lo que somos actualmente así como lo que hemos sido. La costumbre crea derecho, y la Iglesia ha estado presente tanto en la educación, como en la atención de los orfanatos y hospitales mucho antes de que existiera el estado peruano. Cuando éste nació se encontró con que ella ya estaba allí, y no precisamente estorbándole, sino aliviándole de una misión que si no realizara, le competería al estado hacerlo.
El autor se lamenta de que una importante partida del presupuesto público se dedique a la Iglesia; sería comprensible si uno imaginase que va a servir para que el obispo se compre un auto último modelo. La realidad es diversa: gran parte de ese presupuesto lo dedica la Iglesia a labores que el Estado le ha tercerizado, una de ellas (de la que tengo conocimiento directo), es la atención de un orfanato en Cuzco, el cual, atendido por una institución de la Iglesia iba a cerrar por falta de recursos, siendo el estado quien estableció un convenio para que siguiera funcionando, pues en caso contrario, tendría que asumir esa carga por entero, cuando las religiosas lo hacían ya muy bien.
Ese ejemplo permite dar un paso más. ¿Qué es la laicidad? ¿Se trata de una oposición antagónica, dialéctica?, ¿no será mejor el reconocimiento de la existencia de una distinción, que supone un ámbito de autonomía, pero también un espacio de legítima cooperación? Así lo entiende, por ejemplo, Sarkozy, quien fuera no hace mucho presidente de Francia, la cuna de la laicidad por excelencia.
Queda la cuestión de ¿por qué bautizar y dar la primera comunión a unos niños que están bajo la custodia del estado? En el fondo por el mismo motivo, aunque le pese a Ricardo Morán, que lo hacen los padres. A los niños se les da lo mejor que uno tiene y no se les pregunta. Ya crecerán y desarrollarán su sentido crítico; pero de entrada es derecho y deber de los padres decidir por ellos, y ello no violenta su libertad sino la encauza. Dejar baldío el ámbito de la espiritualidad es lesivo para la naturaleza humana, porque nos guste o no, tenemos espíritu. Es preciso ofrecer una respuesta; si en determinado momento esta no satisface, se cambia, pero algo tiene que haber allí. En ausencia de los padres, el estado asume dicho papel.
Muy bien, pero, ¿por qué católica? Pues por el contexto en que vivimos. Les guste o no a los laicistas, ateos y demás librepensadores, la realidad es que la historia y la cultura del Perú van de la mano de la Iglesia Católica. De ahí esas costumbres que él y muchos detestan, pero que están allí mucho antes de que ellos naciesen: Te Deum, obispos castrenses, capellanes de hospitales y orfelinatos, etc. Además tenemos un concordato con La Santa Sede, que por estar a nivel del tratado internacional viene a refrendar esas costumbres, que por su uso y vigencia tienen ya carta de derecho. Resumiendo: el Perú tiene una forma particular que le es propia, de vivir el Estado laico, la cual es acorde a su historia, cultura e identidad, que lo diferencia de otros estados laicos como pueden ser Francia, México o Turquía.
Foto: Tawi.pe