Hacia un nuevo paradigma económico mundial, por Andrés Sánchez

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En los últimos 2 años, hemos sido testigos de un hecho que sin duda quedará plasmado en los libros de historia económica, puesto que en el año 2014 China, que ya había superado a EE.UU como el primer exportador, superó nuevamente a este último para convertirse  en la primera potencia económica mundial en términos de producto bruto interno en paridad de poder adquisitivo (PPA). Este no ha sido un suceso menor, ya que representa el primer gran cambio en la cúspide económica mundial desde que EE.UU superó al Imperio Británico como la principal potencia económica en 1872, y si bien el PBI de EE.UU en términos nominales sigue siendo superior al de China, diversas proyecciones estiman que esta tendencia difícilmente se revertirá y que muy probablemente China superará también en términos nominales a EE.UU a mediados de la próxima década. Sin embargo, es importante resaltar que  relación al PBI per cápita (PPA), las cifras de EE.UU (US$ 55,000) son y seguirán siendo muy superiores a las de China (US$ 14,000).

Las proyecciones señaladas líneas arriba también vaticinan un ascendente protagonismo de la India, la sexta economía del mundo y la tercera en términos de PPA, que superará a China como el país más poblado del mundo en los próximos años, aumentando significativamente su capacidad e influencia económica. Pero no solo China e India crecerán de forma exponencial , otras economías emergentes de varias regiones también lo harán e incrementarán su capacidad de influencia, especialmente en los países del sur los cuales ya ejercen la función de acreedores financieros alternativos a occidente. Asimismo, las naciones emergentes, impulsadas por su boyante y creciente población, optarán por cambiar progresivamente sus modelos de exportación de materias primas y mano de obra barata a un modelo de desarrollo económico cimentado en la innovación, la industria, y la exportación de bienes y servicios con un alto valor agregado. Todo esto en desmedro de las potencias económicas tradicionales, debido a que el comercio sur-sur o entre naciones emergentes aumentará, reduciendo su extrema dependencia de los mercados de las potencias tradicionales. Si bien estas tendencias se irán consolidando paulatinamente, no se puede ignorar que a dichas naciones emergentes aun les quedan retos muy grandes para alcanzar un crecimiento inclusivo y sostenible, así como los estándares de bienestar y los niveles de desarrollo social e institucional que hoy en día gozan las naciones desarrolladas.

En contraste con las tendencias alentadoras para las economías emergentes, el panorama para las potencias económicas del antiguo orden como Europa y Japón no es muy optimista. Al bajo crecimiento económico, la disminución de las inversiones y la inestabilidad financiera, se suman una serie de factores que pueden complicar aún más la situación y dificultar una pronta recuperación o resurgimiento de dichas economías. Estos factores son: el debilitamiento de la demanda y descenso del consumo, la ralentización del crecimiento de la productividad, el envejecimiento de la población y un alto nivel de endeudamiento. De estos factores es importante resaltar el envejecimiento de la población y los cambios que ésta traerá a la estructura demográfica de estos países donde la generación de los “baby boomers” (los nacidos entre 1946 y 1964, un porcentaje bastante considerable de la población) está cercana a jubilarse. Esto probablemente ocasione una crisis del Estado de bienestar, puesto que se incrementará aún más la carga presupuestaria de los gobiernos para pagar las pensiones correspondientes mientras que la base de la población activa (que contribuye significativamente con el fisco) irá disminuyendo, dado que la mayoría de estas naciones tienen tasas de fertilidad por debajo de los 2,1 hijos/mujer, cifra considerada como la tasa mínima para una adecuada sustitución y estabilidad de la población. Esto llevará a una situación de estancamiento secular que presionará a los gobiernos a buscar nuevos ingresos y hacer reformas estructurales.

Una de las pocas excepciones dentro de este panorama será, nada más y nada menos, que EE.UU, que a pesar de que también enfrentará varios de los retos presentados anteriormente, tiene una mayor capacidad para amortiguarlos y un potencial de crecimiento debido a que goza de una estructura demográfica más joven (en gran parte gracias a los constantes flujos de inmigrantes); un mercado mucho más grande y resiliente, una elevada capacidad de innovación y se beneficiará de la revolución energética que supone el boom del “Fracking” para la extracción de gas y petróleo de esquisto dentro de su territorio.

En definitiva, es evidente que se está dando una transición de los polos económicos hacia los mercados emergentes, y si bien las proyecciones pueden no ser del todo acertadas, dado que siempre hay espacio para la incertidumbre, todo parece indicar que la riqueza mundial dejará de ser un privilegio o monopolio de las potencias económicas occidentales en la próxima década, dando lugar a un nuevo paradigma económico mundial.

*Fuente Estadísticas: FMI , OCDE

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