Hace poco me invitaron a intervenir como profesor en el curso de ética para el ascenso de jueces y fiscales en la Academia de la Magistratura. Debo de confesar que esta invitación me sorprendió demasiado. No soy filósofo ni por asomo y ni siquiera puedo comprender aún bien algunas teorías densas de esa rama fundamental del saber. Pese a ello acepté el reto.
Cuando vi el sílabo empecé a ver la diferencia. No se trataba de un curso teórico como el que muchos hemos padecido en nuestras universidades (por eso es que quizá “de inicio” la ética nos causa resistencia). El solo diseño, con tendencia a la reflexión (práctica), me hizo entusiasmarme y tener más convicción de mi intervención.
Pero lo realmente bueno vino ya en el mismo desarrollo del curso. Encontré una cara distinta de la Justicia. Ya no la soberbia típica del magistrado que se piensa encima de la ley y conocedor de todo (como, dicho sea de paso, me sucedió a mí como simple abogado raso). Por ejemplo, conocí un juez que reconoció actuar como machista y que tenía la genuina intención de cambio; el solo hecho de reconocerlo ya era un esperanzador inicio. También conocí a una fiscal que se quebró cuando nos contaba que no tenía recursos para cumplir su función y que, por lo tanto, tenía que poner “de la suya” para lograr justicia debido a que el sistema sigue sin responder. Muchas emociones, muchas reflexiones, rostros humanos y no tanto jueces, fiscales o abogados; menos títulos, más personas.
Esa es la parte de la justicia que no conocemos, la que simplemente la juzgamos en vía de generalización. Pero toda regla tiene su excepción y en este caso, para esperanza de todos, había varias excepciones.
En algún momento me contaron sus temores frente al cambio. Había desazón porque – pensaban- que no les harían caso si reclaman. Pensaban no ser lo suficientemente gravitantes para derrumbar un “monstruo grande que pisa fuerte”. Cuántas veces se han emprendido reformas, cuántas declaratorias de emergencias nos comieron las fuerzas, cuántos gobiernos pasan y la justicia sigue siendo una lágrima; hasta que uno mira a estas personas de carne y hueso que reflexionan y plantean sus expectativas genuinas, que echan todo su esfuerzo para que la máquina funciona sin aceitada. Y es verdad, aún son pocos, pero tengo la clara impresión que podrían existir muchos más; muchos que, por varias razones, no se animan a salir. Es crucial entonces formar una masa crítica y listo le volteamos la cara al monstruo.
Yo hui del sistema con mi retiro, pero me prometí a mí mismo hacer algo desde fuera. Ellos aún se quedaron y están resistiendo. En sumas y restas podemos inclinar la balanza de la justicia para llevarla a lo que realmente debe de ser (un servicio predictible y transparente). Aunque la frase suene a cliché terminé la clase agradeciéndoles a todos ellos por mostrarme humanidad, por presentar vulnerabilidad y porque, finalmente, quién aprendió más, fui claramente yo.
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