El viernes pasado nuestro país celebró, por una vez más, el aniversario de su independencia. Como es costumbre, el presidente se apersonó en el congreso para rendir cuentas al país por medio de su mensaje a la nación. Actualmente, el grueso de peruanos observa este mensaje como un mero trámite con poca relevancia en sus vidas cotidianas, probablemente debido a la primavera democrática y al constante desarrollo económico que el Perú ha vivido desde el último cambio de siglo. Así pues, no debe sorprendernos que al peruano promedio de hoy en día le sea ajena la variopinta gama de emociones que el mensaje presidencial solía evocar en el pasado.
El ejemplo por excelencia de lo señalado se dio hace exactamente treinta años, cuando Alan García propuso al parlamento -precisamente mediante su mensaje a la nación- la “estatización y nacionalización de la banca”. El entonces joven mandatario daba de esta manera la estocada final a nuestra ya maltrecha economía y, en especial, al sector privado, que llevaba soportando sistemáticos ataques desde que veinte años atrás el dictador Velasco instaurase un modelo de estado interventor mediante su “revolución socialista, libertaria y participatoria”.
Que el APRA y García no simpatizaban con el capitalismo era bien sabido. Sin embargo, nadie en ese entonces esperaba tal medida, dado que tres años antes -y mientras aún era candidato- el propio García había prometido frente al CADE que no nacionalizaría banco alguno.
Se esbozan muchas teorías respecto a las razones que lo llevaron a tal cambio de postura. Se especula por ejemplo que el ex presidente -quien en ese entonces contaba aún con una gran aprobación de su mandato- lo hacía con el fin de asegurar el respaldo de la población ante el ya inminente desplome económico: para ese entonces García ya había comenzado con las emisiones inorgánicas de dinero que derivarían en la bien conocida superinflación de los ochenta, además de haber reducido ya el pago de nuestra deuda externa a tan solo el 10% de nuestras exportaciones, lo que le valdría la enemistad de la comunidad financiera internacional.
Lo cierto es que la irresponsable política económica de García había sumido entonces al Perú en una auténtica bomba de tiempo. La nocividad de su heterodoxia económica casi ya no es puesta en discusión entre los académicos más serios de nuestro país. No obstante, hay algo al respecto que suele pasar desapercibido: el hecho de que los efectos de dicha política económica rebasaban el ámbito meramente económico y trascendían a lo político e institucional.
La excesiva concentración de poder económico en manos del gobierno -cuya expresión non plus ultra se encontraba en la nacionalización de la banca- contenía el germen perfecto para el totalitarismo en nuestro país. Por medio de los créditos, el estado extendería sus tentáculos a casi cualquier actividad económica desarrollada en territorio peruano, incluidos los medios de comunicación. De esta manera -como bien recuerda Mario Vargas Llosa en El pez en el agua– incluso la libertad de expresión se encontraría finalmente comprometida.
Así entonces, García llevaría al extremo un modelo económico que para aquel entonces se encontraba ya en vías de extinción por todo el mundo. Su precipitada propuesta sería rápidamente aprobada por nuestra Cámara de Diputados, aunque finalmente terminaría primando la prudencia con el freno que el Senado le pondría al neutralizarla. Años más tarde esta sensatez quedaría cristalizada en el apartado económico de nuestra actual constitución, la misma que privilegia la propiedad privada y restringe la actividad estatal a un campo subsidiario.
La lección era simple: un país que hostiga a su sector privado de esa manera no solo está condenado al colapso económico, sino también democrático, pues quien controla la total asignación de los recursos con los que contamos para realizar nuestros fines individuales, termina haciendo injerencia -a la postre- en estos fines mismos. Y como bien nos lo refleja la actual situación venezolana, de ahí al totalitarismo y a la tiranía no media más que medio paso.
Sin embargo pareciese que nunca terminamos de comprender esto y es por eso que, de cuando en cuando, recobran influencia las propuestas populistas y estatistas. Ya lo vivimos el 2006 con el discurso de Ollanta Humala, el mismo que sería finalmente enfrentado y derrotado por el propio Alan García, en una paradójica experiencia que solo los azares de la política peruana pueden ofrecer.
Lucidez no necesariamente comparte las opiniones presentadas por sus columnistas, sin embargo respeta y defiende su derecho a presentarlas.