Quien no ha sido de izquierda en su juventud no tiene corazón, y quién no es de derecha en su madurez no tiene cerebro. Ése es un viejo adagio que los mayores le repiten a los más jóvenes cuando éstos pasan por la etapa en la que se protesta por todo: por la Ley Pulpín, por la “repartija”, por la televisión basura, por el vuelo del mosquito, etc.
Muchas de estas causas merecen ese compromiso, por cierto (cómo se protesta es otra historia). Pero la idea detrás de la frase es que para ser un viejo de izquierda hay que ser muy tonto. Al fin y al cabo, ejemplos de personas que con los años pasaron del lado zurdo al diestro van desde Mario Vargas Llosa, entre los más auténticos, hasta Alan García, entre los más cosméticos. Y ni qué decir del presidente y la primera dama.
Esta noción de que ser de izquierda es un error tonto, desasido de la realidad, es una gran mentira en muchas partes, pero no en el Perú. Aquí la izquierda, aunque no es la única responsable, es la principal protagonista de las crisis peruanas del siglo XX.
Aunque aquí todo el mundo es de izquierda cuando las elecciones llegan (¡hasta PPK!), la verdadera izquierda, caviares más o social demócratas menos, es la que conserva el olor rancio de los tiempos de Velasco. Es la izquierda del Frente Amplio, de Tierra y Libertad, de aquel vergonzoso, innecesario y esperpéntico pronunciamiento a favor de la dictadura en Venezuela hace un año.
Jason Day, Claudia Cisneros y Luis Davelouis no son de izquierda, no al menos en el sentido auténtico del término. Son personas con convicciones: correctas o incorrectas (más lo segundo que lo primero), pero reales y aceptables. A veces se exceden, a veces pecan de extremistas y moralistas, pero tampoco caen en la hipocresía de felicitar a los extractivistas autoritarios en Ecuador y Bolivia.
Marco Arana, Hugo Blanco y Sinesio López son otro lote: ellos racionalizan el fracaso por más de veinte años de sus ideas económicas, utilizan la referencia a “poderes fácticos” como una suerte de Deus ex machina y son incapaces de reconocer que en Venezuela hay una dictadura, que en Cuba gobiernan un par de hermanitos sátrapas y que en Ecuador el régimen acosa a la prensa. Esos son los mismos que, aunque efectivamente sí deslindaron con el terrorismo, lo hicieron de manera tibia y tardía.
Esa izquierda está maldita. Y cualquier persona que genuinamente quiera contribuir al país debe alejarse de ella como quien se corre de la peste.
Lo que se necesita es que la izquierda se actualice, que no asuma que el capital es enemigo del obrero, que reconozca que el principal deber del Estado es velar por el respeto de la ley en vez de hacerla de empresario. Una izquierda, a fin de cuentas, que abandone su teoría del conflicto en la que todo desarrollo político, económico y social es un intento de un grupo por explotar al otro. Sinesio López dice que lo que queremos en la derecha es una izquierda a nuestra medida, pero se equivoca: sólo queremos una que no esté a la suya.
No es que la “maldita izquierda” no sirva para nada. Esa es una monserga que repiten Aldo Mariátegui y otros pocos, tal vez porque todavía no se enteran que la televisión a color ya fue inventada y que no todo es blanco o negro. La izquierda es necesaria en este país, tal como lo es necesaria en cualquier otro.
El único lugar en el que la izquierda es innecesaria es en una dictadura de derecha.
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Andrés Alvarez-Calderón responde a una columna de nuestro editor de Política y señala que, pese a ser tabú en algunos círculos, ser de izquierda está de moda.
Posted by Lucidez on Sábado, 20 de junio de 2015
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