Julio Guzmán y el adiós a Liliput, por Gonzalo Ramírez de la Torre

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Con la osadía con la que un globo de helio tienta los cielos, Julio Guzmán ha logrado –aparentemente, según la última encuesta de GFK– colocarse a la cola de Keiko Fujimori. Esta última, por su parte, mantiene un imperturbable porcentaje y mira con desdén aventajado a quienes la escoltan y lucharán sangrientamente por acompañarla a la segunda vuelta. También están, parados en la puerta de la sección ‘otros’, Alan García y Lourdes Flores, cuyo entente cordial ha pasado, de parecer una aventura alentadora a asemejarse, más bien, a una caminata hacia el destierro.

Sin embargo, lo que resaltan los diarios y lo que resulta verdaderamente sorprendente, es el alza de Guzmán. Al que alguna vez bautizaron, incluso con conatos de burla, como el ‘outsider’, hoy lo parece más que nunca. Su campaña en las redes y fuera de ellas ha llegado a donde buscaban que llegue y drenando a Pedro Pablo Kuczynski  de algunos de sus adherentes, siendo el candidato de Todos por el Perú –para algunos– una versión bisoña de PPK, hoy ha despegado y ha pasado a codearse con los dinosaurios que dice estar cazando.

Pero Julio Guzmán, si bien ha crecido y ha dejado de parecerse a los que alguna vez fueron sus pares en Liliput, no parece haber ganado peso. El alza de Guzmán ha coincidido con el aumento de sus contradicciones y si bien es loable cómo ha logrado venderse como un producto fresco y puro, su propuesta se mantiene blandengue, nutrida de generalidades, cargada de lugares comunes y –aunque le duela en el alma– muy similar a las que plantean sus adversarios del parque jurásico. Su éxito, como sucede mucho en nuestro país, no se debe al fondo político del candidato, sino a la exacerbación de su figura. Repítale varias veces al elector peruano que usted es honesto, pulcro y distinto a los demás –especialmente si nadie lo conoce– y a la larga le terminarán creyendo y votando por usted.

Y eso es lo que está sucediendo con Julio Guzmán. Si bien el candidato ha mostrado, con lamentable elocuencia, que no está al tanto de su propio plan de gobierno, contradiciéndolo a la hora de tratar el tema de la consulta previa y de qué institución debería tener bajo su cargo la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), esto no parece incomodar al votante porque en el imaginario de este todo es perdonable ante la supuesta asepsia política de quien se traba en su propia lengua.

Incluso la inefable entrevista para un medio judío en Estados Unidos, donde parece querer tomar el rol de representante de Israel en el Perú y donde se refiere a la comunidad islámica peruana como un ‘riesgo’, no hace pestañar a la creciente ola de ‘juliobelievers’ que lo idolatran sin vacilación. Esto se explica pues Guzmán parece tener el problema de querer quedar bien con todos sus interlocutores, lo que explica que, ante el rabino, incluso haya sugerido una futura conversión al judaísmo. Pero, increíblemente, esta ligereza discursiva le importa poco o nada a los electores que hoy lo han lanzado al estrellato.

La desidia que lleva a Julio Guzmán a los alrededores de la cúspide electoral es la misma que hará que los plagios en la tesis doctoral de César Acuña no mengüen su espacio en las preferencias. Sin embargo, por cautela, habrá que esperar los resultados de las encuestas de la próxima quincena para poder saborear cómo se alinean quienes buscan liderarnos.

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