El electorado de Julio Guzmán, el candidato de Todos por el Perú que cuenta con un 5% en la última encuesta de Ipsos, es muy peculiar. Basta con lanzar una crítica a su candidato para ver, principalmente en las redes sociales, apasionadas y uniformes reacciones que parecen más de indignación contra una impronunciable blasfemia, que una verdadero y razonado argumento político. Y tiene sentido, Guzmán no apela a un público con abstracción política, sino a todo lo contrario. Quienes lo apoyan no se suscriben a ideas o conceptos políticos sino a digeribles clichés explotados hasta el hastío por un –comprobadamente eficiente– equipo de marqueteros.
Guzmán es un mesías del agnosticismo político. Su campaña gira alrededor de cosechar el precepto universal de que todos los políticos son malos, concepto que él ha sabido graficar con su tediosa y repetitiva referencia paleontológica. Los políticos tradicionales son, para él, dinosaurios. Con esto en mente sus seguidores, cajas de resonancia de su líder, apelan a absolutos a la hora de atacar: Si no estás con Julio, estás con los dinosaurios. Y el concepto implica, en la línea guzmaniana, una serie de características: cómplice de la ‘mafia’, retrógrado, culpable del estado actual del país, etc. El ‘juliobeliever’ no conoce matices de gris y se cree amparado por una ventaja moral.
Pero el fanatismo se nota –y ahí entra mi antojadiza analogía con los talibanes– pues la fe por el candidato es tal y la cruzada contra los llamados ‘dinosaurios’ ha calado tanto, que existe una innegable ceguera en los seguidores del candidato morado, que no notan que su propio líder tiene, también, características reptilianas. Por ejemplo, Todos Por el Perú no presentó su reporte financiero, como estaba programado, el 7 de enero. Aunque esto no necesariamente significa que el candidato oculta algo sombrío, sí demuestra cierta desidia hacia lo que se ha postulado como una regla de juego electoral y en un escenario político donde la improvisación y los malos manejos son comunes, esto termina por confundir a Guzmán con el montón.
Por otro lado está el tema partidario. La agrupación que acoge a Guzmán no es nueva, el partido –que hoy, gracias a su candidato, goza de más oxígeno del que ha tenido en toda su vida– ha tenido presencia política desde el 2001 cuando hizo una alianza con Unidad Nacional. Y son justamente las alianzas las que le permitieron sobrevivir por casi dieciséis años. En el 2006 lo hizo con Frente de Centro y en el 2011 con Solidaridad Nacional. Este último, vale recordar, tiene como líder al alcalde de Lima, Luis Castañeda (habría que asumir que Guzmán no considera al actual burgomaestre un dinosaurio pues se notaría una grosera contradicción).
No obstante, el problema no solo está en la vejez del partido, sino en la juventud del movimiento de Guzmán. La rapidez con la que ha elegido lanzarse a la presidencia, en vez de cauta y coherentemente trabajar por unos cuantos años una organización política sólida con siquiera una ideología, sugiere que, como se ha visto tantas veces en nuestro país, este es un simple caparazón, un vehículo descartable al poder y nada más. Para notar el descuido organizacional de Guzmán, basta con ver cómo olvidó el último domingo, en una ronda de preguntas, postulados de su propio plan de gobierno.
Pero lo más curioso del culto al ‘outsider’ es que, en principio, no se debe a nada ¿En qué cree Julio Guzmán? Cuando alguna vez le pregunté si era de derecha o de izquierda él respondió que creía ‘en el sentido común’. Más adelante, en una entrevista al diario La República, ante la misma pregunta respondió que él era un ‘reformista’. Tanto el espíritu reformista come el sentido común, sin embargo, no son postulados ideológicos, de hecho ambos conceptos pueden tener sentido para un derechista, un izquierdista, un sacerdote o un talibán. Lo que le da sentido a estas dos cosas es, aunque Guzmán se esmere en evadir la pregunta, una ideología y no otra cosa.
La ausencia de un claro norte debería, por lo menos para un público racional, traducirse más que en un seguimiento fanático, en un conjunto de preguntas que exijan que el candidato deje en claro qué es lo que piensa. Aunque, para este columnista, si se toman en cuenta, por ejemplo, puntos como los laureles que le lanza a la intervencionista Ley Universitaria (hasta el punto de incluir al señor Mora en su movimiento), o su propuesta de obligar a que haya una cuota de jóvenes entre los asesores del Estado –cuando el único factor que debería definir el acceso a un puesto de trabajo deberían ser las competencias de quien lo busca–, este candidato parece comandar con la zurda.
Pero Guzmán, un ‘producto’ político de fábrica, parece saber explotar su sección del mercado. Sus adeptos son fanáticos y su discurso es pegajoso (meloso). No nos sorprendamos si en el transcurso de las semanas, nos da más sorpresas.