La corrupción en el Reino de Nuestro Mundo, por Adrian Bazo Cannock
Hay semanas, como estas, las cuáles me agobian más que otras, donde pierdo la brújula sobre quién o qué escribir. Qué historia me interesa más que otras. Creo que es porque, al igual que a muchos, asusta el panorama político del país. La incertidumbre en el gobierno y las peleas de jardín de niños, “porque me dijo”, “porque no me dijo”. Estas son causa suficiente para causar temor en cualquiera que entiende que, la importancia de la labor legislativa no está en los “dimes y diretes”, sino en la mejora del país. Así que, en ese agobio decidí sacar un libro que terminó por responder, tal vez, la inquietud que tengo frente a las ganas de saber porque gana la necesidad de riqueza por sobre la posibilidad de ayuda mutua. Este libro es uno de mis favoritos, “El Reino de este Mundo” de Alejo Carpentier. En él, Alejo logra, en sus últimas, aproximadamente 11 líneas, resumir la necesidad humana de querer lograr trascender. En ellas dice lo siguiente:
“Era un cuerpo de carne transcurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.”
Sin embargo, en el Reino de este Mundo – me refiero al nuestro – el hombre que forja nuestras tierras a olvidado la capacidad de amar en medio de las plagas, ha olvidado el sacrificio, el reposo y el deleite. Pues me niego a aceptar que la grandeza se pueda hallar en estrechar manos con la Corrupción, y más aún, en decir que lo volverías a hacer por tu ciudad. Nuestra ciudad no ha pedido sobrecostos en peajes ni tampoco obras públicas que padezcan al poco tiempo. No ha pedido el abuso de nuestros impuestos, ni el olvido de nuestros líderes. Ha pedido, tal vez, desde sus inicios, un gobierno que exista para todos por igual. ¿Será esa una meta alcanzable? ¿Será, aunque sea, una utopía hacia la cual decidamos caminar? ¿O será el sueño de un niño que se rompe el crecer?
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