“No hay tal cosa como la sociedad. Hay hombres y mujeres y hay familias”. La frase fue pronunciada por Margaret Thatcher allá por los años 80. Pareciera, sin perjuicio de ensalzar el individualismo, que aquella frase encierra una contradicción en la negación de un colectivo (sociedad) y la afirmación de otro (familia).
Hace muy pocos días viene circulando en redes un artículo bajo el mismo título que este, dando cuenta acerca de las múltiples normalizaciones de la corrupción en la cotidianidad. Y claro, es que resulta muy difícil dejar de lado el concepto legalista (asociado a la “coima”) para saber y tomar conciencia que el fenómeno está más presente en todos nuestros días a contraposición de lo que lo queremos aceptar: la corrupción no es solo empresarial y política. No, la corrupción es el pan de cada día.
Lo simpático del artículo es, nuevamente, el recurso a buscar el colectivo. Aquel que señalaba la Thatcher. Aquel colectivo que hace imposible la individualización y luego, atribución y reconocimiento de responsabilidad (no culpa en el concepto legalista). Hablamos así de “el proveedor”, de “el profesor”, de “el gerente”, etcétera, buscando la sombra de los múltiples roles que ejercemos en nuestras vidas.
Además del escondite, la práctica del juzgamiento moral poco ayuda en la real intención de buscar eliminar la corrupción. Resulta prácticamente imposible negarse al concepto que está detrás: la lucha contra la corrupción (no es casualidad que muchos políticos la usen hoy como bandera). Lo realmente trascendente es empezar por uno mismo y para ello es crucial mirarse al espejo de manera honesta.
En ese sentido, le invito que haga -a suerte de ejercicio diario- una pequeña introspección en los actos propios. Búsquese en el mar de roles que tiene e identifique de qué manera ha cometido o no una conducta corrupta (olvídese si pago un soborno; de eso no se trata solamente). Luego compárela con el listado del artículo en mención y listo. Ahí verá que, es más común, de lo que creemos. Repita este ejercicio una y otra vez hasta “quebrar” el hábito eliminando la conducta indeseable. Yo lo vengo haciendo todos los días y me da resultados.
La Thatcher tenía razón. Solo existen mujeres, hombres y familias; los demás son pretextos para escondernos cuando hablamos de corrupción. Hay hombres y mujeres que fallan, cometen errores, se caen y retornan a levantarse. Hay personas que se inventan excusas o argumentos para intentar convencerse que actúan bien y para -efectivamente- decir la “corrupción no soy yo”. Hay gente que tira barro y señala a otros en superioridad moral. Hay de aquellos que resisten mirarse de frente, tal vez por temor. Sostengo, finalmente, que existimos seres con capacidad para enmendar la ruta, para probar que la humanidad aprende de sus errores; que todos tenemos el derecho a la reinvención y al cambio. Me sucedió a mí, le puede pasar a cualquiera.
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