Tengo un proyectil en mi cajón. Era de mi abuelo, un militar y se parece mucho a la mitad de un lapicero Parker. He estado pensando en estos días en que un perturbado destruyó la vida de 49 seres humanos con decenas de proyectiles como el que tengo guardado. Para quienes jamás hemos sostenido una pistola y no estamos familiarizados con las armas y balas, resulta algo asombroso que un trozo de plomo disparado sea capaz de desvanecer una vida, de arrancar a alguien de una familia, de traer dolor y destrucción. Todo en un instante.
La masacre en Orlando remeció al mundo. Pero también ha sido groseramente utilizada para promover una agenda ideológica. Para separar a las personas en bandos de amor y de odio. Para predicar una tolerancia que no se practica. Para sugerir que cualquiera que no comulgue con los postulados del activismo gay piensa y siente como el despiadado terrorista que desató la matanza. Los guardianes de lo políticamente correcto han salido a cazar a quienes no comparten sus ideas, a combatir el odio, odiando a los que no aceptan sus dogmas progresistas.
No necesito estar de acuerdo o en desacuerdo con el matrimonio gay para horrorizarme por 49 seres humanos asesinados en una fiesta. No necesito creer en 2 o en 54 géneros distintos para entender que una persona homosexual tiene padres, hermanos y amigos, como yo los tengo. No necesito ser cristiano o ateo para saber que cada vida es única, digna y valiosa. No es cuestión de creencias políticas o religiosas. Es cuestión de humanidad, de decencia y un poco de sensibilidad. Lo que el mundo necesita para ser mejor son valores auténticos, no doctrinas modernas y carentes de lógica.
Pienso que los medios de comunicación han hecho muy mal su trabajo. Se han enfocado obsesivamente en la orientación sexual de las víctimas. Han puesto bajo la lupa cualquier manifestación de odio, dándole tribuna a trolls de las redes sociales y a pseudo líderes religiosos que deberían estar internados en un hospital psiquiátrico antes que protagonizando noticias triviales. Periodistas y políticos que simpatizan con la causa gay han tomado además esta tragedia para validar sus propias opiniones y atacar a quienes no se suscriben a ellas.
La homofobia, por supuesto, existe. Los ejemplos más terribles los tenemos en Medio Oriente, donde homosexuales son aventados como basura de los techos de edificios por militantes del ISIS. Sin embargo, esta palabra, «homofobia», no solo implica una dramática realidad sino también, tristemente, una mercancía en manos de activistas gays cuyo interés supremo no son las vidas o la dignidad de sus compañeros, sino la política y el adoctrinamiento. «Homofobia» es muchas veces una excusa para atacar y odiar al que piensa distinto. Para imponer ideas y pasar por encima de conciencias.
Un tema relevante que se dejó de lado y ha tenido muy poca resonancia es este: ¿por qué se pueden conseguir armas con tanta facilidad en EE.UU.? Más allá de la homofobia del atacante Mateen, lo que resultó nefasto aquí fue que un fusil cayera en sus manos. ¿Cómo lo logró? ¿Cómo evitar que algo así ocurra? ¿Se deberían endurecer de una vez las leyes de tenencia de armas? ¿No se ha derramado ya mucha sangre con tiroteos en ese país?
Me recuerdo a mí mismo que esta es, ante todo, una tragedia humana. Que no se trata, en última instancia, de ideologías, países o banderas, ni siquiera la colorida bandera gay. Se trata de 49 hijos, hermanos, amigos, primos, vecinos, de personas que uno jamás esperaría ver desaparecidas de la noche a la mañana. Y estoy seguro además que el Dios en el que creo tendrá ahora solo amor y misericordia para ellos.