Aún recuerdo cuando publiqué mi primer artículo en la prensa escrita, hace ya casi veinticinco años. Fue un artículo en homenaje a un querido profesor y amigo de la Facultad de Letras. Me lo publicó la página editorial del diario El Comercio. Uno siente una especial alegría al ver su artículo publicado y que lo pueda leer la gente. Finalmente, como bien dice Gabo García Márquez: uno escribe para que lo lean. De otra manera, ¿qué sentido tiene? El asunto fue que siempre me gustó escribir, por lo que seguí enviando periódicamente artículos al mencionado medio para su publicación. Lo mejor de todo fue que me los publicaban para mi sorpresa, pues yo era un simple mortal desconocido al que nadie tenía porqué darle bola, pero me la daban. Al parecer mis artículos gustaban. Todo iba viento en popa hasta que envié un artículo de opinión sobre algún tema político del momento y cuando se publicó, este apareció “editado”, esto es, recortado. “Razones de espacio” me dijeron. Bueno, pase por esta vez. Al siguiente artículo sobre otro tema político de actualidad en donde criticaba al gobierno de turno, el artículo fue nuevamente “editado” en las partes mas directas o fuertes. Nuevamente me respondieron que por “razones de espacio”. Luego, cuando publicaba sobre otros temas no polémicos, anecdóticos o familiares, no había problemas. Pero si se tocaban temas en donde la crítica y la ironía abundaban -pues siempre me ha gustado ser irónico, pues se es más efectivo en la crítica- el artículo era “editado” o simplemente no se publicaba. Pasó varias veces. Bueno, ¿Y como es eso de la libertad de expresión y todo eso? ¿Puro bla bla bla?
Dejé por obvias razones de publicar en ese medio y muchos otros periodistas dejaron de hacerlo por los mismos motivos: recortes o “ediciones” descaradas sin consultar siquiera por un mínimo de consideración al autor, o simplemente el artículo no se publicaba y punto. ¿De quién dependía ello? Pues obviamente del propietario o director del medio de prensa que correspondiere. Durante estos años he seguido escribiendo y publicando en diversos medios y siempre a la larga solía encontrarme con el mismo problema: que según lo que escribieses y cómo lo hicieses, se publicaba o no tu artículo. Así de simple y claro. Hoy en día, en la era del internet, muchos escribimos en periódicos digitales que, dicho sea de paso, son los que mas se leen por obvias razones.
Hoy 1 de octubre celebramos el día del periodista. Pero ¿Qué cosa estamos celebrando en realidad? ¿Homenajeamos a ese periodista que como hoy se dice, “mermelero”, que vende su pluma y su talento -si es que lo tiene- al mejor postor o medio como un vulgar mercenario? ¿O estamos homenajeando a ese periodista valiente que enfrenta críticas, amenazas, miedos y mil contratiempos- con tal de dar a conocer la verdad a la sociedad? Pues estamos homenajeando al verdadero periodista, esto es, a ese periodista que busca, ama e informa la verdad ya que, señores, ¡Esa es la razón de ser de todo buen periodista! ¡Informar la verdad! Y no callarla o manipularla o desinformarla o simplemente no informar.
¿Qué está sucediendo hoy con nuestro periodismo y medios de comunicación? Pues que se ha perdido el verdadero sentido de la información periodística. Hoy se aprecian unos “efectos desinformativos” con unas tremendas consecuencias negativas para el periodismo y para nuestra sociedad. Esta clase de “información” o desinformación, termina por otorgarnos una visión parcial, equivocada o superficial de la realidad. Todo ello produce una acumulación de hechos sin sentido, redundantes, homogéneos, trivializados y fragmentarios que, finalmente, confunden y desinforman al público. Se tiene pues una visión artificial, esto es, falsa de la realidad y eso señores no es verdadero periodismo.
Peor aun cuando se afecta el honor y la honra de las personas. Hoy la difamación es algo común en los medios. Todo se banaliza, se vulgariza y se relativiza. Hoy los condicionantes mandan en la “información”, originando lo contrario, toda una gama de “desinformaciones” que no solo afectan a la verdad sino como ya lo señalara, a la honra de las personas. No se puede informar de algo presidiendo la “noticia” de términos como: “al parecer”, “se dice que”, “me han contado”, “se ha escuchado”, “se comenta”, “todo indica que”, etc. Y lamentablemente, esto es un hecho casi a diario en el periodismo peruano.
Definitivamente se aprecia hoy la ausencia de una ética aplicada, amparándose en un malentendido “respeto” de las libertades de expresión y de prensa. Hoy se imponen las simples conjeturas, posibles indicios, chismes, pero nada en concreto. Si bien la libertad de expresión u opinión constituye un derecho fundamental, ello no es pretexto para que un mal periodista se escude en dicho derecho para insultar, calumniar o difamar. Por ello, la ética no puede estar en un segundo plano o desaparecer, ya que tarde o temprano se hará extrañar su falta y la desinformación caerá por su propio peso, como sucede hoy en el Perú. La ética periodística es una necesidad urgente.
En conclusión, un periodista se debe a la verdad. Pero si los intereses de ciertos políticos y empresarios se imponen, el periodista termina convertido en un mercenario que sirve cual lacayo asalariado a determinados intereses, al que se sacrifica innumerables veces la verdad y el rigor intelectual necesario, abriendo las puertas a toda una serie de desinformaciones y manipulaciones interesadas. Esto es lo que lamentablemente venimos observando día a día en el Perú. Queremos un periodismo serio y ético, con la verdad como meta. Vayan estas líneas en homenaje a todos aquellos periodistas que buscan, enfrentan e informan la verdad, pese a las amenazas, críticas, miedos y contratiempos, y no olviden que buscar, amar e informar la verdad… ¡es la razón de ser de todo buen periodista!
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