La transfobia en el Perú, el pan de cada día: el caso de FuegoTV, por Henry Llanos
«Lo que la comunidad transgénero en el Perú pide es la aceptación legal y social de su identidad, cosa que es vedada aquí por la transfobia imperante.»
No importa si es un medio de derecha o de izquierda, la transfobia es el pan de cada día en Lima y provincias. No voy a extenderme sobre el vía crucis que sufre una persona transgénero en un país con muchas taras estructurales como el Perú, país que ha sido capturado por los lobbys religioso-conservadores. La lucha diaria por sobrevivir, sin duda, puede ser narrada mejor por una activista trans. Muchas de ellas tienen carreras terminadas y no pueden ejercerla, otras son expulsadas muy jóvenes de sus casas viéndose forzadas a dedicarse a la prostitución, otras son violadas y no encuentran justicia en el Perú (como el caso «Azul» donde recién la Corte Interamericana le hizo justicia luego de más de una década de lucha), entre otras experiencias negativas. Esta terrible situación se ve agravada si la persona transgénero pertenece a un ambiente de bajos recursos.
Es importante mencionar que no solo las personas trans de sectores sociales bajos están en peligro de muerte. Hace poco un joven transgénero llamado Rodrigo Ventocilla, de nacionalidad peruana y estudiante de la prestigiosa Universidad de Harvard, perdió la vida en Indonesia. Todo porque a la policía de ese país se le prendieron las alertas al ver que el género (sexo) de su documento de identificación no coincidía con lo que para ellos eran rasgos observables en Rodrigo; lo detuvieron, sufrió abuso y falleció como consecuencia de las acciones discriminatorias de la policía. Mientras tanto, las autoridades peruanas que debían velar por su seguridad, en este caso el cónsul designado en Indonesia, no hicieron nada por él. Es aquí donde la transfobia de dos países, Perú e Indonesia, se conjugan para dar este trágico desenlace, cortando los sueños y la vida de un joven peruano. Y es que lo que la comunidad transgénero en el Perú pide es la aceptación legal y social de su identidad, cosa que es vedada aquí por la transfobia imperante.
Yendo al asunto en cuestión, hace poco me llegó la denuncia que hizo la activista Ariana Llerena que dirige el programa «Entremesa» en un canal de señal abierta llamado «FuegoTV.pe». A Llerena le impidieron entrevistar en su programa a Leyla Agusta, fundadora de la casa trans «Féminas-Perú». El autor de este impedimento es el gerente general de ese medio de comunicación, el transfóbico Roger Quispe Villafuerte, quien dijo que no iba a permitir que un “hombre vestido de mujer” entrara en horario familiar, que el canal es PRO FAMILIA, que sus hijos veían el canal y por ende, no iba a permitir que observen tal cosa.

Para empeorar la situación, el canal se atrevió a sacar un comunicado donde visibiliza más su línea transfóbica y donde, ni siquiera, tienen la decencia de moderar los comentarios de odio que se vierten allí contra la comunidad trans.

¿Qué hay detrás de la Transfobia y la Homofobia del lobby y el movimiento internacional conservador «pro-vida» y «pro-familia»?
En pocas palabras, lo que este movimiento mundial, que mueve millones de dólares, quiere impedir es la normalización de costumbres ajenas a su tradicional cosmovisión. No desean un mundo diverso, en el que las distintas formas de ser puedan convivir pacíficamente como sucede en los muchísimos países de la región donde estos avances ya se han dado. Lo que desean es un mundo «unicolor», donde quien se aparte de la «regla» -que sus ascendientes han impuesto desde décadas pasadas- tenga una vida difícil, de sufrimiento continuo, sin derechos completos y sea rechazado socialmente. Muchos de ellos estarían muy contentos si se ilegalizaran estas «desviaciones» de su norma impuesta. De esta manera, el colectivo expresa este sentimiento de odio y aversión hacia lo diferente, y lo esparce en la religión monoteísta del entorno, un entorno en el que la mayoría de formas religiosas son variaciones del cristianismo.
Los más «académicos» de este retrógrado e intolerante grupo intentan racionalizar -el sobredicho sentimiento de aversión- en una biología híper-básica e ideologizada. Triste papel para las generaciones futuras, cuando sean vistos como vemos ahora a los que se opusieron a la extensión de los derechos a las mujeres, a los afrodescendientes o se opusieron al divorcio.
Lo que quieren, a fin de cuentas, es la desaparición de los LGBTI o, al menos, -de no poder desaparecerlos- la invisibilización de estos. Que vivan siempre con la vergüenza de ser lo que son, que se arrepientan y se conviertan en dóciles creyentes célibes. Y si se les ocurre intentar vivir felices como realmente son, que se atengan a las consecuencias. Esto es lo que realmente buscan. Luego, se atreven a decir que luchan por la «dignidad humana».
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