Las Batallas de mi Infancia

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La batalla venía durando ya tres días y no tenía cuando terminar. Los ejércitos se disparaban y masacraban sin piedad. Algunos batallones lucían diezmados. La artillería de cada uno de los ejércitos no cesaba de disparar. El olor a pólvora lo penetraba todo y era insoportable. El aire era simplemente irrespirable. Los hombres lucían muy cansados, casi al borde del agotamiento. Los heridos gemían si cesar. Sin nadie saber cómo, y cuando ya la situación era desesperante, los ejércitos dejaron de hacer fuego. ¿Una tregua? Quién sabe. Muchos aprovecharon para tomar un poco de agua, renovar municiones y hasta de hacer sus necesidades, si se podía. A los pocos minutos, se reinició el fuego de artillería. El ruido fue nuevamente ensordecedor y había que cubrirse de las balas que caían por doquier. Fue en el preciso momento en que los ejércitos se prepararon para, una vez más, lanzarse sobre el enemigo en una lucha encarnizada cuerpo a cuerpo, cuando intempestivamente entró mi madre a la habitación y de un par de gritos detuvo la batalla… mi padre, mis hermanos y yo nos quedamos paralizados mirándola. “¿Hasta cuándo va a durar esta batalla? ¡Ya van tres días que no se puede limpiar la habitación y esto apesta a pólvora y a todo!” –exclamó muy fastidiada y molesta. ¿Qué estaba pasando?

Pues simplemente que con mis hermanos y mi padre estábamos escenificando una gran batalla con cientos de soldaditos de plástico o de plomo, caballería, tanques y artillería que mi padre siempre nos traía de sus interminables viajes de trabajo o de placer con mi madre. Me explico. Desde que tengo uso de razón, cada vez que mi padre viajaba al extranjero, nos traía a mis hermanos y a mí, soldados de juguete, pero no cualquier soldado. Eran soldados finos, de colección, de las mejores marcas a nivel mundial y de distintas épocas. Cada soldadito podía costar, el equivalente a hoy en día, unos S/.100 nuevos soles cuando menos. Lo mejor del caso y lo más gracioso era que mi padre también se compraba soldados para él. Con el paso de los años fuimos armando una colección digna de presentación. En Europa especialmente y en muchas partes de Estados Unidos, existen grandes coleccionistas de soldados los cuales los exhiben o juegan escenificando grandes batallas.

Los primeros soldados que me regaló mi padre fueron de la edad media (arqueros, caballeros armados, etc.). Una vez mi padre se compró para él en Londres, una colección de caballeros cruzados, tanto de infantería como de caballería. Así fuimos engrosando nuestra colección de soldados de la edad antigua y media: soldados griegos, macedonios, romanos, persas, etc. En otro viaje a Inglaterra nos trajo “casacas azules” de la guerra de la independencia de Estados Unidos. Lo mejor fue que mi padre se compró “casacas rojas” por lo que pronto comenzamos a escenificar batallas enteras. Otro día a mi abuela María se le ocurrió coserme saquitos rellenos de tierra a fin de construir trincheras para las batallas. Poco a poco, cada fin de semana, especialmente los sábados en las tardes, jugábamos grandes batallas con los soldados de la colección, con trincheras, ciudades, etc. Por lo general luchábamos mis hermanos y yo contra mi padre. ¿Qué cómo morían o sobrevivían los soldaditos? Pues muy sencillo. Con dados. Efectivamente, las luchas cuerpo a cuerpo las resolvíamos con dados. Por un par de turnos, si uno sacaba número par ganaba y si obtenía número impar, moría. Luego cambiábamos y si el otro obtenía par ganaba y así sucesivamente. La suerte lo decidía todo, cosa que hacía las batallas más emocionantes.

Un buen día mi padre decidió que nos faltaba artillería de verdad, pues hasta ese momento, habíamos comprado unas réplicas de cañones de la primera y segunda guerra mundial que disparábamos con clavos. Esos cañones los vendía la Casa Oeschle de Miraflores, importados de Inglaterra. “Oeschle” estaba ubicada en la avenida Larco, al lado de “Monterrey” y vendía unos juguetes importados de primera. Entre estos estaban soldados marca “Britains” de plástico o de plomo, muy finos, importados de Inglaterra. Cuando mi padre no viajaba, íbamos a Oeschle con nuestras propinas y nos comprábamos poco a poco todos los soldados que podíamos, así como en una tienda en Miraflores que quedaba en una transversal de la avenida Petit Thouars que también los importaban. Eran carísimos. Así fuimos completando nuestra colección con batallones enteros de soldados de la guerra de secesión americana, legionarios franceses, soldados modernos americanos, ingleses o alemanes de la II guerra mundial, árabes, mejicanos, etc. Sin embargo, como repito, nos faltaba artillería de verdad. Fue así como un día mi padre regresó de Buenos Aires con un cañoncito, tipo pirata, de metal para cada uno. Estos cañoncitos disparaban balas de plástico pero disparando con mechas de pólvora de verdad que había que prender con fósforos, lo cual hacía que la bala saliera con gran ruido y a gran velocidad “matando” gran cantidad de soldados. Estos cañoncitos son marca “Goliat” y aún se venden en Buenos Aires. De allí que todas nuestras batallas en adelante utilizáramos esta artillería “de verdad”, disparándonos tremendos cañonazos a quema ropa a fin de ganar nuestras batallas, con la pestilencia a pólvora y a fósforos prendidos que ello generaba.

Mientras jugábamos las batallas, mi padre que era un amante de la historia, nos contaba episodios de batallas famosas y diversos hechos históricos que despertaban nuestra imaginación. Adicionalmente a veces mientras jugábamos con los dados y los soldados, se ponía a silbarnos o a cantarnos marchas de guerra alemanas o francesas como la famosa “Lily Marlein” o españolas con el “Cara al Sol”, dependiendo del tipo de batalla que jugáramos. Cuando un soldado destacaba en batalla o sobrevivía, era condecorado con la Cruz Victoria o con la Cruz de Hierro, dependiendo del ejército, pintándole un puntito en el pecho con colores especiales para figuras de modelismo. Verdaderamente sin darnos cuenta, asistíamos a verdaderas clases de historia universal. Una vez mi padre regresó de Francia y nos trajo soldados franceses y mi padre se compró unos soldados alemanes muy finos de la I guerra mundial, todos con sus cascos con la famosa punta en lo alto del casco. Pero lo mejor de todo fue que nos trajo tanques de guerra. Unos tanques muy finos de metal grandes, con orugas y torreta móvil finísimos de la II guerra mundial. A mí me tocó un tanque francés y a mis hermanos tanques rusos. Mi padre, como no podía ser de otra manera, se compró un hermoso tanque Panzer alemán y así escenificamos la batalla de “El Alamein. Mi padre era el mariscal Rommel y yo el mariscal Montgomery. Como jugábamos con los dados y en base a esa regla “morían” los soldados, no faltaron casos en que los dados decidían y cambiaban la historia, como cuando Rommel –esto es, mi padre- ganó la batalla de El Alamein u otro día escenificando la batalla de Waterloo, Napoleón acabó ganándole la batalla al Duque de Wellington. En fin, ¡Cosas de los dados! No faltó alguna vez en que los dados y la suerte originaban una gran masacre entre las filas de mis ejércitos o en los de mis hermanos e inclusive en los ejércitos de mí padre, causando que literalmente nos “picáramos” y cada uno se largara, en silencio y sin hablarnos, con sus respectivos ejércitos. ¡Llantos no faltaron en alguna ocasión! ¡Gajes de la guerra! Debo agregar que adicionalmente, mi padre también mantenía su colección de soldados de cuando él era un niño por lo que tenía soldados de pasta y otros de plomo puro sin pintar, aplanados, muy antiguos. Así mismo, debo indicar que de vez en cuando escenificábamos verdaderos combates navales, con nuestros soldados tripulando barcos de madera construidos por nosotros y en donde los barcos se agarraban a cañonazo limpio, por lo que las balas y la pólvora era lo normal, hasta que un abordaje con lucha cuerpo a cuerpo hasta que uno arriaba la bandera y terminaba el combate. Los cohetecillos de navidad eran muy útiles en estos combates, disparados prendidos desde los cañones. Alguna vez inclusive escenificamos batallas en la “selva” estilo guerra de Vietnam, entre las plantas del jardín de mi casa, con soldados camuflados ad-hoc y con trampas explosivas de verdad. En fin, ¡Así eran nuestras batallas!

Con el tiempo y con los años, las batallas empezaron a durar días y hasta semanas, pues cada uno combatía con cientos de soldados y las batallas tomaban su tiempo. De allí que mi madre entrara en shock cuando se encontraba con toda una habitación atravesada de trincheras, ciudades, batallones de soldados, caballería y tanques ubicados frente a frente y que no se podía tocar nada, ni para limpiar algo la habitación, hasta el siguiente sábado en que “continuaba” la batalla. Eran los tiempos en que los niños y jóvenes tenían y desarrollaban su imaginación y se jugaba con soldados, carritos, trompos, carrospatines, legos, etc. Nuestros soldados siempre los colocábamos en un alto mueble tipo estante cerrado, todos colocados en estricta formación. Cada uno tenía varios pisos del estante. El problema era que cuando había un temblor o peor, un terremoto, los soldados se caían uno tras otro, pues estando en fila, en formación, todos terminaban tumbados y volver a ordenarlos era toda una chamba. Debo mencionar que cada batalla que jugamos la registraba en mi “Cuaderno de guerra”, con todos sus datos, número de muertos y sobrevivientes, etc. que aún guardo con mucho cariño.

Hoy mis soldados siguen en rigurosa formación en un hermoso estante en la biblioteca de mi casa. De vez en cuando pelean una batalla ante la mirada de mis hijos y los cañones de pólvora vuelven a tronar salvajemente. La última vez que estuve en Londres, pude traerme unas buenas cajas de soldados de plomo marca “Britains” adquiridos en Harrods. ¡Gustos que no se pierden! Ya no fabrican los Britains de plástico finos que mi padre me traía. Una verdadera lástima pues son todo un tesoro. En Buenos Aires aún hoy venden los cañones marca “Goliat” y sus municiones. Allí quedaran mis ejércitos como mudos testigos de decenas de batallas peleadas y luchadas a sangre, fuego y lágrimas… soldados de una época en que los niños jugábamos con mucha imaginación disfrutando de nuestra niñez… épocas más sencillas… épocas de grandes batallas…