Las rondas campesinas, el relativismo cultural y la vuelta a la Edad Media, por Piero Gayozzo

«... es momento de que el Estado asuma sus funciones, desarrolle mecanismos de seguridad más adecuados e incluya a estas comunidades en el seno de la modernidad».

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Durante los primeros meses de (des)gobierno de Pedro Castillo los ronderos campesinos estuvieron envueltos en controversias y debates sinsentido. Por un lado, el paro que provocaron desató una ola de críticas por las acciones violentas que sostuvieron y, al menos en Lima, por portar armas en la ciudad y blandirlas de forma amenazante. Por otro, la sugerencia del Ejecutivo de incluirlas como parte de los actores responsables de la seguridad ciudadana en Lima y la subsecuente desconfianza sobre la posibilidad de que se vuelvan una suerte de “policía estatal” o grupo paramilitar al servicio de Castillo. Ahora, en las últimas semanas las rondas campesinas han vuelto a ser el centro de atención y no solo por las dádivas que reciben del gobierno para ganarse su favor, sino por la comisión de actos delictivos.

Dos acontecimientos reavivaron la desconfianza sobre las rondas campesinas y reabrieron el debate sobre los límites de su accionar. El primero en ser público fue el secuestro de un grupo de periodistas de Cuarto Poder en el distrito de Chadín, Cajamarca, el segundo, el secuestro y tortura de un grupo de mujeres acusadas de ser brujas.

 El día 7 de julio, los periodistas Eduardo Quispe y Elmer Valdiviezo realizaban un reportaje en el distrito de Chadín a propósito de los escándalos de corrupción que involucran a la familia del presidente Castillo. En efecto, seguían el rastro de una serie de reuniones irregulares en los que estaría involucrada la cuñada del presidente. Luego de entrevistarse con el alcalde de Chadín, que estuvo presente en dichas reuniones, y con algunos testigos presenciales, los periodistas se dirigieron al pueblo La Palma, lugar en el que fueron secuestrados por un grupo de ronderos. A cambio de su liberación, los ronderos obligaron a América TV a emitir un comunicado a nivel nacional en el que se indicó que las acusaciones contra la cuñada de Castillo eran falsas.

Como consecuencia de aquel escándalo, se filtraron los videos de otra terrible ocurrencia en La Libertad. De acuerdo a la Defensoría del Pueblo los hechos registrados en dichas grabaciones datarían de finales de junio y retratan cómo un grupo de ronderos maniataron, golpearon y torturan a mujeres de distintas edades acusándolas de ser brujas y de haber dañado la vida de muchas personas a través de hechizos y similares acciones fantásticas. L

Justificando lo indefendible

Basándose en una serie de disposiciones legales, existen quienes han hecho lo posible por justificar las terribles acciones de los ronderos. Entre los personajes más populares del medio político quienes han hecho malabares para sostener su discurso y evitar conflictos de interés han sido el Premier Aníbal Torres y la ex Primer Ministra Mirtha Vásquez, ambos vinculados al gobierno de turno.

Los dos aseguran que lo cometido por los ronderos se encuentra amparado por la legislación. Mientras que Aníbal Torres reivindica la labor de los ronderos y minimiza las acusaciones de secuestro, Mirtha Vásquez sí rechaza que lo sucedido en Chadín haya sido un secuestro. ¿Cómo llega a esta conclusión la ex premier? Básicamente porque, en vista de que las rondas campesinas tienen un área jurisdiccional, tienen facultades de retención en dichos espacios, por lo tanto, no pueden cometer secuestro. Además, por si quedara alguna duda, la facultad de retención les ha sido ratificada a través de un Acuerdo Plenario.

Tolerancia a la Edad Media

Quienes suelen defender a las rondas de manera irreflexiva lo hacen desde una perspectiva que calza dentro del relativismo cultural, aquella creencia de que todas las diferentes tradiciones culturales tienen igual valor, misma utilidad o son igual de correctas. Es una perspectiva bastante celebrada hoy en día por la cultura de la cancelación, la corrección política y la izquierda postmoderna. De acuerdo a esta perspectiva no hay forma de saber si una cultura es mejor que otra pues siquiera compararlas ignoraría el contexto en el que se desarrollaron, sería una muestra de intolerancia además de una actitud opresora que continuaría las políticas colonialistas de siglos anteriores.

Esto nos ha llevado a considerar a los pueblos no contactados y a los pueblos originarios como si de raras especies en peligro de extinción se tratara. Comunidades que por su estilo de vida son glorificadas y muchas veces mitificadas, como la creencia de que viven en un perfecto equilibrio de consumo-depredación con el medio ambiente o de que sus saberes ancestrales esconden misterios aún no resueltos por la ciencia. Dichas consideraciones invitan a que sean defendidas de la modernidad y de cualquier intento por incluirlas en la convivencia y formas de vida más avanzadas, occidentalizadas o modernas. Es una suerte de tolerancia a la Edad Media o a lo arcaico solo con el propósito de oponerse a la narrativa totalizante de la modernidad europea.

Los excesos de las rondas

La lista de abusos y excesos cometidos por los ronderos campesinos son numerosos. Además de secuestro por intereses políticos y tortura por intolerancia religiosa y acusaciones de brujería, pueden sumarse a la lista ataques a la policía en Cajamarca y en la Libertad, castigos a personas por actos de infidelidad amorosa en Piura, Puno y la Libertad y linchamientos por prostitución. ¿Qué ocurre en estos casos? ¿Es el relativismo cultural la solución para justificarlos y mirar a otro lado? ¿Es acaso que la sierra peruana vuelve a la Edad Media o es acaso que siempre se mantuvieron en dicha etapa? ¿Es esto posible en un verdadero Estado de derecho? En definitiva, las acciones de los ronderos campesinos invitan a cuestionar su eficiencia y a revisar si la legislación que los ampara se sostiene sobre hechos morales o no.

¿Gozan los ronderos de capacitación técnica apropiada? ¿Poseen manuales y preparación para saber cómo detener a un sospechoso, cómo proceder luego y cómo entregarlo a las autoridades? ¿Son efectivas las capacitaciones a las que se someten? ¿Se les ha dotado de herramientas apropiadas para lograrlo o se les ha dejado emplear cualquier recurso que tengan a la mano como chicotes y similares por ser parte de su “tradición”? ¿Son las rondas campesinas la solución más fácil y barata para un Estado que no es capaz de garantizar el orden en todo su territorio? Por otro lado, ¿son personas realmente preparadas para garantizar el orden en sus zonas de influencia? Los ronderos campesinos son, casi en su mayoría, personas que se dedican a la agricultura y al pastoreo, por lo que, aunque conocen bien sus territorios, difícilmente en algunos casos pueda sugerirse que tienen las habilidades necesarias para distinguir delitos de hechos que ellos consideran como malos por sus costumbres y tradiciones locales o religiosas.

Son muchas las preguntas que surgen a propósito de los recientes acontecimientos. Es cierto que las rondas cumplieron un rol importante durante la época del terrorismo, también lo es que se han enfrentado a mafias de terrenos y a la delincuencia común en sus zonas de acción, incluso, en algunas regiones se han organizado de formas más eficientes e inclusivas, pero quizás las dos noticias que reabrieron el debate sean un recordatorio de que es el momento de que el Estado asuma sus funciones, desarrolle mecanismos de seguridad más adecuados e incluya a estas comunidades en el seno de la modernidad.

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