Las últimas elecciones para elegir a los Congresistas que completarán el período 2016-2021, celebradas a raíz de la disolución del Congreso hecha por el Presidente de la República en setiembre del año pasado, nos deja muchas lecciones por aprender. Todo ello de cara a las elecciones generales del próximo año, en el contexto del bicentenario patrio.
Se justificaron estas elecciones para mejorar la calidad de nuestros representantes en un Congreso que se había deslegitimado debido al accionar obstruccionista y desleal por parte de una mayoría parlamentaria fujimorista, y que terminó configurando una crisis política de confrontación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, sin precedentes en los últimos años.
En reiteradas oportunidades el Presidente Vizcarra manifestaba –en dicho escenario- que sería el electorado el que le pondría fin a la crisis con un voto dirimente entre los poderes enfrentados. Sin embargo, debemos preguntarnos si realmente este proceso ha servido para mejorar la representación congresal o, en el fondo, para eliminar de la arena política al adversario.
El gran ganador con un Congreso fragmentado es el Presidente Martín Vizcarra, quien podrá respirar más tranquilo, pues disminuyen las posibilidades de que prospere una vacancia, como venían amenazando los candidatos de los partidos opositores a su gestión, quienes, al no lograr curules, fueron castigados inmisericordemente por los electores.
Fue un error del señor Julio Guzmán el haber aparecido en un proceso electoral limitado a elegir parlamentarios. Su sobreexposición en los medios destapó un cuestionado capítulo no conocido por los peruanos. Ello terminó pasándole la factura a su partido, el cual en las últimas semanas venía creciendo en intención de voto. Es el precio de hacer política.
Y el batacazo lo dieron los hermanos israelitas del partido FREPAP, quienes con un perfil bajo y sin muchas apariciones ante la prensa, terminaron dándoles una fuerte lección a las organizaciones políticas –tanto de derecha como de izquierda- que, adoptando posturas mesiánicas y vendiéndose como la reserva moral del país, se sentían seguras en el parlamento.
Sobre este singular capítulo electoral, seguramente se escribirán tesis. Por ahora viene formulándose la hipótesis que le atribuye a los jóvenes millennials el haber votado masivamente por dicha organización al haber visualizado en las redes sociales memes característicos de su símbolo (un pescado evolucionado en tiburón). Son los tiempos de la “memecracia”.
Se ha calificado de peligrosa la presencia del FREPAP en el Congreso. Ciertamente sus militantes tienen derecho a profesar sus convicciones morales o religiosas. Pero frente a posibles intenciones de imponernos a todos los peruanos sus modos y creencias, las demás organizaciones políticas deberán neutralizarlas cumpliendo su rol de equilibrio.
Lo mismo se ha hecho con el etnocacerismo llegado al Parlamento bajo el ropaje de UPP, partido éste que le ha arrebatado a la izquierda la representación antisistema del sur peruano. Sus intenciones de cambiar el régimen económico con una nueva Constitución –así como la de amnistiar a Antauro Humala- son inviables en un Congreso que es de transición.
Los electos Congresistas deben entender que al Legislativo no se va a legislar con nombre propio, sino a hacer de contrapeso con el Ejecutivo para limitar el poder político y así garantizar un orden en el que cada persona sea capaz de decidir por sí misma su destino.
En efecto, la principal tarea del nuevo Congreso es la de revisar la legalidad de los decretos de urgencia dados por el gobierno, a pesar de que hace unas semanas el Premier Zeballos manifestó la posibilidad de plantear cuestión de confianza por dichas normas jurídicas, la que ahora puede invocarse como fáctica gracias al Tribunal Constitucional. ¿Una nueva amenaza?
Lo real y cierto es que el electorado les ha dado una lección a todos los partidos políticos, al no premiar a ninguno con mayoría en el Legislativo, pues los que pasaron la valla ostentan simples minorías. En este nuevo escenario las bancadas parlamentarias tendrán necesariamente que tender puentes de diálogo para consensuar acuerdos.
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