Lo esencial del socialcristianismo, por Daniel Masnjak

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En diciembre se cumplen cincuenta años de la fundación del PPC, sin duda el principal partido socialcristiano que ha tenido el país. Sea por su inusual capacidad de renovación, por sus propuestas o por sus (a veces desconcertantes) decisiones coyunturales, lo que hace el Partido Popular Cristiano siempre es relevante en la escena política peruana. Así, es buena ocasión para plantear algunas reflexiones sobre la situación actual y el futuro del socialcristianismo en el Perú. Para eso, en esta oportunidad, abordaré primero una cuestión central a su doctrina.

Hans Urs von Balthasar decía que aquel que discute que Jesús es el Cristo, el ungido en quien se cumplen las promesas de Dios a Israel y la humanidad, a lo sumo debe llamarse “jesuano”. Después de todo, a los cristianos se les llamó así por creer que Jesús es Cristo[1], noción que evidentemente es un dogma. Por tanto, quien crea que algo llamado “social-cristianismo” puede construirse como una estructura sin dogmas, orientada hacia un “bien común” definido según el espacio-tiempo histórico, debería considerar la sugerencia del teólogo suizo para cambiarle de nombre a su discurso. Otra alternativa, por supuesto, sería socialdemocracia. El socialcristianismo tiene una inevitable dimensión escatológica. No puede independizarse del cristianismo sin desnaturalizarse.

Ahora, antes de que alguien se escandalice, vale aclarar que eso no significa que los partidos socialcristianos deban ser concebidos como órdenes religiosas. Sin embargo, lo que sí significa es que el sustento de esa distinción debe provenir de una concepción cristiana del mundo. Caso contrario, insisto, dejaría de ser social-cristianismo.

Jacques Maritain, en Humanismo Integral, sostiene que la Edad Media se caracterizó por desconocer al ser humano ante Dios. “¡Qué importaban las pérdidas, ni los desastres, si se realizaba una obra divina por el alma bautizada!”. En cambio, en la modernidad, por lo general se concibió al hombre como una criatura a ser rehabilitada sin Dios e incluso contra Dios. De ahí la aparición de concepciones de un dios-demiurgo, como el relojero de Voltaire, o la visión marxista de la religión. A esas concepciones, medievales y modernas, Maritain opone la noción de una rehabilitación del hombre en Dios, de un humanismo cristiano, teocéntrico, que pone en valor la dignidad del ser humano.

La idea no es volver a sacrificar lo temporal en nombre de lo espiritual, sino reconocerlo como un fin (que es infravalente, pero no por eso deja de ser un fin). De que lo sea se desprende el deber que tiene el cristiano de llevar a cabo una realización de los principios y valores evangélicos en el orden temporal, aun sabiendo que ésta siempre será imperfecta. Como se trata de un fin distinto del espiritual, los partidos socialcristianos no son asociaciones religiosas. No se dedican a relación entre el ser humano y Dios, no administran sacramentos y no son parte de la estructura eclesial, pero esto es así en virtud de la distinción cristiana de ambos fueros, no por una reivindicación secularista.

De modo que el socialcristianismo se entiende siempre a la luz del cristianismo, incluso en lo que respecta a la separación de lo religioso y lo profano. No puede consistir solo en reafirmar “la dignidad”, “la justicia” o “el bien común”. Cualquier ideología clama defender esos valores de un modo u otro. A esos valores se les debe dar contenido cristiano o el discurso se vuelve un social-defendemos-lo-que-ahora-parece-justo-ismo. O sea, un relativismo.

Un proyecto político socialcristiano debiera tener como fin último la construcción de una “nueva cristiandad”, la realización siempre perfectible de los valores evangélicos en el mundo. Una cristiandad profana, que a diferencia de la medieval, valore y trabaje por la dignidad del ser humano aquí y ahora. La Doctrina Social de la Iglesia y los trabajos de los grandes humanistas cristianos se entienden a la luz de ese objetivo. No fueron estos meros defensores de “la dignidad”, en cuya vida pública y obras no hay más que una inspiración religiosa, consciente o inconsciente. Para ellos, el ser cristianos no era solo punto de partida, era punto de referencia esencial para todo su accionar.

[1] BALTHASAR, Hans Urs von. ¿Por qué soy todavía cristiano?