Al ser humano parecen fascinarle las conspiraciones. La imagen de un grupo de poderosos confabulados detrás de bambalinas, manipulando a las personas a su antojo como indefensas marionetas, resulta muy atractiva para quienes sueñan con liberarse de la responsabilidad de sus actos. La idea de ser atacados por un poder oscuro les permite victimizarse y dictar un estado de emergencia donde las reglas pueden quebrarse en nombre de la legítima defensa.
Desde que algunos medios comenzaron a publicar opiniones a favor del reconocimiento de los derechos civiles de personas del mismo sexo, se empezó a hablar de un Lobby Gay que “estaría detrás de esta siniestra campaña”. A pesar de los esfuerzos, hasta el momento no se ha podido comprobar su existencia. Por una simple razón: tal organización no existe. ¿Cómo probar la no-existencia de algo? No se puede. Más bien quienes denuncian histéricamente las acciones del Lobby Gay deberían exhibir las pruebas que sustenten sus afirmaciones. Por ahora, la única conclusión es que los homosexuales tenemos las mismas dificultades que cualquiera para ponernos de acuerdo en escoger el sabor de la pizza.
Esta teoría conspirativa es un invento de quienes se sienten atemorizados frente a la posibilidad de perder sus privilegios. Y con el fin de perpetuar la segregación y justificar las agresiones, nos señalan como autores de un “complot para destruir la familia”. Sería interesante saber bajo qué lógica demencial se pone en peligro la familia si se deja de agredir a los gays. Pero claro, siempre es más fácil alimentar terribles fantasías que cuestionarse la propia estupidez.
Señores paranoicos, lo que ven por todos lados es el resultado de una humanidad que está reaccionando frente a las injusticias cometidas contra las personas por lo que hacen en su intimidad. Y no hay que pertenecer a ninguno de los grupos anatemizados para indignarse. Ya no es algo que ataña solamente a una minoría. Es alentador ver a gente que no teme ser señalada por el hecho de defendernos, y levanta su voz. Muchas gracias. Finalmente entienden que se maltrata a sus hermanos, a sus hijos y a sus amigos. Esto nos toca a todos. Nadie está libre de ser discriminado. Lo que le sucede al otro, me implica también a mí. Y esa capacidad de sentir el dolor ajeno se llama empatía, no lobby.
Nunca hubo lobby negro, ni femenino. Hubo una humanidad que se dio cuenta de lo imbécil que había sido. Luego los esfuerzos aislados fueron convergiendo en una corriente sólida que terminó concretando los cambios necesarios. Aunque no puedan creerlo, está ocurriendo lo mismo con nosotros. Y no nos detendremos hasta conseguir el reconocimiento de nuestros derechos y la criminalización de los ataques producidos por el odio.
Agradezco la acusación de estar vendido al Lobby Gay, pero hace décadas que doy la cara sin lobby que me respalde. Sin recibir un centavo de nadie. Sin seguir ningún plan definido. Arriesgando mi trabajo y mis relaciones personales y familiares. Y lo hago feliz. Siento una gran satisfacción, porque el único lobby que conozco es el de mis convicciones. Creo en dejar un mundo mejor del que recibí, especialmente a los niños que podrían haber sido mis hijos, para quienes quiero una infancia sin miedo ni insultos, sin golpes ni humillaciones. Porque la infancia debería ser ese espacio al que todos regresamos para sentir que en algún momento fuimos felices. La vida de un niño gay tiene que ser maravillosa, como la de cualquier niño. Y quien se oponga a esto es un miserable.
Foto: JORGE LUIS SEGURA CUEVA
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