Imaginemos varias premisas. Una persona, llamémosla Carlos, con la arraigada convicción de que su pensamiento es tan científicamente preciso como una ley de la física o como una operación matemática. Dentro de esta convicción, la idea en Carlos de que el mundo se encuentra marcadamente dividido entre los que, como él, “tienen la razón” y los que, a diferencia suya, “están equivocados”. Que para Carlos quienes piensan como él son necesariamente “buenos”, mientras que quienes no lo hacen, son necesariamente “malos”. Bonito cóctel. A lo anterior, sumémosle algo más: Que la cosmovisión de Carlos no es científicamente comprobable y que, además, la historia del mundo y el análisis objetivo y crítico de la realidad refutan todas las bases sobre las que se sostiene su discurso, esto es, que paradójicamente su pensamiento “científico” es en verdad pseudocientífico.
Agreguemos también que Carlos era bien fértil y que, lamentablemente, se procreó. Que tuvo varios hijos y que éstos, en la errada convicción de ser los representantes del bien y de la razón, difundieron las ideas de su padre entre mucha gente, principalmente personas sin mayor formación. Sumemos que muchos de estos receptores quedaron totalmente deslumbrados por estas ideas, supuestamente científicas y precisas, que les brindaron una explicación acerca de todos los aspectos del mundo, incluyendo el método para salvar a la humanidad. Entonces, tendremos a un grupo más o menos grande de personas absolutamente convencidas de que la ciencia les da la razón, que creen que la aplicación de sus ideas y el cumplimiento de sus objetivos, por cualquier medio que sea, es algo absolutamente legítimo para salvar al hombre. Siguiendo esa línea, ellos son los “buenos” porque van a liberar al mundo, mientras que todo el que se les oponga es necesariamente “malo”, por ser instrumento de un sistema opresivo y corrupto. El mundo queda entonces dividido entre “buenos que tienen la razón” y “malos que están equivocados”.
Partiendo de esas premisas, y teniendo muy presente el fervor cuasi religioso de la cosmovisión “científica” de Carlos y compañía, ¿qué es lo que éstos deberían hacer con los “malos que están equivocados” para que el mundo sea un lugar mejor? Y, lo que es peor, ¿qué es lo que éstos se encontrarían supuestamente legitimados de hacer con los “malos” y “equivocados” en caso de alcanzar el poder? Da miedo pensarlo, ¿no? Ojo, tener bien presente que para Carlos y sus muchachos el pensar diferente a ellos es estar equivocado, y que alguien equivocado es necesariamente alguien malo. De alcanzar el poder, entonces, lo consecuente y lógico sería que los supuestos culpables de todos los males de la humanidad sean coaccionados por Carlos y los suyos, pero, ¿qué pasa si estos se niegan a ser coaccionados por las ideas pseudocientíficas de este grupo de fanáticos que atenta contra sus libertades? Bueno pues, entonces, el régimen de Carlos los criminaliza. Se les quita sus derechos ciudadanos, se les reduca, se les envía a campos de concentración, se les deshumaniza y, por último, se les elimina si se ponen muy lisos reclamando mucho. Y si lo que se pretende es abreviar el camino para mejorar el mundo, de arranque se les elimina en masa. Total, si son gente “mala” que constituye el obstáculo para la “liberación de la humanidad”, ¡qué más da!
Como es evidente, lo anterior es parte de la dramática historia del siglo pasado, y es algo que aún continúa. Al respecto, movimientos como el de Carlos se han basado en una idea que en la práctica ha sido utilizada de blindaje ideológico e instrumento para desacreditar cualquier argumento de enemigos intelectuales. Se trata del polilogismo. ¿En qué consiste? Pues en la errada creencia de que hay muchos tipos de estructura lógica en el ser humano (Polis, muchos; logismo, lógica; muchas lógicas). El principio filosófico de no contradicción, basado en que nada pueda ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido, desmiente la falacia del polilogismo, el cual atribuye una estructura lógica en función de la raza, la clase social, el sexo, etc. Es verdad, obviamente, que existen factores socioculturales que influyen en la manera de pensar de la gente. Sin embargo, hay un gran salto de ahí a pensar que existe más de una estructura lógica en el hombre. No confundamos, pues, perspectiva de la vida (influenciada por la cultura y por la clase social) con estructura lógica de la mente humana.
El polilogismo se divide, principalmente, en dos corrientes: el polilogismo comunista (socialismo científico) y el polilogismo nazi. En el primero hay diversas estructuras lógicas en el cerebro de la gente en función de su origen o clase social. Entonces, uno se pregunta: ¿qué pasa con la lógica del pobre que se enriquece y con la del rico que se empobrece? ¿Qué pasa con la lógica de clase de Marx y Engels, y de tantos líderes comunistas, que no tenían origen proletario o campesino? ¿Cómo podían conducir el movimiento obrero y crear una “ideología proletaria” personas no imbuidas de la lógica proletaria? Por su parte, el polilogismo nazi establece que la estructura lógica está determinada por la raza, y ahí uno se pregunta, ¿cuál es la estructura lógica de los mestizos? ¿Acaso un negro criado entre blancos va a mantener un “pensamiento negro”? ¿O un blanco criado entre chinos va a seguir “pensando como blanco”? ¿El indio, el blanco, el negro y el chino tienen acaso formas de razonar, estructuras lógicas, diferentes? Para que quede bien claro, demos un ejemplo clásico: Para los nazis Einstein estaría equivocado porque era judío, para los comunistas lo estaría porque era burgués. Como es evidente, el polilogismo es un absurdo que es imposible de demostrar científicamente, y paradójicamente ha sido usado por ideologías cientificistas. Es trágico que inconscientemente se haya utilizado y se siga utilizando para descalificar a quienes se oponen a pensamientos como el de Carlos y compañía. Veamos algunos ejemplos:
Un hijo de Carlos, llamado José, trata de arrebatarle sus cosas a Ludwig y a su familia con la finalidad de hacer del mundo un lugar mejor. José está convencido de que hay gente pobre por culpa de Ludwig, y quiere dividir la tarta. Ludwig ha estudiado un montón, sabe de historia, de economía, de derecho, y le da a José un argumento sustentado en cifras, estadísticas, hechos históricos y principios filosóficos y jurídicos. Le trata de explicar a José, quien es un paranoico que está armado y acompañado de una turba de fanáticos, que está cayendo en el denominado “Dogma Montaigne”, y se lo explica, le dice que la pobreza es incausada, que antes que buscar las causas de la pobreza hay que buscar las causas de la riqueza, que no es verdad que la riqueza de unos es por la pobreza de otros, que el valor de los bienes es subjetivo, etcétera. La única respuesta de José es la que sigue: “Tu eres burgués, Ludwig. Y, por eso mismo, tu lógica es diferente, y a mis ojos está equivocada.” Le dice apuntándole con su escopeta en la cabeza, ante la mirada aterrada de su familia. “Tu pensamiento burgués no es científico. Eres malo, y el aniquilarte es un acto bueno y totalmente legítimo, un deber de cualquier buen ciudadano, porque tu desaparición hará del mundo un lugar mejor.” Entonces, José dispara al villano de Ludwig en la cabeza, y manda a su familia a un campo de concentración para que trabajen, se reeduquen y desaparezcan como clase.
Segundo ejemplo. Adolfo es otro paranoico, piensa muy parecido a José, pero es más nacionalista que internacionalista. Está muy molesto por la crisis económica y por la inflación, pero sobre todo porque no ha podido ingresar a estudiar arte en la academia que quería. Tiene la convicción, también supuestamente científica, de que una raza, la suya, es superior a todas las demás y tiene que dominar el mundo. También tiene la convicción de que hay otra raza que es culpable de todos los males de la humanidad. Organiza un grupo de gente loca que piensa como él y que lo ve como a un dios, y da un golpe de Estado que fracasa. Entonces lo meten preso y escribe un libro donde plasma sus delirantes teorías. El libro es best seller, y mucha gente frustrada cree todo lo que dice el mamotreto. Sin embargo, aparece Isaiah, quien es de la raza supuestamente culpable de todos los males, y refuta a Adolfo con muchos libros. Cuando Adolfo se vuelve gobernante mediante una combinación de demagogia con torcida utilización del sistema electoral, busca a Isaiah. Y le dice: “Mira primito, me han molestado mucho tus opiniones. Estoy organizando una quema de libros el viernes en la tarde, y ahí va a parar toda tu obra. Escúchame, tu estructura lógica está determinada para hacer daño a la sociedad porque eres judío, así que tus libros tienen que ser quemados. Tu cerebro está diseñado para estafar, mentir, robar, conspirar y traicionar a los míos. Ni siquiera creo que seas humano.” Isaiah trata de explicarle a Adolfo que sí es humano y que la estructura lógica es igual en todos los hombres, pero Adolfo ni se moleste en responderle (está convencido de que no hay que hacer caso a “argumentos judíos”). Ordena que le den un paseo a Isaiah, y nadie nunca jamás lo vuelve a ver. Los ejemplos anteriores hacen alusión a hechos históricos evidentes. La cuestión es que el polilogismo nazi prácticamente desapareció después de la Segunda Guerra Mundial (al menos podemos decir que hay consenso en cuanto a su condena). Sin embargo, el otro polilogismo en cambio, el de José, aún se mantiene fuerte, y fui víctima de este el martes pasado, pero de eso hablaremos mañana.