En un contexto donde el Congreso se encargó de hacer las elecciones realmente complicadas y donde los diversos candidatos presidenciales y congresales no saben si aún seguirán en carrera, vemos que la sustancia de una fiesta electoral, las propuestas, han pasado a un segundo plano. Encontramos en el Perú unas elecciones sin deliberaciones en las cuales el foro del debate público gira en función a la confrontación polarizada. Un debate direccionado a privar a candidatos de su derecho a la participación política, artificial, y bastante manipulado.
La política electoral bien entendida pienso que tiene tres etapas claves que son el desacuerdo, la discusión y el acuerdo (claro que esta última siempre orientado a ser perfectible). No obstante, en el Perú se percibe la política como ataque, defensa y venganza. Esta situación que rompe con el debate alturado o que frustra automáticamente el mismo con falacias ad hominem si alguien lo busca iniciar, ha impedido la profundidad del intercambio de ideas en base a argumentos técnicos y políticos. Sin embargo, a pesar de este contexto y de lo abstracto de la mayoría de planes de gobierno se puede reconocer que ha habido algunos temas que de manera superficial se han desarrollado o al menos mencionado.
Dentro de los grandes temas que han sido medianamente discutidos y mediatizados está el de la remuneración mínima vital, el aborto por violación, desaceleración económica, seguridad ciudadana con y sin militares en las calles, ley universitaria principalmente en el extremo de la Sunedu, ley de consulta previa, renegociación de contratos con el Estado, entre otros. Claro que siempre este debate invadido transversalmente de cuestiones tales como la nacionalidad de los candidatos, agendas, lucha de egos, tachas, impugnaciones y más.
Sin embargo, más allá de la profundidad del debate, estas elecciones (por lo menos hasta la fecha) nos dejan una profunda deuda. Hablo pues, de los grandes temas olvidados que brillan por su ausencia en este proceso electoral. Algunos de estos parten de cuestiones coyunturales como son los XVIII Juegos Panamericanos que se llevarán en el Perú o el cumplimiento de los objetivos como país para el bicentenario de república democrática, mientras que otros son cuestiones más de fondo como la laicidad del Estado, la corrupción, la legalización de la marihuana entre otros.
Cuesta creer que nuestros candidatos no echen una mirada a la educación escolar, que no alcen la voz para hacer entender a los peruanos que la educación superior no es sinónimo a carrera universitaria (dándole la verdadera importancia a las carreras técnicas), que no oigan a la población que clama por un país realmente descentralizado (no solo en el nombre sino también en la realidad) o que no palpen lo áspero del camino que pasa cada peruano para movilizarse en su densa capital. Pues si no se ven diferenciados estos temas en el debate público, menos se tomará el tiempo de ahondar en los esfuerzos que merece el traer más de 7 mil deportistas de 41 países participantes en los Juegos Panamericanos venideros, la posible remuneración de los bomberos, el reconocimiento de los derechos de las personas olvidadas por nuestra legislación, el fortalecimiento de nuestra desprestigiada policía nacional, las concretar propuestas en materia de educación, entre muchos otros.
Así pues recuerdo que algunos de estos temas se debatieron hace 5 años donde se prometió mucho y se cumplió poco. Se prende una nueva ilusión ahora en la espera que el ratio entre promesa y realidad sea mucho más alta. Es verdad que algunos de estos temas se plantean en los diversos planes de gobierno, sin embargo, estos no resultan garantía de nada más aun si nuestro último presidente presentó alrededor de tres planes de gobierno con la bandera de la gran transformación. Hay pocos días para que los grandes temas olvidados se pongan en discusión; estaremos a la expectativa.