Mientras en el Perú el caso Pura Vida nos hacía reflexionar sobre nuestras prácticas alimenticias más básicas, algo similar sucedía en el hemisferio norte entorno a un festival en China, famoso por la venta masiva de una proteína, para muchos, polémica. El evento lleva el nombre de ‘Festival de la carne de perro y los lichis’ y, claramente, el nombre deja poco espacio para la imaginación sobre qué exactamente es lo que ahí se busca comercializar.
Mientras escribo este artículo, mi chihuahua de once años (de edad humana) duerme plácidamente en su cama, muy cerca de mi escritorio. Su sola imagen me basta para aborrecer siquiera la más mínima idea de comerme a un perro. No me pasa por la cabeza. De hecho he evitado ver imágenes del festival pues, según describen algunos periodistas, se pueden ver las imágenes mutiladas de perros listos para ser vendidos. Así, a primer impulso, podría animarme a gritar “¡barbarie!” y a ver con ojos inquisidores a aquellos chinos que comen can. Sin embargo, pensándolo bien, me viene a la mente una historia…
A principios de año estuve en Cajamarca y fui a un restaurante donde me sirvieron una suculenta porción de un plato bautizado como el cuy galleta de Huacariz. Siempre he sido fanático del cuy, sin embargo, esta era la primera vez que me servían uno entero. Como es normal en estos tiempos, le tomé una foto a mi plato pues, para mí, por su sola pinta podía despertar el apetito de cualquier ser humano que visite mis redes sociales. Empero, aunque recibí muchos comentarios celebratorios, recibí, también, dos mensajes un tanto desconcertantes de dos amigos del Reino Unido. Básicamente ambos se resumían en un grito de “¡barbarie!” similar al que a mí me provoca gritarle a los chinos al verlos comer perro.
Y es que los dos amigos a los que me refiero tuvieron o tienen cuyes como mascotas. Tanto es el cariño fraterno que le guardan a dicho animal que uno de ellos posa con el roedor en su foto de perfil de Twitter. Ante los ojos de estos dos sujetos, claramente, yo soy un salvaje, pero ante los míos y los de otros compatriotas, solo soy el receptor de una tradición milenaria que puso al cuy como parte importante de la dieta.
En China, mucho se puede decir del bagaje tradicional que tiene la ingesta de perro si se toma en cuenta una frase, con más de 2300 años de antigüedad, del filósofo Mencio: “Si las vacas, cerdos y perros son correctamente criados, tomando en cuenta su estación apropiada, habrá carne por años”. El solo hecho de que el llamado “mejor amigo del hombre” esté al mismo nivel de las vacas, grafica el calibre alimenticio que le atribuyen los chinos ¿Por qué, entonces, es más apropiado comerse un cuy que un perro? Podría alegarse, incluso, que el carácter nutritivo del cuy palidece ante el del perro y que por su tamaño este último tiene mucho más sentido como alimento.
Es claro que acá entra a tallar un tema netamente discursivo. Nuestra exposición al supuesto axioma cultural que indica que los perros son mascotas exclusivamente, y no alimentos, nos hace aborrecer que en otros lugares se los coman (lo mismo puede ocurrir con los gatos, los hamsters y cualquier otro animal). Pero hay que reconocer que eso, más que basarse en la razón, se sustenta en una cuestión de formación. Porque, piénselo, si ya eres capaz de engullirte sendos trozos de vaca o cerdo ¿Por qué no de un perro? ¿Naturalmente qué lo hace más merecedor de tu piedad que cualquier otro animal? ¿O acaso estamos ante un caso orwelliano donde todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros?
Ojo, no estoy tratando de convencer a nadie de que vaya y se coma a su perro, para nada, solo quiero que se note que la condena a qué comen otras personas en lo que respecta a sus proteínas “favoritas”, tiene una grave dosis de hipocresía. Tampoco, por supuesto, estoy sugiriendo que cualquier práctica, por su origen cultural, merece ser respetada y/o celebrada, solo que, quizá, convendría hacer una salvedad para aquellas costumbres que no dañan seres humanos y que, al mismo tiempo, significan una fuente de nutrición y subsistencia para muchos (harto discutible, sin duda, siéntanse libres de explotar en los comentarios).
En general, la actitud quisquillosa que existe entorno a las cosas que la gente elige comer tiene, en muchas ocasiones, algo de elitista y, sobre todo, de mezquina. Sucede con el caso citado en este artículo, sucede con los transgénicos (que han demostrado tener más bondades positivas que negativas incluso para lo que respecta a los agricultores, pero eso será tema de otro artículo, seguramente) y sucede también con ciertas drogas consideradas ilícitas pero que tienen bondades medicinales fundamentales para muchas personas.
Para bien o para mal, “de gustos y colores no han escrito los autores” y cada quien debe ser libre de escoger qué se mete a la boca y qué no, siempre y cuando, obviamente, esto no signifique un perjuicio directo para otra persona. Al mismo tiempo, todos son libres de expresar reparos por las prácticas de cualquier persona, sin embargo, antes de buscar la paja en ojo ajeno, cabe prestarle atención a la viga en el ojo propio y reconocer que, así como la res, para muchos, se come, para otros el perro también.
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