Malos olores, por Angello Alcázar

1.337

Ya han pasado varios días desde que circuló por primera vez el infame anuncio publicitario de Saga Falabella en el que una serie de estereotipos étnicos se ciernen sobre una joven afrodescendiente. Como sabemos, la resultante ola de comentarios desaprobatorios hizo que la publicidad del ‘colchón contra los malos olores’ fuera retirada, y que la cadena pidiera las disculpas del caso en cuestión de horas. Avisos más, avisos menos, lo cierto es que la nuestra sigue siendo una sociedad racista hasta la médula. Sin embargo, el solo hecho de que cada vez sean más los peruanos y peruanas que combaten la discriminación es un buen síntoma.

Debo confesar que luego de ver el spot de las supuestas amigas y las bondades del colchón, sentí una mezcla de indignación y vergüenza ajena. Pero no me sorprendió, pues rápidamente recordé que hace unos años se había generado otro escándalo a partir de una campaña navideña de la misma compañía. En ella, se mostraba a cuatro niñas que parecían salidas de un cuento escandinavo. Miles de ciudadanos tildaron a la campaña de ‘racista’, puesto que las cuatro princesitas de cabelleras doradas y miradas azules no reflejaban ni por asomo el riquísimo crisol de perfiles étnicos y culturas de los que está compuesto nuestro país (aquello que José María Arguedas invoca con gran virtuosismo narrativo en Todas las sangres).

El racismo no es sino un sistema organizado de privilegios basados en la pertenencia a un grupo étnico, que opera en todos los niveles de la sociedad y que logra vertebrarse gracias a una sofisticada ideología de supremacía ‘racial’. El papel que desempeña la biología para distinguir entre las llamadas ‘razas’ o grupos étnicos se ve socavado por el hecho de que la genética de toda la humanidad es 99.9% similar. En el 2002, el genetista y antropólogo Rush Spencer Wells descubrió que todos los seres humanos vivos comparten un ancestro masculino que vivió en el África Austral. Asimismo, el recientemente fallecido genetista italiano Luigi Luca Cavalli-Sforza llegó a negar la existencia de las razas, sosteniendo que las diferencias entre los grupos humanos se deben a la cultura y no a la biología. Lo crucial es que a pesar de que muchos científicos sociales mantienen que la raza no es algo ‘real’, nuestra construcción social de dicha categoría tiene consecuencias reales para los individuos en una sociedad.

Una de las más grandes maestras en materia de racismo es la activista y profesora de primaria estadounidense Jane Elliott. Un día después de la muerte de Martin Luther King Jr., Jane decidió que —como Hitler en la Segunda Guerra Mundial— discriminaría a sus alumnos caucásicos de ocho años únicamente por el color de sus ojos: aquellos con ojos marrones eran tratados como superiores a los de ojos azules. Jane quería darles una lección sobre la segregación racial poniéndolos en los zapatos de la gente de color por unas horas al día. Fue tal el entusiasmo por el ejercicio que se llegó a grabar el documental The Eye of the Storm y la afamada maestra fue invitada a varios programas, incluyendo The Tonight Show con Johnny Carson, y The Oprah Winfrey Show. A pesar de las numerosas amenazas de muerte que ha recibido a lo largo de estas cinco décadas reelaborando el ejercicio en varios países, esta valiente educadora se ha mantenido firme en sus esfuerzos para erradicar la irracionalidad que se camufla detrás de todo acto discriminatorio. A sus 85 años, Jane sigue dando charlas y participando en programas radiales y televisivos para combatir el racismo. A donde va, casi siempre lleva consigo un polo blanco con una frase de Nathan Rutstein que dice: “El prejuicio es un compromiso emocional con la ignorancia”.

En abril se cumplieron cincuenta años desde el asesinato de Martin Luther King Jr. y el experimento de Jane Elliott. A pesar de que se ha avanzado muchísimo desde ese entonces, el trecho por recorrer sigue siendo muy largo. Por lo pronto, no nos engañemos: lo que verdaderamente apesta es nuestra ignorancia como sociedad. Felizmente, muchos peruanos han comenzado a entender cómo el racismo (al igual que la homofobia, la misoginia, el machismo y las otras taras sociales) ha infectado la historia de nuestro país y del mundo. Todavía está aquí, vivito y coleando. Se trata de una gangrena social y cultural que arrastramos desde hace siglos, y no de un mal olor que puede ser absorbido por la tersa superficie de un colchón “Drimer”.