Matanzas, rituales y Estados Unidos, por Óscar Segura

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El presidente estadounidense, Barack Obama, tiene ahora la función no solo de gobernar sino de servir de anfitrión de funerales causados por tiroteos.  El último ha sido por los cinco policías asesinados en Dallas por un francotirador furioso por  la muerte de un ciudadano negro a mano de policías.

La sociedad estadounidense parece que empieza a acostumbrarse a vivir de esta manera y las matanzas a mano armada tienen ya guiones preestablecidos.  Primero un individuo sin ningún antecedente violento reacciona ante lo que considera una injusticia, desde la discriminación racial hasta el rechazo a los homosexuales, valiéndose de su derecho constitucional que ampara el uso de armas compra un rifle y asesina a todos los que puede.

Luego viene la sorpresa y la consternación de por qué ocurrieron estas tragedias, hay análisis desde psicológicos hasta políticos pero ninguna acción concreta, luego viene el habitual discurso de Obama lamentando los hechos e invocando a la unión, la fortaleza y los valores de libertad de Estados Unidos.

Es casi un ritual que ya tiene varios años y los nombres de Ferguson, Orlando, Minnesota y Luisiana resuenan en la mente del estadounidense promedio hasta la siguiente tragedia en alguna escuela, centro comercial, discoteca o calle.

Los asesinatos en serie son prácticamente un género en los noticieros de Estados Unidos, y las reacciones son las mismas.  Obama parece ya resignado a que acabará su gestión sin ninguna reforma sobre el uso de armas, trabada en el Congreso por la mayoría republicana que sigue  bajo la influencia de la Asociación Nacional del Rifle, el lobby más activo de este país cuya único objetivo es mantener el derecho a portar armas libremente, sin importar que  las calles se estén convirtiendo en películas de vaqueros.

No hay que ser muy brillante para darse cuenta que hay un problema grave en este país por el hecho de que cualquier persona pueda comprar un arma de alto poder sin la menor restricción.

Un ejemplo emblemático de cómo son las cosas ocurrió el día de la tragedia de Dallas en las que miles de personas realizaban una marcha protestando por el asesinato de un ciudadano Philando Castile en Minnesota, el detalle es que varias de ellas portaban abiertamente armas, amparadas en su derecho constitucional  y cuando se desató la balacera la policía demoró en distinguir quien era el francotirador.

El uso de armas se suma a las tensiones racionales existentes en Estados Unidos que es el problema de fondo de este país en donde la discriminación racial y el clima de temor se han apoderado de la propia Policía que  cuando ven a un negro ven a un potencial delincuente.

El escenario es volátil en medio de una elección en donde  el candidato presidencial, Donald Trump,  quiere recuperar la grandeza de este país y está a favor de la mano dura. En otras palabras fortalecer las medidas represivas y mantener la situación.

Así, tensión racial y armas serán el clima que rodeará la elección presidencial que ojalá genere entre los políticos y los ciudadanos  una exigencia mayor a estos temas, de lo contrario el próximo presidente inaugurará su mandato una vez más invocando una oración por los caídos de rigor y normalizando la violencia interna que subsiste en este país.