Existe, en la sabiduría popular, la presunción de que el enfermo terminal, antes de morir, da signos de mejoría. Tales signos suelen esperanzar a los familiares, quienes ven en esa insípida convalecencia el inicio de tiempos mejores. Desafortunadamente, poco tiempo después, la falsa mejoría del paciente termina con su repentina desaparición.
Lo ocurrido en la noche del lunes a la primera ministra Ana Jara coincide con el infeliz desenlace de aquellos enfermos terminales. En una columna anterior, analicé con agrado el talento y talante político de Jara para sortear las dificultades del Ejecutivo para convocar a la oposición en tiempos de confrontación entre los principales alfiles del humalismo y pre-candidatos como Alan García o Keiko Fujimori. En ese entonces, el tomar el espionaje chileno como elemento cohesionador de las fuerzas políticas pareció audaz e inteligente.
En efecto, una sugerente caricatura del humorista gráfico Andrés Edery retrataba a Jara con la sotana característica de los frailes dominicos y con una escoba entre manos, lo que daba a entender que la intrépida ministra había logrado uno de las hazañas atribuidas a Fray Martín de Porres en las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma.
Hasta ese momento, la carta del espionaje había sido una excelente idea. No obstante, la misma resultó ser la espada de Damocles de este gobierno, y por consiguiente, el recurso que sirvió para destruir el trabajo fino realizado por la ministra recientemente.
El gabinete Jara tenía los días contados hace buen tiempo. La crisis “Pulpín” había dejado al gabinete con suficiente inestabilidad como para pedir un recambio, sin embargo, los pasos dados por Jara fueron fundamentales para aparentar una mejoría que esperanzó a la pareja presidencial de que ella podría mantenerse a la cabeza del Ejecutivo sin mayores sobresaltos. Como el refrán popular, lo que se tuvo al frente fue, más bien, a una paciente dando sus últimos respiros y que tarde o temprano sucumbiría a cualquier embate proveniente de la oposición o del oficialismo en sí.
Eventualmente, lo que queda tras la censura a Jara es la reiteración de lo contraproducente que es para el país el ser gobernado por una deficiente estructura partidaria, carente de operadores y con dificultades para hacer de la política el arte de lo posible. En conclusión, se reitera lo visto en el gobierno de Toledo, el cual se caracterizó por operadores inoperantes y voceros desorganizados.
El país requiere de partidos con base política y social. Desafortunadamente, las reglas están dadas como para que ello siga siendo más un deseo que una posibilidad concreta. Lo ocurrido con Jara es indicio de un escenario incierto para la administración entrante en el 2016 y que solo tenderá a recrudecer si las condiciones existentes persisten en el corto plazo.