Mis queridos Beca 18, por Alfredo Gildemeister

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Como catedrático universitario con más de veinticinco años de experiencia, tuve en este semestre la oportunidad de enseñar en la Facultad de Derecho de una universidad privada, el primer curso introductorio de Derecho a cuarenta alumnos de Beca 18 (B18). Cuando el decano de la Facultad me solicitó hacia unos meses, que deseaba que me hiciera cargo de estos alumnos, acepté encantado. Siempre me han gustado los retos. Había escuchado muy buenos comentarios en general sobre los alumnos de B18. La verdad que tenía mucha ilusión en conocerlos, conversar con ellos, conocer sus inquietudes y motivaciones. De otro lado, sabía que los alumnos que accedían a estas becas, era de un origen muy humilde y de zonas –en la mayoría- muy alejadas de la costa, sierra y selva del Perú. El primer día de clases cuando ingresé al salón, me encuentro a todos los alumnos puestos de pie con mucho respeto. Obviamente eso me sorprendió, pues cuando en mis clases regulares ingreso al salón de clases a nadie se le ocurre ponerse de pie y menos guardar silencio. Los alumnos suelen seguir conversando, viendo sus celulares, e incluso alguno sigue de pie conversando, actitudes por las cuales suelo llamarles la atención como a críos de colegio. Mis alumnos de B18 en cambio, tomaron asiento cuando se los pedí y guardaron un riguroso silencio lo que me llamó mucho la atención. Sacaron sus cuadernos de apuntes y esperaron listo el inicio de la clase. Este respeto al catedrático me trajo a la memoria las clases de Derecho en la Universidad de Harvard cuando asistía a ellas allá por 1988. Volviendo a mis alumnos de B18, luego de darles la bienvenida a la Facultad de Derecho, les pregunté por sus lugares de orígen a fin de irlos conociendo. Pensaba que unos serían de la costa, otros de la sierra y no faltaría alguno de la selva. Para mi sorpresa, uno de los alumnos levanta la mano y puesto de pie –cosa que tampoco se estila normalmente- me indicó –con un acento que me sonaba muy conocido- que los cuarenta alumnos del salón eran de la selva. ¡Maaaaldita boa! -pensé- ¡Todo un salón lleno de charapas! ¡Qué maravilla! Al observar bien los rostros de cada alumno recién pude percatarme de que todos tenían los rasgos propios de los habitantes de la región selvática. Rostros muy vivaces, achinados, cachetones, despiertos y sobretodo, siempre sonrientes y alegres.

Una de las primeras cuestiones que les planté a los alumnos fue la pregunta de por qué deseaban estudiar Derecho. Sus respuestas me sorprendieron. La inmensa mayoría coincidía y respondían: “Para que se haga justicia”. Cuando les indiqué que explicaran mejor su respuesta varios levantaron la mano. Una alumna indicó que a su hermana la violó un miembro de su comunidad. El violador fue detenido y al poco tiempo puesto en libertad sin motivo alguno. Quería justicia. Otro alumno indicó que a su padre le invadieron su chacra y luego de cinco años de juicio, pudo recuperar su chacra pero, cuando fue a tomar posesión de ella, la encontró toda incendiada y sin que las autoridades hicieran absolutamente nada. También quería justicia, Finalmente, un alumno muy avispado y muy correcto respondió que él tenía un primo el cual una mañana salió a cazar su presa para el almuerzo. Cuando distinguió a su presa entre la maleza de la selva, disparó su flecha pero, lamentablemente, no era el jabalí que pensó que era, sino un hombre de la comunidad vecina, pues en la selva amazónica, no es fácil distinguir la cosas. El hombre estaba muerto. A los pocos días vinieron los habitantes de la comunidad vecina, se llevaron a su primo a su comunidad, lo rodearon entre todos los habitantes –hombres, mujeres, ancianos, niños, etc.- hasta que se acercó uno de la comunidad y lo mató de dos tiros de escopeta. Por ello quería justicia y estudiar Derecho. Pues bien, todas las respuestas de los alumnos eran por el estilo. Me encontraba ante alumnos que provenían de otra realidad y cultura completamente diferente en la que vivimos, muy diferentes a lo que solemos ver, analizar y estudiar en una clase de Derecho clásica.

Durante el transcurso de curso, los alumnos siempre fueron puntuales en su asistencia, intervenían mucho en clase, totalmente motivados, siempre se expresaban con mucha corrección y muy educados, preguntaban bastante y daban su opinión sobre los casos y situaciones que les planteaba en clase. Sin embargo, poco a poco me fui dando cuenta que me enfrentaba a un gravísimo problema de fondo el cual no sabía si estaría en mis manos resolver: a los alumnos les costaba mucho comprender conceptos, ideas, expresarse, darse a entender, leían con dificultad sin entender en muchos casos lo leído de los textos que se les habían entregado para su lectura y estudio; y, luego del primer examen parcial, me percaté que no sabían redactar ni escribir correctamente. Les costaba mucho hacerse entender. Sus respuestas casi eran ininteligibles o sin sentido. De cuarenta alumnos sólo cinco aprobaron el examen. ¿Qué estaba sucediendo? Pienso que el Estado peruano se está equivocando. No basta que el Estado otorgue a un alumno una beca para estudiar una carrera profesional y –por muy hábil que fuere- se le traslade de una comunidad campesina o nativa, zona rural o pueblo alejado, a una universidad privada de primer nivel en Lima, a competir con alumnos que gozan de una formación escolar más completa y profunda, provenientes de excelentes colegios privados, en donde el nivel de exigencia será muy alto y en donde enfrentarán, además, a catedráticos exigentes de primer nivel, con doctorado o maestría, que les exigirán toda una gama de lecturas, estudios, profundización, análisis y conocimientos de la legislación peruana pertinente, nivel académico para lo cual estos alumnos lamentablemente no están preparados. La universidad los preparara a futuro para que sean unos excelentes abogados con miras para trabajar en una empresa, en un Estudio privado de abogados, un organismo público, etc. pero lamentablemente, me percaté que su base educativa académica es muy pobre, escasa e insuficiente. Los años de una deficiente educación escolar no se subsanan lamentablemente con becas a universidades privadas de primer nivel, ni con talleres de ayuda o de nivelación a último momento.

Me percaté de la gran deficiencia de la educación en el Perú. Cada día que pasaba y luego de cada clase dictada, me convencía más que la situación era muy grave, casi  incontrolable. ¿A quién queremos engañar? ¿Queremos prometer a estos alumnos que algún día serán profesionales de éxito cuando sabemos que les será muy difícil salir adelante con el bajísimo nivel de educación escolar con el que vienen? ¿Serán capaces los alumnos de B18 –si es que logran terminar su carrera, pues de ser desaprobados solo en un curso pierden la beca y regresan a sus pueblos y comunidades- de ser realmente profesionales competitivos algún día? ¿No sería mejor prepararlos –luego de un intenso programa de nivelación- para carreras técnicas de primer nivel, para luego poco a poco aproximarlos a las exigencias de una carrera universitaria?

En una de las últimas clases les pregunté sobre como aplicaban las normas y la justicia penal en sus distintas comunidades. Una alumna me respondió que en su comunidad, si una persona era descubierta robando, se le desnudaba y toda la comunidad le azotaba con hojas de ortiga o de cualquier otra planta con espinas, para finalmente cortarle uno o varios dedos de la mano y se le expulsaba de la comunidad. Otra alumna me explicó que en su comunidad, al violador lo desnudaban, le cortaban su miembro viril, lo mataban a machetazos y luego de picarlo en trozos pequeños, se lo arrojaba al rio. Así por el estilo eran los casos que me contaban los alumnos con la mayor serenidad, como si nada. ¿Cómo explicarles la importancia del Estado de Derecho y de las leyes a personas provenientes de esa cruda realidad? ¿Cómo hacerles comprender que existe en el Perú un Poder Judicial que administra justicia, cuando a diario se encentran con una realidad en donde no hay policías, jueces o autoridades que pongan orden y si los hay, la mayoría son corruptos? Pues simplemente, me indicaron que como no creen en el “sistema”, quien pone orden es el Apu (especia de jefe o cacique de la comunidad) administrando justicia y condenando a muerte ante el hecho de un delito.

Esa es nuestra realidad lamentablemente, y cuando hace pocos días concluyó el curso, me despedí con pena de cada uno pues me había encariñado con ellos y ellos conmigo. Siempre les bromeaba y les preguntaba por su vida en sus comunidades, sus costumbres, comidas, etc. De allí que me hablaran de la Yacumama, del paiche, de las boas y anacondas que de vez en cuando se devoraban o mataba a alguno de la comunidad, de la forma de sus matrimonios, del suri y otras especies comestibles, sus múltiples variedades de frutos, sus bebidas como el masato, afrodisiacos y alucinógenos para todos los gustos etc. Ese es su mundo, su realidad, muy al lado de la naturaleza. En ese mundo ellos tienen sus reglas, normas, costumbres y las aplican hasta con cierta sabiduría inclusive. Se dicen entre ellos las cosas cara a cara sin recatos, con franqueza, como cuando uno acusó a otro alumno de copiarse durante el examen y otro caso en donde otro acusó a una alumna de no ser leal con sus compañeros en un trabajo en grupo por trabajar poco.

El último día de clases, una alumna se me acercó y me dice que me quiere regalar un pedazo de paiche para que me lo cocine en mi casa. Ese detalle me conmovió pues a estos muchachos no les sobra nada, al contrario de tantos estudiantes que hoy veo en Lima en donde todo lo tienen fácil –celulares, computadoras, libros, una excelente educación escolar y un ingreso fácil a una universidad de lujo- y no lo aprecian para nada. Esta alumna me hace un honor en darme algo tan valioso para ella pues el paiche es un lujo de la selva. Acepté muy agradecido. Definitivamente la educación en el Perú necesita una reforma de fondo, comenzando en el preescolar hasta la educación secundaria, pasando por una buena primaria. Profesionales sobran en el Perú. Muchos hacen taxi para ganarse el pan. De allí que más que una Beca 18 necesitaríamos una “Beca Escolar” para formar desde pequeños a nuestros muchachos. Esa es la verdadera revolución de fondo que se requiere. Extrañaré sinceramente a mis charapitas. Excelentes muchachos, sanos, honestos, con verdaderas ganas de salir adelante, valorando lo que tienen y amando a su país. Por personas así, todo sacrificio es poco pues son el Perú del mañana. Por mi parte, siempre me tendrán a su disposición, pues verdaderamente son alumnos que se lo merecen todo, que valen la pena… ¡Que valen un Perú!