El 27 de enero del 2016 se cumplirán los 260 años del nacimiento de Mozart. A nivel mundial se esperan múltiples celebraciones con recitales, conciertos y operas en homenaje al genio de Salzburgo. Recuerdo que cuando era niño, veía a mi tía abuela Isabel tocar el piano, llamándome especial atención el que unos signos raros impresos en un papel rayado, ¡Se tradujeran en música maravillosa! No me explicaba cómo esos extraños símbolos con palitos y rayitas pudieran traducirse en una música de dioses. “Es Mozart” me decía mi tía abuela. Pienso que allí comenzó mi extraña pasión por la música y digo que extraña, porque la música estaba en mi cabeza, en mi mente, en todo, no me podía desprender de ella. Escuchaba una canción y la reproducía inmediatamente por oído en el piano, en la misma tonalidad y tal como la escuchaba. “El niño tiene oído absoluto” le dijo el Director del Conservatorio de Música en aquél entonces, Don Enrique Iturriaga, a mi maestro de música en el colegio, el gran barítono Augusto del Prado, cuando me llevó a su presencia para que le tocara una composición mía al piano. Todo lo cual motivó que me acercara con total respeto y seriedad, a ese mágico instrumento que en un principio de denominó pianoforte –allá por el siglo XVIII- para luego denominarse simplemente piano.
Tardíamente comencé a estudiar piano y digo que tardíamente porque comencé a los 11 años cuando debí comenzar a los 7. Mi maestra era una pianista extraordinaria, ex alumna de la famosa Academia “Sas-Rosay” fundada en 1929 por el músico francés Andrés Sas y su esposa, la pianista Lili Rosay, en donde se formaron los mejores pianistas peruanos. Hoy lamentablemente ya no existe dicha academia, pues cerró en 1965, pero fue de lo mejor. Gracias a mi perseverancia y vocación, recuperé -para asombro de mi maestra- el tiempo perdido y pude nivelarme a la par de los demás niños. A medida que iba estudiando más, pude ir comprendiendo poco a poco mejor, aquellos curiosos signos, capaces de producir una diversidad infinita de sonidos maravillosos. Definitivamente era un lenguaje celestial. Al poco tiempo, pude disfrutar del privilegio de producir con mis manos al piano, esa música maravillosa de ese genio que se llamó Wolfgang Amadeus Mozart.
Quien escucha por primera vez a Mozart, pudiere pensar que se trata de una música sencilla, fácil, casi pura, como si hubiere sido escrita por un niño y para niños, y efectivamente, se trataba de un niño genio, pero su música de sencilla no tenía nada. Ese niño siempre permanecería en el Mozart adulto y su música. Su padre, Leopoldo, fue su maestro y le transmitió todos sus conocimientos, instruyéndolo desde los tres años en la teoría musical, además de enseñarle a tocar el clavicordio –antecesor del piano- y el violín. Cuentan que Leopoldo derramó lágrimas de emoción y admiración al leer la primera composición escrita por su hijo de cuatro años. Mozart fue un fenómeno, todo un “showman” como se lo llamaría hoy, un genio que fue presentado por su padre en casi todas las Cortes europeas de la época, casi como si fuere un bicho raro. El niño Mozart tocó ante reyes, reinas, príncipes y princesas dejándolos anonadados no sólo por su virtuosismo al tocar el clavicordio sino por la belleza y riqueza musical de sus composiciones.
Por mi lado, comencé a estudiar en un viejísimo piano francés “Erard” de mi abuela materna. Era una reverenda carcacha, pero era lo único que tenía a mano. Sonaba a lata y a resortes rotos. Mi maestra sufría al verme tocar en eso pues muchas teclas no sonaban, o se quedaban pegadas por la humedad limeña –lo cual hacía imaginarme en mi cabeza su sonido- o alguna tecla ¡Sí sonaba! Pero sonaba a lata como a un alambre roto con resortes. A eso había que agregarle que su teclado era muy blando, por lo que mi maestra me hacía hacer muchos ejercicios a fin de lograr un buen efecto y fraseo, tocando con la fuerza necesaria y logrando efectos suficientes para cuando tocara en un verdadero piano de conciertos, como lo fue más adelante. Cuando mi maestra empezó a hacer presentaciones conmigo, era el cielo tocar en un verdadero piano de concierto, con teclado más duro pero de sonido celestial. Años más tarde, heredé el piano bueno de mi abuela –que sin ser una maravilla- ya me permitía estudiar mejor la técnica y las piezas más difíciles. Era un piano de la antigua “Casa Brandes” –hoy denominada “Anders”-, que hoy lidera el técnico Frank Anders en su local de venta y afinamiento de pianos en Miraflores.
Volviendo a Mozart, Víctor Hugo lo definió como “una fuente” y efectivamente lo era. Mozart era una fuente inagotable de música que surgía a chorros de su mente, escribiéndola a toda prisa y en donde estuviere. Por experiencia personal puedo afirmar que sus sonatas para piano son de una belleza sublime, así como sus conciertos para piano y orquesta. Personalmente me quedo con el No. 20 y el Andante del No. 21. Interpretar a Mozart no es fácil. Su música es de una gran delicadeza, requiriendo de un sonido limpio proveniente de una técnica pulcra, además que demanda una gran sensibilidad. Es el toque de la genialidad con algo de travesura infantil. Sus sinfonías son exquisitas y sus óperas únicas. Inclusive, opinan los expertos que, el interpretarlas es una de las artes más difíciles que existen pues su canto requiere de mucho estudio y de una técnica especial. De allí que no cualquiera cante a Mozart.
Su vida fue breve. Murió a los 35 años en plena producción musical. De las 754 composiciones, 26 no han aparecido dejando algunas sin terminar. ¡Cuánta más música habría compuesto de haber vivido más! Pasó penurias económicas muy duras en su adultez. En sus últimos años, le escribió a un amigo: “Heme aquí en una situación que no desearía a mi peor enemigo. Y si usted también me abandona, estoy desgraciadamente perdido, yo, y mi pobre mujer enferma y mi hijo”. Presintió su pronta muerte, especialmente cuando recibió el encargo de un desconocido de componer un Réquiem. Lo tomó como presagio de su propia muerte: “Mi cabeza se pierde, mis fuerzas se extinguen y no puedo apartar de mi vista la imagen del desconocido… Yo prosigo porque la composición me fatiga menos que el descanso. Además, ya no tengo por qué temer nada; siento algo que me confirma que suena mi última hora. Estoy a merced de la muerte. Ha llegado el fin antes de haber dado plena libertad a mi talento”. Mozart falleció la madrugada del 5 de diciembre de 1791, en medio de una horrible tempestad, siendo enterrado a toda prisa, sin que lo acompañara casi nadie, en una fosa común, en el anonimato. Nunca fue hallado su cuerpo.
Por mi parte, continué con mis estudios de piano hasta mi etapa universitaria. Años después, se me presentó una oportunidad única- y pude adquirir un hermoso piano alemán Bluthner cuarto de cola, con el que hasta el día de hoy sigo recordando cada vez que lo toco, a ese gran genio que fue Mozart. Vayan estas líneas en homenaje a este genio musical, al cual escuché desde pequeño y que me introdujo al maravilloso mundo de la música, y al cual luego interpretaría y cuya música nos sigue otorgando un placer divino que, definitivamente, no es ni será de este mundo…