No descarten aún a Donald, por Arturo Garro Miró Quesada

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En dos semanas los estadounidenses elegirán a la persona que sucederá a partir del 20 de enero del próximo año a Barack Obama como líder de la primera potencia económica y militar del planeta. Esta elección tiene en contienda a cuatro candidatos presidenciales, pero solamente dos –Hillary Clinton (Demócrata) y Donald Trump (Republicano)- tienen posibilidades reales de convertirse en el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos.

Todas las encuestas, unas con más margen que otras, dan como ganadora a la ex primera dama (1993 – 2001) y ex secretaria de estado (2009 – 2013) Hillary Clinton. Todas las estadísticas dan a entender que –a quince días de la elección- el triunfo de la señora Clinton es irreversible y que solamente un hecho sumamente extraordinario podría cambiar las tendencias. Pero es aquí donde me permitiré ser aguafiestas y dejar la corrección política de lado.

Ya se está dando como un hecho consumado la elección de la señora Clinton el próximo martes 8 de noviembre, a la luz de todas las encuestas que vienen apareciendo en la prensa de todos los rincones del mundo. Pero un momento. En los últimos años hemos visto que las grandes derrotadas de las elecciones en muchos países a lo largo del orbe han sido las encuestadoras, y de manera estruendosa. Aquí algunos casos que demuestran este punto.

  • Elecciones presidenciales Argentina 2015. Todas las encuestadoras sostenían que habría una segunda vuelta (lo cual pasó), pero que la diferencia entre el primero y el segundo sería bastante holgada, y que el candidato del gobierno, Daniel Scioli sacaría una cómoda votación en la primera vuelta. Efectivamente, el señor Scioli ganó en la primera vuelta –y se tuvo que ir a la segunda vuelta- pero por apenas un poco más de 3%. Al final, el hoy presidente Mauricio Macri ganó la elección por poco más de 2%; y eso que algunas encuestas daban como ganador a Scioli.
  • Elecciones presidenciales Perú 2016 (primera vuelta). Todas las encuestadoras coincidieron en que habría una segunda vuelta, lo cual pasó, y que Keiko Fujimori terminaría ganando la primera vuelta, lo cual también sucedió. Pero lo que no calcularon las encuestadoras, es que la señora Fujimori rosaría el 40% en la primera vuelta, y la diferencia con quien quedó en segundo lugar iba a ser un poco más de 20%. Otra punto en el que las encuestas se equivocaron fue en el voto congresal, en el cual Fuerza Popular alcanzó la mayoría absoluta en el legislativo; las encuestadoras decían que ningún partido de la contienda iba a tener mayoría absoluta en el congreso.
  • Referéndum para la salida o no del Reino Unido de la Unión Europea (BREXIT). Todas las encuestadoras –márgenes más, márgenes menos- daban como resultado que el SÍ a continuar en la Unión Europea se terminaría de imponer, y que no habría nada que temer. El día de la elección, el NO a la Unión Europea ganó los comicios y la diferencia fue tan amplia, que ni los impulsores del referéndum la esperaron.
  • Referéndum sobre el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC. Todas las encuestadoras daban una categórica e irreversible victoria al SÍ al acuerdo con una diferencia de 75% a 25%, y que la sociedad colombiana votaría mayoritariamente a favor; inclusive no esperaron el resultado del referéndum para firmarlo. Con el pasar de los días, el NO empezó a ganar adeptos, y el día de la consulta, está opción se terminó imponiendo; por escaso margen de votos, pero se impuso finalmente. Las encuestadoras no supieron que decir.
  • Pero como estamos hablando de Estados Unidos, pues hablemos de la mayor equivocación que una encuestadora y un periódico pudieran tener. En 1948, el entonces presidente Harry S. Truman (demócrata – y sucesor de Roosevelt en 1945 a la muerte de este), enfrentaba en la contienda al entonces gobernador de Nueva York Thomas E. Dewey. Todas las encuestadoras (entre las que destacaba Gallup) y periódicos estadounidenses daban como ganador indiscutible de la elección al gobernador Dewey. Y como hecho anecdótico, el diario Chicago Tribune, en su portada del día posterior a la elección decía: «Dewey derrotó a Truman». Truman terminó ganando la elección, gracias al impulso que su candidatura tuvo en las últimas semanas de la contienda.

Pero al igual que en las elecciones peruanas, como en las de Argentina, y en los dos referéndums de Colombia y el Reino Unido, hay un factor que no puede subestimarse, el voto escondido o vergonzante. Hoy por hoy en muchos sectores de la sociedad estadounidense está mal visto mostrar una leve simpatía, o decir que se va a votar por el señor Trump el próximo 8 de noviembre; especialmente si eres latino, homosexual, mujer o afro americano. Porque decir que todo un determinado grupo étnico, social o género va a votar en bloque por una determinada candidatura es una falacia. Al igual que en los países tomados como ejemplo para este artículo, los electores estadounidenses –mejor dicho, que estén inscritos para votar- que digan abiertamente que votarán por Trump, son objeto de la más grande aplanadora con tal persuadirlos, así sea a la fuerza, que cambien su voto o que no vayan a votar; no olvidemos que en Estados Unidos el voto no es obligatorio, previamente hay que inscribirse.

Puede que no gane Trump –como todo indica que sucederá-, principalmente por sus propios errores en la campaña, pero de ahí a descartarlo de plano, a dos semanas de la elección, es un poco temerario. Elecciones se han volteado en una semana (Ollanta Humala 2011) o a días (Pedro Pablo kuczynski 2016), y a la elección estadounidense aún le quedan dos semanas; así que cualquier cosa puede pasar. Porque ya que Trump pierda por un margen muy ajustado, también significaría un fracaso de las encuestadoras; y su fracaso sería rotundo, si hipotéticamente Trump se hace con la elección.

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