En un país en donde la noticia circula cada segundo, frente a la muerte de una niña inocente de tres años, se pasa la página con indiferencia. Nadie hace marchitas, ni hashtags.
Ver morir a un hijo debe ser tan terrible que no hay título para el padre / madre que pierde a un ser tan querido. Y no pasa nada.
Lo ocurrido en Santa Anita ayer es una historia conocida. Un cúmulo de coincidencias producto de las cuales una vida creciente dejó de existir.
Al menos dos de estas infelices coincidencias son las que me gustaría traer a colación para enfocar nuestra responsabilidad:
Primera coincidencia: se usaron armas, incluso esta vez, con silenciador. Sería estúpido hoy por hoy que esto sea infrecuente; todo crimen implica casi siempre el uso de un arma. La pregunta del millón es: ¿de dónde salió esta arma? Se supone que alguien la compró y alguien la vendió. Entonces, ¿será que hay un mercado negro de armas? Insisto en el cuestionamiento ¿será que puede ser eficiente intervenir con insistencia y habitualidad estos mercados negros? Pregunto no más.
Segunda coincidencia: se dice que fue un “ajuste de cuentas”. Se tiene la noticia que el delincuente habría estado preso por delito grave; ¿cómo salió libre? ¿algún comerciante le otorgó la libertad? Nuevamente, el sistema de administración de Justicia. Siempre se cree que es solamente el Poder Judicial el quemado, y no. Está también la Fiscalía e incluso el INPE ¿hasta cuándo esperamos que eso cambie? Para variar los pobres padres piden Justicia.
Se rompieron los códigos. También los delincuentes saben que no deben “chocar” con la familia, pero ya ni eso se puede pedir. El Presidente pidió un minuto de silencio y listo. Los demás siguen en su lío. No pasa nada.
Murió una niña. Todos somos responsables.