Veo con desencanto como, 25 años después del insólito triunfo electoral de un producto de la anti-política, la improvisación y el lugar común, hoy se siga empleando el sambenito de “outsider” para identificar a aquellos pre-candidatos que aspiran a ocupar el sillón presidencial. En una democracia más institucional, el sambenito de “outsider” sería más bien un pasivo, empleado para identificar a aquellos oportunistas de la política. No obstante, existen cualidades en la novedad que, en teoría, encarna el outsider, pueden ser capitalizadas en la próxima campaña electoral, aunque se deduce que ésta tendrá que venir de un político con más experiencia.
El papel aguanta todo, y no son pocos los pre-candidatos que se ofrecen como los representantes que se requieren para competir contra quienes hoy se lanzan al ruedo. A diferencia de lo ocurrido en las elecciones de 1990, el problema de fondo para que cuaje un candidato “outsider” está en que el voto de protesta que hizo de Fujimori presidente hoy responde a incentivos distintos.
El votante sí está insatisfecho con la clase política, pero da indicios de buscar o querer soluciones desde dentro del sistema político y que éstas sean proporcionadas por buenos políticos. Al parecer, la opinión pública estaría buscando a ese candidato que sea lo suficientemente distante del establishment, pero que traiga la suficiente novedad e integridad intelectual y política como para distanciarse del discurso único que parece haberse instalado entre los candidatos del “mainstream” electoral peruano.
En ese sentido, es poco audaz ubicarse de manera dirigida y frente a la opinión pública como el “outsider”, al ser éste un espacio en pugna por varios líderes locales. Como parte de la estrategia, es válido posicionarse como el novedoso, pero lo sutil está en trabajar la imagen del candidato para que, espontáneamente, la opinión pública lo asocie con ese perfil. El direccionamiento puede agotar al electorado y generar la percepción de que se trata de una candidatura armada.
Asimismo, es poco audaz posicionarse de manera tan evidente como “outsider” porque le quita el efecto sorpresa a una posible candidatura que pueda generar una corriente de opinión favorable, y tal premisa es válida para los que se presentan como serios hasta los que dicen serlo pero tienen un pasado pintoresco, como Mauricio Diez Canseco. En el pasado hubo varios outsiders prematuros que no supieron manejar los tiempos ni aguantar el calor propio de la contienda electoral, como lo fueron el economista Daniel Córdova, el promotor de emprendedores Nano Guerra García y la economista Mercedes Aráoz.
Por lo tanto, lo distinto para la elección presidencial seguramente vendrá como un rostro relativamente novedoso para la política local, pero será identificado por tirios y troyanos como alguien vinculado a la acción política. Tal premisa se refuerza con lo identificado en una encuesta de GfK en marzo, que recogió la expectativa y certeza de 49% de la población urbana, que aseveró que tiene la percepción de que el presidente que ganará las elecciones no será ni Alan García, Keiko Fujimori ni Pedro Pablo Kuczynski; y que, según cifras de la reciente encuesta Pulso Perú, una mayoría considera que éste idealmente tenga experiencia política (68%) y de gestión en el sector público (57%) (ver:http://www.datum.com.pe/pdf/PUL0415.pdf).
La lectura de este escenario permite inferir que la opinión pública espera un rostro novedoso (lo que no es necesariamente un rostro nuevo), y que tenga experiencia como político y funcionario. Ello da a entender que el candidato no podrá ser un advenedizo ni mucho menos un proponente de la
El Perú requiere de menos outsiders y de más insiders; o en su defecto, insiders con novedad programática de outsider. Si el Perú desea crecer institucionalmente, requiere de candidatos fuertes que hayan seguido una trayectoria política y partidaria. El Perú requiere de un candidato a la presidencia que invite a soñar, que inspire y que a través de su discurso brinde ideas de fondo para un programa de gobierno que aterrice el ideal de un país que aspira y requiere de alcanzar estándares