No me toques el dinero

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Algunas promesas que no valen nada: las de Humala, las de Castañeda, y las de un sinfín de políticos que como pueblo terminamos escogiendo jovialmente. Todos gastan saliva en sus discursos para hablar del futuro brillante de nuestro país, de un Estado justo y limpio, de que en nuestra vida republicana ya es momento de volvernos una nación estable. Pasan los días, los meses, los años, y en nuestro Perú confluyen cada vez más y más conflictos sociales. Hoy, el foco está en Tía María. La presunta revolución prometida sigue en “buenas intenciones” y largos silencios: desde la licencia que le dan a las empresas mineras a pesar del rechazo de los pobladores hasta el amorío histórico del público y el privado, que viven como tuertos en un mundo de ciegos.

En el Perú, el idioma oficial es el español. Pero habría que pensar en añadir otro; la demagogia. El proyecto Tía María hoy se encuentra en tierra de nadie, más que nunca después del mensaje presidencial por parte de nuestro Residente (sí, con R) de la República. Ollanta, entre la tardanza del Poder Ejecutivo, la prisa mediática por echarle gasolina al incendio, y la guerra abierta tanto en Islay como en el escenario político, ha permitido que el proyecto se vuelva un parto largo donde abunda la sangre y la lectura médica no es optimista. Humala, ese político que sostuvo el violín con la izquierda para poder tocarlo con la derecha, diría en el 2011 en Arequipa que “acá se decidirán los proyectos de desarrollo de Islay”. Romanticismo entre nuestro Estado y el pueblo a quien — dicen — representa, pero cuando es cuestión de dinero, el que lleva la cinta presidencial y el que lleva las cuentas siempre van de la mano. Es lógico que se quiera incentivar la inversión, pero ¿a qué Estado de Derecho se refiere Humala cuando nadie confía en el Estado como una entidad válida? Alguien dirá que lo importante es que la economía crezca. ¿Y el desarrollo social? Bien, gracias.

Llegados al punto de la intervención de las F.F.A.A en Islay, con el abuso de violencia por parte de los pobladores, conviene echar un vistazo a nuestra hipoteca histórica. Hace no tanto tiempo, un movimiento subversivo atentó contra el Estado democrático por la apatía del gobierno frente a nuestros problemas sociales. Un tal Sendero Luminoso. Hubo de todo, hasta se cambió nuestra Constitución. Y fueron y vinieron ese sinfín de políticos con promesas vacías para bolsillos llenos. Así es el Estado; cambiarlo todo para que nada cambie. Hoy, Tía María. Mañana, Dios nos salve.

Existe un paralelo entre la época del terrorismo y los conflictos sociales de hoy. Brotan de las mismas raíces; el Estado que, presuntamente, se mete a la cama con los inversionistas, y se olvida de que es el pueblo el que lo elige para que lo defienda, represente y desarrolle. Quizás el proyecto Tía María sea bueno — quizás hasta buenísimo — para el país. Quizás lograría que Islay prospere de manera acelerada. Quizás sea todo lo que Humala, o cualquier otro candidato a presidencia, diga. Pero habría que informar a todos sobre estos beneficios. Y si incluso después de ello la vox populi de Islay manifestara que no, entonces no. Porque sino, al día siguiente es en otro lugar. Y al otro, en un lugar más cercano. Y al final, terminamos potenciando las causantes de un conflicto que hizo que nuestra nación ponga la rodilla al suelo. Es sencillo; en la política, los poderosos tienen lenguas para contentar oídos. Autoridades que prometen que todo cambiará. Y todo cambia, con tal de que no cambie nada. El Estado baila con el pueblo, pero sólo una canción de Serrat, pues el privado mira del otro lado de la pista, celoso; “bien me quieres, bien te quiero, pero no me toques el dinero”.