Nuestro territorio no ha tenido la mejor de las suertes cuando de conflictos se habla. Ha vivido así, según yo, dos grandes saqueos, saqueos realmente históricos. El primero, fue antes de ser conocido como Perú, con la llegada de los conquistadores españoles. El “Perú”, en ese entonces, tal e igual que el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, se aseguró de brindar las cantidades necesarias de oro, plata y otros minerales y piedras preciosas a España y el resto de Europa.
El segundo gran saqueo, ocurrió cuando ya éramos república, ya habíamos nacido como país independiente, en teoría por lo menos, y ese el saqueo que nos importa contar en esta columna. El Perú, algunos dirán que con afán de cumplir con el tratado secreto con Bolivia – yo no soy de esa corriente, pienso que lo hizo por intereses particulares que, definitivamente, le salieron “hasta el perno”, por decir lo menos – entró a la famosa guerra con Chile. Y con la entrada de los soldados chilenos en territorio peruano comenzó la gran historia de nuestros entierros, tapados y fueguitos.
Cuentan los chismes, que tanto las familias como el mismo Estado Peruano optaron por enterrar y tapar sus tesoros. Es así que, el ejército nacional personalmente escondió los tesoros del Estado. Se dice que, los departamentos en donde mayores entierros ocurrieron fueron Junín, Pasco, Huancayo y Huánuco.
Es bastante lógico, entendiendo que lo que más sufrió fue la costa. Y los fueguitos, los fueguitos fueron los espíritus de quienes escondieron su oro y no pudieron vivir para recogerlo. Muchas personas, años después de la guerra, dicen haber visto varias veces pequeños fueguitos salir de la tierra sin explicación alguna. Pero la explicación era simple, graciosa pero coherente, y es que dichos fueguitos se producían a consecuencia de los gases que emanaban de la tierra donde se había un entierro o tapado.
Y como la historia es cíclica y siempre pero siempre se repite, existe un segundo gran momento de tapados o entierros. Hay que tomar en cuenta que estos se daban en épocas de gran temor por parte de las clases altas peruanas. Y es así que, con el gobierno del General Juan Velazco Alvarado regresan estas prácticas de escondite.
Cuando se dio el Decreto Ley No. 17716, con el cual se inició el proceso de reforma agraria, las grandes familias dueñas de tierras comenzaron a esconder sus riquezas. Muchos latifundistas pensaban en algún momento poder regresar por sus tesoros, pero con el paso de los años y la toma de las haciendas por cooperativas y comunidades campesinas, esto, fue imposible.
Lo gracioso de todo, es que conversando con un profesor, este me conto que su tío había logrado pasar de plomero a rico cuando se encontró con un “tapado” en pleno trabajo en cusco.
Esperemos no haya habido nadie que recreara esas prácticas cuando salió elegido Ollanta Humala, o ahora que su hermano Antauro, dice, se prepara para las nuevas elecciones.