No es de extrañar que en las listas de los estrenos más esperados este año figuren un número mayoritario de adaptaciones o extensiones de obras cinematográficas previas en sus distintas formas: remake, spin off, reboot, secuela, precuela, todas parte de una nomenclatura no necesariamente excluyente y de uso cada vez más extendido que ha terminado por parecer, en todo caso, oportuna. Cabe decir también que las adaptaciones y extensiones son propuestas perfectamente válidas para contar una historia y que, además, exceden muy ampliamente las aventuras televisiva y cinematográfica, aunque hayan sido estas las que han popularizado ambas nociones en tiempos de redes sociales, portales web y multicines.
En lo que va del 2017 ya se estrenaron en nuestro país Kong, La bella y la bestia, 50 sombras más oscuras, Lego Batman, Logan, Resident Evil: el capítulo final y, más recientemente, Rápidos y furiosos 8, entre otras. Los meses que aún quedan veremos desfilar por las salas nuevas entregas de Anabelle, Piratas del Caribe, Thor, La Momia, Transformers, Mi villano favorito, Cars, etc. La lista no pretende ser exhaustiva y se trata de una mera ilustración del panorama cinematográfico este 2017. Una visión que puede ser agradable o lo contrario dependiendo desde qué distancia se la mire. Finalmente, la relectura y la exploración narrativa de personajes y universos es un derecho de espectadores y creadores, y parece, además, un intercambio en el que uno que quiere saber más y otro quiere contar más pueden salir igualmente beneficiados.
El problema está en que la lógica que se sigue para la producción y distribución de estas películas es parecida a aquella con que se diseñan las plataformas virtuales más exitosas: la de enlaces infinitos que permiten andar en círculos por horas. Es necesario crear feeds atractivos, complacientes (que se alimentan de y alimentan los propios gustos ya asentados sin desafiarlos), llenos de contenido que sea impactante, que no parezca suficiente y, al mismo tiempo, nunca se acabe. El usuario debe permanecer el mayor tiempo posible. Si se hace clic en un nombre, un banner o una foto y se llega al vacío o a un callejón sin salida, eso es una pérdida. En esa estrecha competencia por la atención, la nostalgia y lo seguro son las rutas más transitadas hacia la consolidación y mantenimiento de verdaderos fenómenos de masas. Se crea, así, un terreno puntiagudo para la experimentación y la exploración, que perjudica igualmente a realizadores y espectadores. La oferta es acaparada por franquicias monstruosas.
En ese escenario poco confortante, por supuesto, caben muchas excepciones, aunque es difícil encontrar algún criterio que las una. Y es que entre remakes, secuelas y precuelas, podemos encontrar no sólo filmes de destacable calidad, sino autores muy lúcidos, que son, en todo caso, indicadores del potencial de las adaptaciones y extensiones de universos fílmicos. Este tipo de producciones, con muchos recursos por lo general, sirven también, pues, para abrir las puertas a nuevos directores o actores, si bien, por otro lado, pueden terminar por absorberlos. No se puede, en ese sentido, mucho más que esperar que el talento encuentre mecanismos para hacerse notar incluso en las condiciones que acompañan las monumentales inversiones que reciben con frecuencia estos filmes.
Sin intentar convertirlo en regla, se podría considerar a la distancia una buena aliada en el orden de las extensiones y nuevas versiones: alejarse en la cronología (propia de la historia, las adaptaciones de una época a otra pueden resultar problemáticas si sólo se busca “refrescar” el filme y no se consideran las posibilidades sociales, geográficas, etc, pertinentes), concentrarse en personajes característicos pero secundarios, enfoques novedosos en la propuesta estética, en el espacio en que se desarrolla la historia, fuerzan a realizadores y espectadores a pensar, también, más y más lejos en direcciones menos evidentes, y a crear y referenciar más que prestar o repetir. Esto sólo a manera de ejemplo. No obstante, todo potencial beneficio, incluso en el camino de la diversión y el espectáculo, se diluye cuando el único criterio para la siguiente entrega de una película (o serie de películas) es el de hacerla más grande, inyectarla con alguna fórmula de acción rápida que, lejos de magia, necesita dólares para cocinarse.