Ódiame por piedad, por Gonzalo Ramírez de la Torre

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No es muy común ver a políticos buscando ser odiados por un grupo de personas. De hecho, lo más normal es que estos busquen hacerse de todo lo contrario y, así, con el afecto de la ciudadanía a cuestas, buscar que ello se traduzca en, digamos, apoyo electoral. El odio, por otro lado, suele ser un recurso desdeñado, aborrecido por políticos que se nutren de los vítores y loas de sus seguidores. Ollanta Humala y Kenji Fujimori, sin embargo, están invirtiendo, aunque de formas distintas, en este inusitado recurso. El retorno que pueda venir de esto solo se verá con el tiempo.

Kenji Fujimori, como describe en una columna publicada en El Comercio con tono de parábola del Nuevo Testamento, aprovechó una visita que le estaba haciendo a su padre para hacer lo mismo con Ollanta Humala. Según cuenta el congresista, el predecesor de PPK reaccionó con sorpresa ante la presencia de uno de sus otrora rivales políticos y, luego de que este lo abasteciera de frazadas y un sándwich preparado por el mismísimo Alberto Fujimori (cabe una mención aparte a la ironía de que Humala se alimente con algo preparado por quien fue su némesis político), tuvieron una conversación muy amena.

El gesto sorprende, sin duda. En su momento, Ollanta Humala no se ahorró duras críticas contra Alberto Fujimori y Fuerza Popular, el partido de Kenji, nunca se ha ahorrado pullas a la hora de hablar de Humala. Ciertamente la acción tiene mucho de cálculo político y seguramente muchos ciudadanos han reparado en ello, empero, la reacción que han tenido algunos representantes del fujimorismo parece ser justamente la que el benjamín de los Fujimori estaba esperando.

Úrsula Letona fue una de las que pisó la mina. La congresista se dispuso a aseverar que ella no visitaría a Humala y, también, que Kenji “debería explicar las razones que lo han llevado a realizar esta visita”. Así, la bancada, una vez más, no hace más que alimentar el juego de Kenji Fujimori. Así, advirtiendo la intención política de su correligionario, Letona da la impresión de que para ella no existe posibilidad de que en política se pueda hacer algo por bondad ¿qué mala, no? Ciertamente tiene razón, pero ante el ojo de la opinión pública y en un marco donde se habla de pasar la página, el fujimorismo queda parado como el que se rehúsa a agitar manos y como una agrupación, más bien, ávida de venganza hacia los viejos rivales. Kenji Fujimori, por otro lado, a pesar de lo indudablemente tendencioso de su actuar, queda como un pacificador.

El gesto de Letona es tan torpe como el cometido por Fuerza Popular en general cuando se abrió un proceso disciplinario contra el parlamentario en cuestión ¿Qué mensaje dieron? Que en la bancada no se puede alzar una voz disonante y que la cúpula dueña del poder en el partido aplastará todo conato de rebeldía. Sí, quizá la medida tiene sentido con las reglas del partido, no obstante, políticamente alza a Kenji Fujimori como una víctima del autoritarismo fraterno.

Así, mientras más odio reciba Kenji Fujimori por sus hazañas, mejor parado queda políticamente. Sus compañeros de bancada, si en verdad quieren mellarlo políticamente, deberían optar por ignorarlo y, de esta manera, privarlo del oxígeno que el odio le proporciona. Y es que cabe recordar que hoy por hoy, para muchos ciudadanos, Fuerza Popular es el matón del hemiciclo, ver cómo se pegan entre ellos mismos les hace un flaco favor en lo que respecta a deshacerse de dicho estigma.

Con Ollanta Humala sucede algo parecido, solo que el aparente odio viene de forma distinta. En su caso este llega desde el poder judicial y el afán de este por, finalmente, utilizarlo como ejemplo de mano dura. De esta manera se le da una cuestionable prisión preventiva a la que él y su esposa se entregaron con presteza. Y esta voluntad por acatar lo dictado por la justicia, y al mismo tiempo el empeño por hacer notoria dicha voluntad, demuestra que ellos se saben aspirantes a mártires políticos. Con el paso del tiempo, si las autoridades no son céleres a la hora de procesar a la expareja presidencial y estos salen libres, resurgirán de las cenizas políticas como aquellos que fueron apresados injustamente. Una vez más, el aparente odio hacia los Humala sería el oxígeno que nutra su futuro. Queda clarísimo, por la actitud tomada, que a eso juega la pareja.

No se equivoque, por lo que se sabe, yo soy uno de los primeros que quiere ver a los Humala purgando pena por los crímenes que se les imputa, pero así, no. La medida empeñada se siente como si se hubiera utilizado una granada para matar a una cucaracha. La ciudadanía percibe un exceso de fuerza que se puede traducir en réditos políticos.

Así las cosas, un tema de conversación que pudo haber entretenido a Kenji y a Ollanta durante su reunión en la Diroes, ciertamente pudo haber sido esto que tienen en común. Ambos políticos no  desdeñan el odio que hoy les otorgan distintos grupos de la sociedad peruana y es que saben que de este puede surgir su capital político del futuro.

Hoy, el odio no solo termina siendo una muestra de piedad, sino, también, un regalo harto provechoso.

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