Esta semana nuevamente Mario Vargas Llosa ha sido noticia, esta vez no en relación a su invernal y escandaloso amorío con una trajinada profesional del mundo del vivir bien sin hacer nada, sino porque ha declarado muy suelto de huesos que Ollanta Humala es el mejor presidente que ha tenido el Perú.
Y lo ha declarado no en Hola, Corazón Corazón o alguno de los programas o revistas del corazón de los cuales hoy es emocionado protagonista, sino en una entrevista, digamos, seria, con Andrés Oppenheimer.
Evidentemente, el Marqués ha dicho lo que ha dicho porque se empecina en reafirmar que el respaldo que le dio a Humala fue correcto para evitar que Keiko Fujimori ganara las elecciones el 2011.
Según el actual affaire de la Preysler, Humala ha sido el mejor presidente del Perú porque ha defendido la democracia y ha seguido el modelo económico. Y ya está. Bien simple. Entonces, es el mejor presidente y punto, y la gran mayoría de peruanos que pensamos que puede llegar a ser uno de los peores, cometemos tamaña ignominia producto, seguramente, de la ignorancia en la que vivimos nuestra contenta barbarie, como diría Alvarito.
Pero el odio de Vargas Llosa a los Fujimori (porque a estas alturas es una realidad y no sólo un lugar común ) fue más fuerte que la sospecha (¿o no?) de que Humala fue un agente de Montesinos que creó el “levantamiento de Locumba” única y exclusivamente para que el Doc pudiera escapar en el velero Karisma. ¿Qué hacía sino Montesinos coordinando telefónicamente con el cuartel perdido en Tacna?.
Tampoco recuerda Marito a los muertos y torturados de Madre Mía por el Capitán Carlos. Algo, digamos, curioso por decirlo menos para quien encabezó una comisión que investigó el asesinato de 8 periodistas y su guía en Uchuraccay en 1983. No hay lugar tampoco en la hoy afiebrada cabeza del Nobel para los policías muertos en el Andahuaylazo, cuya autoría intelectual reivindicó el propio Humala, aunque horas después cobardemente negara sus propias palabras. Menos aún existen los millones de dólares de los que dan cuenta las agendas de Nadine Heredia que han ido a parar a cuentas bancarias familiares en Suiza, Luxemburgo y París. ¿Pese a eso sigue siendo el mejor presidente? Parece que sí.
No cabe entonces mencionar siquiera los escandalosos contratos de obras públicas entregadas a dedo a empresas brasileras, cuyos dueños y principales directivos han sido ya condenados por corrupción o vienen siendo procesados por ello. No hay nada oscuro cuando las agendas de Nadine dan cuenta de reuniones con los peces gordos de tales empresas y testigos hoy revelan la entrega de cuantiosas sumas de dinero “para la campaña”.
Para el otoñal amante que en todo el gobierno Humalista no se haya producido una sola inversión privada relevante no desmerece los méritos del mejor presidente del Perú. El hecho de haber exacerbado el odio entre los peruanos enfrentándolos por la inversión minera no es algo a destacarse. Varguitas se olvida del “Agua sí, oro no”, se olvida de Conga, de Tía María y hoy de Las Bambas, apartando de su aristocrática memoria a los muertos que tales revueltas traen aparejados.
Un país que con suerte crecerá al 2.4% según el FMI, luego de tener tasas de crecimiento del 7% al inicio de su gobierno, resumen una gestión brillante para nuestro más distinguido escritor. Un país en el que el mejor presidente sencillamente no gobierna y ha abdicado en su esposa esa tarea. Un país en el que los peruanos tenemos nuevamente miedo de salir a las calles porque podemos morir por el estallido de una granada de guerra o a manos de los delincuentes de acechan nuestras ciudades con absoluta impunidad. Un gobierno que carece de organicidad, en el cual cada ministro hace lo que le viene en gana, algunos pensando en el bien común, y otros pensando en los réditos que tal o cual acción le supondrán. Un país que viene siendo hábilmente sembrado de bombas de tiempo sociales por parte de terroristas disfrazados de antimineros que les reventarán en la cara al nuevo gobernante.
Ese es el país que nos deja el mejor presidente del Perú. Ese el país que don Mario Margas Llosa le regaló a los peruanos con su respaldo en 2011 y que hoy ratifica sin tapujos.
Claro, al final sólo somos los peruanos que no lo elegimos en 1990 y decidimos colocar en Palacio de Gobierno a un japonés que ni siquiera hablada correctamente el castellano. Somos los peruanos que luego del 5 de abril de 1992 aprobamos en más del 80% el autogolpe, validamos una nueva Constitución en 1993 y reelegimos no una sino dos veces más al mismo japonés autocrático. Eso trasciende cualquier comentario que hace Vargas Llosa sobre el Perú.
Hay ahí un odio añejo y tan enraizado que contamina cualquier cosa que diga sobre nuestro país. Un odio tan visceral que sólo puede haberse gestado en las entrañas de un ser oscuro, atormentado por sus complejos y acosado por sus propios demonios, que hoy vive libremente entregado a sus más mundanos y carnales vicios y placeres, mientras que el Perú se sigue jodiendo.
Al final qué podemos espera de un hombre que, como el mismo escribió, abomina de su propio país y que ha cumplido su sueño de vivir lejos de él y hoy, verlo involucionar a la distancia desde la calidez de los brazos de su ocasional amante.