Odio no, por René Gastelumendi

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El nefasto papel de las autoridades electorales y del actual congreso al debatir y aprobar, a la mala, las normas que rigen esta campaña, es decir el rol de las instituciones en este proceso (vaya ironía), ha encendido la confrontación. Un incendio que se pudo haber evitado si es que estuviesen todos los candidatos aún en competencia. En la práctica, se les ha privado a los ciudadanos de una alternativa para canalizar su rechazo, su oposición y su protesta (no quiero escribir  odio, pero lo escribo) mediante el voto democrático.

Insisto, ha primado la legalidad selectiva por sobre la legitimidad. Esta energía ha quedado contenida, reprimida,  y corremos el riesgo de que se desahogue con agresiones, con violencia. Desgraciadamente estas elecciones han vuelto a polarizar al país en torno al fujimorismo y, tomando en cuenta que ya van más de 15 años de democracia, el asunto perturba demasiado. Durante todo este tiempo hemos tenido tres presidentes de otras tiendas políticas. Quiero decir que, hasta el momento, después de la caída de la dictadura de Alberto Fujimori, la voluntad de la mayoría ha relegado al fujimorismo  al poder legislativo en donde, sin embargo,  se ha mantenido vigente debido a que ha estado representado por una bancada numerosa e influyente y ahora Keiko tiene más del 35% de las preferencias.

Quiero decir que el fujimorismo, más allá de su evolución-porque la tiene- de las diferencias entre padre e hija -si es que en verdad las hay- está vivo, tiene buena salud, existe y ya no lo podemos devolver por lo que muchos consideramos un defecto de fábrica, un pecado original. Existe y tenemos que aceptarlo porque aceptar al fujimorismo, aunque duela, es aceptar al otro, es aceptar al que piensa diferente,  en favor de la convivencia. No es saludable que sigamos dividiendo al país, al mundo, entre buenos y malos a partir del fujimorismo. Y lo que es peor, a partir del odio o el amor que sentimos hacia el fujimorismo. Es terrible, pero a eso nos han vuelto a conducir, carajo.

Los más intransigentes, a ambos lados de esta pared naranja levantada entre peruanos, debemos terminar nuestro luto. Empezar a tolerar pensamientos, valoraciones y concepciones discrepantes de los hechos, balances distintos de la historia reciente. Entendámoslo, asumámoslo: no se puede eliminar a lo diferente y, si así lo queremos a toda costa, pues algo no anda nada bien en nuestra mente, en nuestro interior. Cerremos heridas, que salga la pus, sigamos cada uno con nuestra filosofía, con nuestros idearios, con nuestros dioses, con nuestra tabla de valores, y no pretendamos adoctrinar, evangelizar al otro. De mantenernos intransigentes, en nuestras trincheras, la consecuencia será la persistencia de una guerra fría entre compatriotas que vivimos juntos, en el mismo espacio. Que nunca superemos el «estás conmigo o estás contra mí». Que no sanemos jamás.

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