Pasó agosto y, casi junto con él, la vida de Oliver Sacks. El neurólogo inglés procuró que su trabajo fuese un punto de encuentro entre la ciencia y el arte. Sus libros, que suelen relatar diversas patologías y cómo sus portadores lidian con ellas en un marco no ficcional, tuvieron mucho éxito en algunos casos, siendo incluso adaptados en piezas teatrales, documentales y películas. Awakenings, la película de Penny Marshall de 1990, es la adaptación del libro del mismo nombre de Sacks y acaso el más conocido. El film, que recibió tres nominaciones a los premios de la Academia ese año, cuenta, entre sus virtudes más saltantes, juntar a dos de las figuras más prominentes de la industria cinematográfica norteamericana: Robin Williams y Robert De Niro.
En Awakenings, Sacks es representado en el personaje de Malcom Sayer, un neurólogo también, aunque americano, que llega a un hospital de pacientes psiquiátricos crónicos en el Bronx, en la ciudad de Nueva York. Sayer, personificado por Williams, se ha dedicado a la investigación, sin tener demasiado contacto con pacientes debido, en buena cuenta, a su dificultad social. El trabajo al que aplica en el hospital, sin embargo, requiere un trabajo de piso que ha eludido al neurólogo desde su residencia. Es interesante notar que, aunque la dificultad que tiene Sayer con las personas se puede reflejar en incomodidad al proceder en determinadas situaciones sociales, o reticencia al verse involucrado en distintos rituales, nunca es arisco, sino todo lo contrario. Se trata de una condición de estar a la que, quizás, y sobre todo en la actualidad, se le podría hacer un diagnóstico de algún tipo, pero que Sayer describe con simpleza cuando eventualmente afirma no ser bueno con las personas, aunque le agradan.
Los pacientes a los que se refieren tanto el libro como la película son catatónicos, se muestran inmovilizados, atrapados en sus cuerpos. El estado en que los habitan, su percepción y consciencia es una de las interrogantes que la historia plantea. Si se trata de una cuestión humanística en un marco médico, o viceversa; o de un equilibrio amparado en las posibilidades de la narración es otra pregunta a la que Sacks, seguramente, esperaba que nos enfrentemos y también, por qué no, a cuál de las dos vale más responder.
Como científico, Sayer es curioso. Es, además, víctima de una debilidad por las letras que si bien no se explicita, se puede inferir de su sensibilidad, su manera de observar lo que lo rodea y la forma en que teoriza sobre lo que le ocurre a los pacientes. Entre los cuales se encuentra Leonard Lowe, interpretado por De Niro, quien, como muchos otros en el hospital, evolucionó a su estado catatónico sin un móvil aparente y ha pasado largos años con una diagnosis poco clara y sin posibilidades de tratamiento. A través de una nueva droga experimental, que Sayer prueba primero en Leonard, una serie de despertares milagrosos tienen lugar, y personas que simulaban naturaleza muerta son devueltas a una vida. El filme se vale del principio transcendental de despertar a la vida para poner sobre la mesa temas, sentimientos, hechos y reflexiones que probablemente podrían, con igual destreza, explicar el arte o la ciencia.