[OPINIÓN] Cortázar y el juego literario
Existen dos tipos de escritores: los que nacen y los que se hacen o se forman. Nadie podría dudar que el genio literario de García Márquez es distinto al de Vargas Llosa, quien afirmó que le costaba muchísimo escribir. Julio Cortázar es un caso enigmático porque se mantiene en el medio de los dos tipos de escritor. Vaya a saber si es que su infancia enfermiza, rodeada de libros, amanecidas y lecturas solitarias, fue creando en él un espécimen raro del mundo literario. A los nueve años escribió su primera novela, catalogada por él como lacrimosa, y algunos poemas, y su familia sospechó de que era un plagio porque no podían creer que él los había escrito, pista que nos hace entender que él tenía el don por naturaleza.
Sin duda, Cortázar revoluciona el ámbito literario, no solo en la forma de escribir sino también en el ámbito de los conceptos académicos. Para Julio la literatura es un juego, pero un juego como el de los niños, serio, profundo, imaginativo y que hace que todo lo demás a su alrededor sea trivial. Así compone su literatura, como un juego, cuyos ambos participantes son el lector y el narrador cortaziano, dotado de una inteligencia particular capaz de tomarle el pelo, volverse un amigo íntimo, o serle infiel al lector. Rayuela es un ejemplo muy claro, el capítulo 68, lleno de palabras inventadas donde el lector deberá entenderlo a través de sensaciones. O Casa Tomada, para mí uno de sus mejores cuentos, dónde deja a la imaginación del lector qué es lo que va tomando la casa. Tal vez por eso es que la obra de Cortázar pervive en la memoria incluso más tiempo que otros libros formidables.
Es un escritor con mundo propio, quien lee a Julio será invitado a ingresar a una realidad distintas, con códigos propios, características únicas, personajes enigmáticos (como la Maga), extraños, bohemios. Difícilmente se encontrará algún escrito aburrido. Sabía manejar perfectamente el lenguaje y, justamente por eso, tenía la potestad de jugar con él, inventar licencias, deformar palabras dándoles un sentido distinto. Irónicamente, en su tiempo, fue muy criticado por eso en el ámbito académico pero, actualmente, nadie podría negar que Cortázar acertó, el escritor es también un impulsador del lenguaje, un creador de nuevas formas, de estilos. El escritor, entre otras cosas, debe romper el orden establecido y buscar caprichos donde parece imposible. Como historias de Cronopios y de Famas, textos cortos, complicados de entender, pero que son un juego literario. Además, fue un hombre que cuidaba mucho el uso de la palabra, sus cartas lo demuestran, íntimas, formales, de una intelectualidad profunda.
Su compromiso con la literatura no solo lo llevó escribir, fue traductor oficial de los cuentos de Edgar Allan Poe, escritor que él admiraba desde la juventud, vale decir que dichas ediciones superan en calidad literaria a las traducciones que se hicieron después; es decir, supo (tal vez por su labor como escritor) mantener el sentido original de las palabras. Quien haya escuchado las entrevistas de Cortázar comprenderá, además de que era tímido, que era una persona que vivía la literatura con una gran intensidad. Se sentía muy argentino pero comprendía que era un ciudadano del mundo y que el arte no tiene fronteras. Se consideraba un revolucionario de café, incapaz de tomar un arma por sus propias manos.
Cortázar, al igual que Borges, tienen el privilegio de formar parte de la cúpula intelectual de los no nobeles que, en muchos de los casos, superan a los que sí recibieron el premio, muchos olvidados al día de hoy. Es indudable su trascendencia y su legado. Julio Cortázar, amante de los gatos, del jazz y del juego, sigue, a sus 101 años, siendo la inspiración, de muchos escritores jóvenes. Y, lo que es más importante, sigue siendo un amigo íntimo que nos invita siempre a participar de su juego literario.