[OPINIÓN] Cuando la libertad está enferma

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Con fecha 24 de mayo, el Papa Francisco ha atraído una vez más el interés de la opinión pública internacional y nacional con la publicación de la encíclica Laudato si, llamada a continuar la Doctrina Social de la Iglesia: “La gran riqueza de la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la humanidad” (n. 216).

La encíclica tiene la huella de Sudamérica: “Necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral” tal como hemos reclamado tanto los ciudadanos de América Latina; como también tiene el impacto de la crisis económica del viejo continente, cuando afirma la necesidad de “un diálogo interdisciplinario [sobre] los diversos aspectos de la crisis” (n. 197).

A unos y otros reprocha que “muchas veces la misma política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada, trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar” (n. 197).

Pero más allá de las legítimas y libres interpretaciones prácticas de la docencia magistral pontificia, que no dejan de ser opiniones coyunturales, la encíclica se eleva al plano principista de la doctrina cristiana, continuando el espíritu profesoral de su antecesor: “La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo.” (n. 155).

Francisco suma, a la defensa de la verdad–contra el relativismo–y del bien–contra la destrucción-, la defensa de la belleza de la Creación. Dice a la humanidad que la libertad está enferma y que no se puede corregir a Dios, sino, al contrario, adorarlo desde la mirada a la obra divina, con los ojos agradecidos de san Francisco de Asís, uno de los santos emblemáticos de la Iglesia, y más queridos del Papa.

Un hecho incidental se torna significativo. La Agencia Internacional de Energía publicó un informe especial sobre la energía y el cambio climático, como documento preparatorio para los responsables políticos a tomar medidas en las reuniones del clima de este diciembre en París. Lo hizo un día antes de las primeras fugas del texto de la encíclica Laudato Si, sobre el cambio climático y el medio ambiente. Las coincidencias de pensamiento entre ese documento internacional y la encíclica mundial son tan llamativas, que la revista inglesa “Nature”, en su último número del 19 de junio, ha hecho un cuestionario de diversos textos, invitando a sus lectores a decir cuáles son de la Agencia Internacional de Energía y cuáles del magisterio pontificio, porque son similares. Es difícil acertar.

No es la primera vez que pasa algo de este estilo. Cuando León XIII publicó la primera encíclica social moderna, la Rerum Novarum, el 15 de mayo de 1891, la Organización Internacional del Trabajo declaró que hacía suyo el texto de la encíclica, por encontrar que la doctrina de la OIT y de la Iglesia eran similares. Cuando los organismos internacionales se aproximan al derecho natural, aciertan, y se acercan al contenido de la doctrina social de la Iglesia. Hoy como ayer.