“¿Es un golpe de Estado?” se pregunta el ex presidente Alan García en su cuenta de Twitter. Lo hace desde Madrid, la ciudad que eligió para su destierro auto-infligido y con la seguridad de que sus comentarios remecerán la política en el Perú. Y lo hicieron. Un poquito. Con la intensidad con la que un niño, con su soplido, altera el fuego de las velas que decoran su torta de cumpleaños.
Y es que ¿qué más podrían hacer las palabras de Alan García si no afectar muy sutilmente la política nacional? Claramente ya no estamos ante el mismo hombre que conquistó a los incautos en 1985 y que nos salvó de un Humala de polo rojo en el 2006. El de hoy es el García que fue humillado en el 2016, el que vio su vetusta estrategia política, de resaltar la oratoria y la experiencia, ser rechazada vilmente por los votantes. El ex mandatario es una reliquia viviente, oxidada y muchas veces olvidada, de nuestra historia.
¿Quiénes han reaccionado a los rumores de golpe iniciados por García? En primer lugar, como era de esperarse, están sus siempre leales acólitos. Difícilmente podríamos haber esperado ver a un aprista negándose a hacer eco de lo aseverado por su líder, quizá por miedo a una de sus comunes pataditas o porque, ya deformados por su admiración, le creen todo lo que dice.
También lo han secundado los “analistas políticos” que ya venían exponiendo una tesis parecida desde sus propias plataformas, los mismos que, desde que Keiko Fujimori perdió en el balotaje, no han ahorrado en teorías conspirativas –y desvergonzadas mentiras– para atacar al gobierno. Para ellos, que la sugerencia de un golpe de Estado venga ungida con la marca de un ex presidente, debe haber sido como un adelanto de la navidad… (Pero, hoy, dadas las circunstancias ¿qué valor tiene la marca de un ex jefe de Estado?).
Sin embargo, existen dos posibles hipótesis para explicar las acciones del líder aprista. En primer lugar está la más difundida: Alan García está adelantándose al riesgo de que él también se vea en una circunstancia parecida a la de Keiko Fujimori. Por ello quiere difundir la idea de que el gobierno está manejando al Poder Judicial a su antojo para castigar a los opositores.
La segunda hipótesis es por la que yo me inclino: García ha querido llamar la atención. El ex mandatario se siente estrangulado por el fantasma de su irrelevancia política. Hoy en día ¿quién lo ve como un referente? Al ex candidato presidencial ya no se le ve como esa fuerza de la naturaleza que detenía el tiempo con su labia (nadie ha vuelto a decir “no lo escuches que te convence”), no se le ve como un líder sensato al que hay que seguir. Hoy en día, Alan García Pérez es solo un ex presidente más al que se le vincula con el caso Lava Jato. Es el que, permitiendo un contubernio con el fujimorismo, ha trapeado el piso con el partido –alguna vez ilustre– de Victor Raúl Haya de la Torre.
¿Fue irresponsable lo que dijo? Sí, pero no mucho. Hubiera sido irresponsable si el que lo dijo empuñara un poder de convocatoria como el que el Apra tenía hace unos años. Pero hoy, lo dicho no es más que un lamentable síntoma de la decadencia de un partido antiquísimo y de su líder.
Así, el rumor de golpe no es más, en este caso, que un aviso. Un aviso de que Alan García ha tocado fondo.
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