Opinión Pública muda ante COVID-19, por Federico Prieto Celi

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Después del flujo informativo mundial sobre el COVID-19 durante el primer semestre de 2020 tenemos un caso típico de confusión entre el resultado de decir la verdad: transmitir los hechos ocurridos; y transmitir el resultado de la interpretación ideológica de un conjunto de ideas al servicio de intereses. Sin entrar en interpretaciones políticas ni científicas que inmediatamente pondrían a los lectores a favor o en contra de cada hipótesis, hagamos un trabajo de análisis de opinión pública internacional. Hay, digamos especulativamente, dos líneas de transmisión, con respecto a la pandemia de COVID-19.

Una línea es seguir los dictados de la Organización Mundial de la Salud, la Organización Panamericana de la Salud, el ministerio de Salud de China (que es donde se originó la epidemia) y los protocolos que, tomando en cuenta las recomendaciones de los organismos citados, adoptaron la mayor parte de los gobiernos de las naciones. La otra línea es la de los médicos independientes que siguieron la praxis tradicional para este tipo de enfermedades, con las previsiones que se toman en dichos casos, por supuesto teniendo en cuenta los antecedentes y circunstancias de cada uno.

Siempre en el terreno teórico, supongamos que la primera línea de acción, mayoritaria, haya tenido un resultado desalentador: más de medio millón de muertos en la tierra y una pérdida económica terrible, con las secuelas de desaliento por la desocupación y la pobreza extrema; mientras que la segunda línea de acción, minoritaria, haya tenido un resultado estupendo, que no se advierte a primera vista, por el mismo hecho de ser minoritaria.

Siguiendo con el imaginario juego de contraposición teórica, supongamos que la primera línea de acción produzca temor y la segunda sosiego. Lo lógico sería, si este fuera el caso real, que quienes defendían la primera línea se pasaran a la segunda línea de acción, pero que gana en la opinión pública internacional, incluida en los gobiernos, la primera línea de acción, con todas sus consecuencias negativas.

Los periodistas detectamos entonces que la opinión pública natural ha sido afectada. La opinión pública es, según clásica definición de Pío XII, ‘el patrimonio de toda sociedad normal compuesta de hombres que, conscientes de su conducta personal y social, están íntimamente ligados a la comunidad de la que forman parte. La opinión pública es en todas partes, en definitiva, el eco natural, la resonancia común, más o menos espontánea, de los sucesos y de la situación actual en sus espíritus y en sus juicios’.

Pero cuando es afectada, ocurre lo que decía el papa: ‘Allí donde no apareciera manifestación alguna de la opinión pública, allí, sobre todo, donde hubiera que registrar su real inexistencia, sea la que sea la razón con que se explique su mutismo o su ausencia, se debería ver un vicio, una enfermedad, un mal de la vida social […]. ¿Quién no adivina las angustias, el desorden moral a que este estado de cosas lanza la conciencia de los hombres de la prensa? […]. ¡Situación lamentable! Tan deplorable y tal vez más funesta todavía por sus consecuencias es la de los pueblos donde la opinión pública permanece muda, no por haber sido amordazada por una fuerza exterior, sino porque le faltan aquellos presupuestos interiores que deben hallarse en todos los hombres que viven en comunidad’ (Roma, 17 de febrero de 1950).

¿Es esto realmente lo que pasa en el mundo? ¿Por qué?

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