– Oye, ¿qué te pasa? ¡Respeta a las mujeres! –le gritó Ale. No pensábamos que se iba a meter, pero lo hizo. Por eso tuvimos que respaldarla con un “¡Sí!”, o un “¡Qué cobarde!”
– Tu cállate, ¿qué te metes? –dijo, achorado, el sujeto a Ale–¿Es tu asunto? ¿Ah? ¿Ah?
Y es que el error de Ale fue meterse en el conflicto. Desde entonces, el hombre no ha parado de gritar e insultarnos a las cuatro. Estamos aquí Ale y Xime, sentadas adelante, y Mariana y yo, detrás. Nosotras vimos cuando el tipo de capucha, con tatuajes en los brazos, además de un expresivo rostro de enojo y ojos hinchados tiró una violenta bofetada a la cobradora del bus. Para esto, ella intentaba desde hace rato cobrarle el pasaje. Él no quiso pagar porque es de aquellos “vivos” que les gusta fingir haber pagado. Pero la cobradora no es ingenua. Ella venía exigiendole el pasaje desde hace hora y media, pero él, para variar, la ignoraba. Esto colmó la paciencia de la mujer, quien hasta llegó a amenazarle de bofetearle. Cuando dijo esto, el tipo de capucha también colmó su paciencia y actuó.
– Así se tira una cachetada, a ver, hazlo pues–ordena el sujeto a la cobradora, después de haberle demostrado cuán fuerte pueden golpear los hombres. El golpe causa que ella se quede inmóvil del susto.
-¡Cómo vas a golpear a una mujer! ¡Cobarde! ¡Malnacido!–vuelve a entrometerse Ale.
-Fueeera, cojuda, no jodas. No es tu problema, ¿OK?
-Desgra…
-¡Qué te calles! ¡No es tu problema!–interrumpió gritando el sujeto.
Inmediatamente, otras mujeres que están sentadas cerca de él se paran en el pasillo. Temen que algo les pase. Yo ya no miro hacia atrás porque me he quedado asustada de ver tanta agresividad pura a sólo unos centímetros de distancia. Sin embargo, también tengo una extraña sensación de soledad, de vulnerabilidad. Y pese a que el bus está casi lleno, esa sensación me advierte que un golpe me caerá en cualquier momento porque soy la que está en el asiento del pasillo, la que está más cerca a la cobradora del bus y por lo tanto, la más cercana al agresor.
Inquieta por eso, decido voltear.
La mujer dejar caer unas monedas que tiene en la mano. Ha perdido el control de sí misma porque un enorme dolor crece en una de sus mejillas. Está roja. Mientras tanto, Ale continúa haciéndole el pare al agresor.
– Eres un fracasado, estás loco–le dice Ale.
– ¿Ah sí? Prefiero ser un loco que ser una cojuda–le responde el hombre.
-¡Imbécil! Gente como tú no vale nada. No vales nada porque no respetas a una mujer, desgraciado–Ale responde con una voz más indignada e impaciente.
-Mira cómo hablas–continúa el sujeto con un tono cachaciento–después las mujeres se quejan del feminicidio. Ustedes siempre provocan la violencia. Es increíble que me digan “loco”, “abusivo”, pero ustedes nunca se ven a sí mismas, ¡cojudas!
¿Qué está hablando? ¿Lo dijo en serio? ¿En realidad dijo “feminicidio”? De pronto, entre el vaivén de insultos y discusiones, la cobradora vuelve en sí, se inclina para recoger sus monedas y yo la ayudo. Ella, agachada, volteó hacia mí para que le entregue el “sencillo” que cayó cerca a mis pies y, en el cruce de miradas, sin esperarlo de ninguna manera, me contagia algunas lágrimas con absoluta facilidad. Es como si ya hubiese tenido esta experiencia antes. Y creo que sí, yo también me he enfrentado a una situación similar, pero nunca me han golpeado.
– Señora–no digo “cobradora”–llame a un policía.
Ella asiente.
De pronto, regresa a la parte delantera del vehículo y el chofer no le pregunta nada. Él denota su indiferencia, porque lo que más quiere es llegar a la cuota mínima de pasajeros diarios. Y eso, pues, está bien. Y los demás pasajeros sólo quieren llegar a su destino sin ningún problema. Y eso, pues, ¡está bien! Pero, ¿son capaces de ignorar lo que sucede a su alrededor?
Un ambiente silencio se genera, entonces, en el microbús.
Conforme nos vamos aproximando a un paradero muy transitado, mis amigas y yo buscamos por la ventana a un policía, pero nada. El bus se detiene y sube apenas un nuevo pasajero que se sentó detrás de mí. Por su parte, la cobradora busca a cualquier agente del orden, y si fuera mujer, mejor, porque quizás comprenderá, como yo, su trauma.
Desmotivado por sólo recoger a un pasajero, el chofer arranca y vuelve el ambiente tenso. Entonces, el agresor se queja en voz alta sobre lo que había pasado. De rato en rato dice lo siguiente: “Los hombres siempre somos los malos”, “Cualquier cojuda puede hacerse la víctima y el hombre queda mal parado”, “Siempre tenemos la culpa”, “¡Cojudeces!”
El pasajero que se sentó detrás de mí me preguntó desconcertado, “¿qué paso?” Y nosotras le contamos todo.
Repentinamente, el tipo se levanta de su asiento y pide detener el vehículo para salir. Desde afuera, el sujeto enuncia una serie de insultos acompañados de insinuaciones sexuales, pero preferimos no escucharlo y seguir contando la historia al pasajero, quien por cierto, dijo que la publicaría en Lucidez.
Y sí, esto sucedió el 25 de junio a la 1 pm. en nuestro querido Perú machista.