Cuando era más joven solía escuchar que de todos los males que agobian a las personas existían dos en particular, de los cuales me tenía que cuidar puesto que la combinación de ambos podría ser fatal si no se logra ver una situación desde los zapatos de otros. El orgullo y el poder juntos pueden hacer que uno se encierre en sus ideas y, al alejarse de las críticas como de los hechos que lo retan o refutan, utilice el segundo para mantener a flote el primero.
La Revolución Bolivariana está condenada y eso se viene diciendo desde 1999. Sin embargo, logra encontrar la manera de sobrevivir y, al igual que un virus resistente, mata desde adentro lo que alguna vez pretendía proteger. El sistema no funciona y el modelo ha fracasado, lo sabe todo el mundo excepto Nicolás y los fieles seguidores del difunto Hugo Chávez. Es tan poco creíble que las personas en el Gobierno ignoren esta realidad y es por eso que resalto lo anteriormente mencionado: el uso del poder para acreditar y sostener un modelo que no solo representa lo que es: “un modelo”, si no el hecho de que Nicolás, Hugo Chávez y todos los que estuvieron con él se equivocaron, el problema es que para aceptar eso hay que ponerse en la piel del pueblo, de aquellos que hacen colas interminables por pañales o alimentos.
La Revolución se ha mantenido todos estos años por dos factores esenciales: el sustento económico por parte del petróleo y la admiración hacia su líder. Ambos factores no podrían estar en su peor estado, la caída del precio del petróleo junto con la disminución de popularidad de Maduro ponen en estado crítico la situación en Venezuela. No obstante, lo que se vive no solo se encuentra en ese estado debido a estos factores, la intromisión de las fuerzas armadas en la vida civil como medio de control social y los numerosos presos políticos, sea el caso de Leopoldo López o de todos los estudiantes que fueron privados de su libertad, la democracia ha sido vulnerada y las instituciones prácticamente dinamitadas por el accionar autoritario y agresivo del gobierno, como menciona el ex presidente y Nobel de la Paz costarricense Oscar Arias: “Una democracia canaliza el descontento popular con eficacia. Una democracia rectifica errores con prontitud. Chávez y Maduro se encargaron de ahogar esa capacidad de respuesta.”
Venezuela necesita de una transición democrática conformada por una oposición unificada pero sin sed de venganza ni revanchismo político. Una transición inteligente que logre devolverle el bienestar social. No basta con destituir a un líder si el sistema y el fondo no cambian. Cuando un sistema se altera de tal manera que es necesario un cambio del mismo es una buena oportunidad para poner sobre la mesa los temas más esenciales acerca de la sociedad que en un estado en bienestar puede ser difícil debatir debido al miedo a perder lo obtenido, Venezuela puede aprovechar el fracaso de esta revolución para sentar las bases de una nueva democracia más justa y libre.