Es muy probable que al leer este artículo venga a tu memoria el recuerdo de un amigo, familiar o conocido que fue enviado a su casa porque médicamente no había salida para preservar su vida.
Se estima que anualmente 40 millones de personas necesitan cuidados paliativos en todo el mundo; el 78% viven en países de ingresos bajos o medianos y sólo el 14% reciben cuidados paliativos, según cifras de la Organización Mundial de la Salud.
Los cuidados paliativos representan las medidas que mejoran la calidad de vida de un ser humano que se ubica en la fase final de una enfermedad que los médicos no pueden detener.
En los países de ingresos altos existen protocolos de atención tanto para atender a la persona que se encuentra al final de su vida como para el cuidador del enfermo. Sólo los que presencian cómo se va apagando la luz de los ojos de un ser amado saben comprender cómo se quiebra el corazón del cuidador.
Los cuidados paliativos se centran en el tema médico y en el soporte emocional tanto para el enfermo como para el cuidador. Pero queda un vacío que la ciencia no contempla: la parte espiritual.
Todos los que hemos acompañado a bien morir a seres amados sabemos que el logro es que partan en paz, rodeados de todo el amor posible, seguros que vivieron una vida plena e intensa acorde a sus principios en la cual las equivocaciones fueron una oportunidad para aprender a superarse. Pero, sobre todo, sintiéndose acogidos, comprendidos, sin cuestionamientos y lejos de los remordimientos. El bien morir entonces es morir en paz consigo mismo, con los demás y el entorno. Implica ofrecer y recibir una sonrisa que enarbola el lenguaje no verbal que nace del corazón.
Los manuales que pueden guiar al cuidador son una descripción de las posibilidades que ofrece este camino. Se valora junto al enfermo los momentos de tranquilidad en las acciones cotidianas. Contemplar un atardecer o simplemente estar al lado del otro en un silencio compartido. Se descubre el bien que produce el “estar” al lado del ser amado.
Así, morir en paz no es sólo reducir el dolor físico sino una condición que el espíritu encuentra al encontrar que se tuvo una vida coherente cuyo aporte contribuyó al mundo, a las personas y cuya satisfacción le devuelve una sonrisa. A veces toca, hacerle recordar al adulto mayor sus logros, porque la memoria combate por arrebatarle el recuerdo e incluso en algunas enfermedades como el Alzeheimer, la pérdida de sus facultades físicas y sensoriales. Pero, la conexión de la mirada, el calor de la mano amada, el abrazo y el beso encuentran una oportunidad para recrearse con infinita ternura.
Morir es parte de la vida misma, pero llegar a bien morir es un tema que responde a diferentes preguntas: ¿puede asegurarse que los enfermos que requieren cuidados paliativos mueran en paz? ¿Es responsabilidad del Estado sólo la vida y no la fase final que se enrumba a la muerte?
En la cultura en la que vivimos, todo se alinea a gozar de salud para preservar la vida lo más que se pueda. Hábitos alimenticios saludables, reducción del estrés, actividad física, relaciones sociales positivas, contacto con la naturaleza y una serie de estrategias para generar todas las hormonas de la felicidad que incluso puede implicar una cultura del individualismo centrada en un mundo unipersonal donde sólo existe alegría y bienestar; pero realmente todo este proceso esconde la llegada a la etapa final: la muerte para la cual nadie nos prepara.
Entonces, ¿puede ser morir en paz una responsabilidad del estado o sólo se puede responsabilizar de evitar sufrimiento físico como respuesta al derecho a la salud?
En Chile existe un programa de enfermeras que apoyan en casa a los familiares que atienden a enfermos terminales y funciona dentro del Programa de Cuidados Paliativos de la Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Para Isabel Cobián, parte del equipo de enfermeras, es necesario que las políticas públicas reflejen la necesidad del bien morir también para pacientes no oncológicos. “De esta forma, serán más los pacientes beneficiados porque se necesita no sólo ayudar a nacer bien, sino a morir bien”, finaliza. Ellas enseñan a las familias a cuidar a los enfermos en casa enseñándoles a movilizarlos, asearlos, cambiarlos junto a otras tareas que les brinden comodidad.
Lo cierto es que la agenda de los cuidados paliativos para los adultos mayores con enfermedades terminales no puede esperar más tiempo sin una respuesta que asegure que puedan partir en paz y que los cuidadores los acompañen con amor y entereza.
Partir en paz es la última expresión de humanidad de una persona y su entorno debería estar preparado para acompañar este último aliento.