Peleas poco fraternas, por Gonzalo Ramírez de la Torre

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No es extraño ver a Keiko Fujimori atacando a Pedro Pablo Kuczynski. No es extraño, tampoco, verlo a este respondiendo a dichos ataques y afilando los propios. En lo que va de la segunda vuelta no hemos estado cortos de enfrentamientos entre los candidatos. No preocupa, no molesta, de hecho, es algo natural. No hay diatriba demasiado grande ni demagogia muy pequeña cuando la meta está tan cerca y los competidores tan igualados.

Pero si algunas batallas han hecho que las protagonizadas por los dos candidatos presidenciales se vean como simples ‘sparrings’, esas son las que se libran al interior de los partidos. En estos casos, sin embargo, la sangre no solo brota de quienes se golpean, los embates resultan, también, en el desangramiento de las agrupaciones en general y, por supuesto, de las candidaturas de quienes las lideran.

Pero si los duelos entre adversarios electorales resultan necesarios y  hasta entretenidos –especialmente para los que vemos la política como una fuente de divertimento–, las grescas entre individuos que deberían ser aliados, no pueden ser vistas con la misma benevolencia. La exacerbación pública de las diferencias entre correligionarios, especialmente de las agrupaciones que amenazan con hacerse del título de ‘oficialistas’ en el próximo quinquenio, resultan preocupantes y, por encima de ello, vergonzosas.

Así nos encontramos la semana pasada con los famosos ‘tuits’ de Kenji Fujimori, contradiciendo airadamente a Keiko, su hermana y la lideresa de Fuerza Popular. Y así llega el intercambio de exabruptos entre Martín Vizcarra y Salvador Heresi. En ambos casos se notan evidentes pugnas por el poder, las mismas que, por puro decoro y pudor político, deberían quedar confinadas a las paredes de los locales partidarios, especialmente porque podrían ser solucionadas en silencio, en lugar de ser agravadas por la ignominia del escarnio público. Esto sin mencionar que pueden ser aprovechadas por el rival.

Es casi como ver a dos esposos riñéndose en medio de una avenida, vociferando sobre sacadas de vuelta y faltas de afecto. Pero claro, si bien la vergüenza ajena que el espectador siente hacia ambos casos es la misma, las consecuencias de cómo resulte la pelea difieren en la cantidad de ciudadanos afectados por la situación. Si el siguiente presidente tiene en el congreso una bancada cuarteada por sus propios desencuentros, le será muy difícil gobernar.

Pero lo cierto es que las riñas se están dando y la triste realidad es que tanto en Fuerza Popular como en PPK, los integrantes están divididos en facciones. En el caso del partido de Keiko queda clarísimo que se dividen entre ‘keikistas’ y ‘albertistas’, esta última liderada por el inefable Kenji Fujimori. Por su parte, en el caso de la agrupación de Kuczynski, la división es entre los ‘nuevos’ –Vizcarra, Araoz, Bruce, etc. – y los ‘viejos’– Heresi, Violeta, etc. –, estos últimos sienten que se vulnera su ‘derecho a piso’, obtenido por el rigor de los años, mientras que los primeros, por sus pergaminos, se creen merecedores del protagonismo que hoy ostentan.

Seríamos muy ilusos si pensamos que estas asperezas partidarias se limarán antes de que alguno de los candidatos se haga del sillón de Pizarro. Estos desencuentros que, seguramente, son solo la punta del iceberg, serán trasladados al Congreso y se reflejarán en cómo se gobernará el país. Solo queda aconsejarle a los partidos políticos que, por pura estrategia electoral, mantengan en ‘familia’ sus peleas poco fraternas.

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