Pero regresa, Augusto, por Angello Alcázar

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Un 25 de febrero de hace ochenta y siete años nació Augusto Polo Campos.  Para ser honesto, no puedo recordar la primera vez que escuché una de sus canciones. Recorro sin mucha fe los vericuetos de mi memoria e imagino que fue un lejano 31 de octubre, durante una celebración escolar del Día de la Canción Criolla. Yo tendría unos cinco o seis años y, al igual que mis  condiscípulos, seguramente me encontraría ansioso por llegar a mi casa y enfrascarme en toda la empresa diabética que en ese entonces suponía Halloween. Debe haber sido una mañana de primavera gris y húmeda, con las calles rociadas de esa garúa que deprime a tantos limeños. Presas de aburrimiento, los alumnos arrancábamos las hierbas del suelo cuando, de pronto, comenzaron a retumbar por todo el estadio del colegio los magistrales arpegios y rasgueos de Óscar Avilés, el pasmoso vozarrón del Zambo Cavero y la letra… esas palabras que juntas exhalan una magia que solo Polo Campos sabía conjurar.

En una entrevista, Cecilia Bracamonte—formidable cantante criolla y su mujer hace muchos años—dice que no conoce a nadie más peruano que Augusto Polo Campos. Y es que aquel hombre que nació entre pellejos de cordero y carnero en Puquio, Ayacucho allá por el año 1932 no solo fue uno de los exponentes más representativos del criollismo peruano, sino que también dotó de sentido y forma al término peruanidad. Pues, ¿qué hay detrás de emblemáticas composiciones como “Cada domingo a las doce”, “Regresa” o “Cuando llora mi guitarra” sino un profundo amor a la patria? Por supuesto que las letras de Polo Campos también hablan de los desvaríos, las tretas y las ilusiones que suscita el amor, así como del río, el puente y la Alameda de los Descalzos en el Rímac. Pero si afinamos el oído y escuchamos cada sílaba con atención descubriremos que, en realidad, todos sus temas giran en torno al Perú y sus varias contradicciones, sinsabores, afanes y fortunas. Es por todo ello que a pesar de haber sido todo un Don Juan—después de todo, tuvo siete hijos con siete mujeres diferentes—, se puede decir con certeza que el gran amor de su vida fue la tierra que lo vio nacer.

Algunos años después de aquella primera ocasión en la que escuché los himnos y valses de Polo Campos, mi abuela me contó una historia que sonaba más a invención que a realidad. Debido a que la mayor parte del tiempo escuchaba música en inglés, ella aprovechaba mi menor descuido para darme una lección de música criolla y, en una de estas, nos contó a mi hermano y a mí que, siguiendo el ejemplo de Velasco Alvarado en el mundial de fútbol del año 70, el Presidente Morales Bermúdez le pidió a Polo Campos que componga un tema para las eliminatorias del mundial Argentina 78. Según ha contado el mismo compositor, el mandatario le dio 15 días; sin embargo, una vez concluida su reunión, se dirigió al aledaño café Haití y al reverso del comprobante de pago de su café escribió la letra de lo que luego sería esa canción que millones de peruanos entonan con el mismo fervor que le dedican al himno nacional: “Contigo Perú”. Cuando volvió a Palacio en menos de 15 minutos con la letra acabada, a Morales Bermúdez se le abrieron los ojos como platos y le terminó pagando con creces.

Sin duda, hay pruebas más que contundentes de que Polo Campos fue un verdadero genio de la música. Gracias a sus letras, varios artistas se abrieron camino en la industria local y luego su fama logró superar nuestras fronteras. En los 50, “Los Troveros Criollos” alborotaron las peñas limeñas con temas como “Vuelve pronto” y “Ay Raquel”; allá por los 60, “Los Morochucos” dieron a conocer la irresistible “Cuando llora mi guitarra”; y en la década de los 70 les tocó a Óscar Avilés y al Zambo Cavero popularizar temas de la talla de “Y se llama Perú” y “Cada domingo a las doce”. Además de dedicarse a la composición, Polo Campos trabajó en la Policía de Investigaciones del Perú (PIP) por más de 10 años y es importante recalcar que jamás aprendió a leer partituras ni a tocar la guitarra. Autodidacta total, un romántico hasta más no poder, Augusto Polo Campos hizo que su arte marcara un antes y un después en el sentido patriótico y en la vida cultural del Perú.

El aclamado compositor falleció en la Clínica Good Hope del Malecón Balta este 17 de enero, a vísperas de la llegada del papa Francisco. Un poco más abajo se encuentra el Parque del Amor con la icónica escultura de Víctor Delfín y los muros polícromos en los que caminan como hormigas los versos de Antonio Mazzoti y Elvira Castro de Quiróz. Al fondo se vislumbra el infinito Pacífico con sus riquezas pesqueras y nuestro mar soberano. Sabemos que sigues viviendo con nosotros; pero regresa, Augusto, que el Perú te extraña…

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