Persecución judicial promovida por odio salvaje, por Federico Prieto Celi

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Quienes han declarado judicialmente la libertad de Keiko Fujimori y Susana Villarán en medio de la pandemia se han inclinado por la epiqueya, mientras quienes quieren insistir en que vuelvan a ser detenidas se mueven por odio salvaje. Cuando una persona se mueve por odio salvaje debe ser llevada al psiquiatra, al sacerdote o a la abuelita, si todavía la tiene, para que le explique, como ha escrito san Juan Apóstol, que Dios es Amor, y que procure sacar de su cerebro, de su brazo y de su corazón, ese mal primitivo que es el odio y que tanto daño le hace a sí mismo y hace a los demás.

En mi calidad de cristiano de a pie puedo recordar que el catecismo popular para niños enseña que las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad. Frente a Dios y al prójimo hay que ejercer esas tres virtudes, también en el ejercicio de la profesión, sea ella de médico, chofer, abogado, cocinero, periodista, jardinero, empleado de funeraria o fiscal. En la sociedad, la persona que tiene caridad es mejor que quien no la tiene.

A la virtud de la caridad se opone el vicio del odio. Sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia. Es un intento por rechazar o eliminar aquello que genera disgusto. Es un sentimiento de profunda antipatía, aversión, enemistad o repulsión hacia unas personas, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a las personas odiadas.

El odio es motivado por la envidia, que se define como la tristeza del bien ajeno. Ya que no pueden quitarles el bien que envidian y desean para sí, odian a las personas que tienen esos bienes y quieren destruirlas. Construir una carrera prestigiosa utilizando el odio como palanca es de por sí aberrante.

En mi calidad de miembro de la Academia Peruana de Ciencias Políticas y Morales, por supuesto a título personal y sólo personal, quiero enumerar ahora las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Primero es la prudencia, segunda la justicia. Si un automovilista arranca violentamente cuando la luz se pone verde, sin mirar primero si en la avenida que cruza queda algún vehículo -una moto, por ejemplo- que no ha podido detenerse al cambio de luces y pasa rauda cuando se inicia el rojo, el automovilista atropellará al motociclista. En el papel, tiene razón porque la justicia lo apoya. Pero ha sido imprudente, debió ver primero si ese motociclista no pudo detenerse y no le quedó más remedio que pasar. El automovilista recibirá 20 de nota en justicia y 0 en prudencia, lo que da 10, jalado. Además, los dos irán al hospital, no a la comisaría.

En mi columna de la semana pasada citaba a Platón (¿lo conocerán los fiscales?) que enseñaba que hay que anteponer la prudencia a la justicia, y a Aristóteles (¿los caviares sabrán quién es?) que afirmaba que si la ley es justa, la buena aplicación de la epiqueya -ejercicio benigno de la ley- es todavía más justa.

Cuando el gobierno del general Velasco me deportó a Buenos Aires, con un grupo de periodistas de Opinión Libre, por defender la libertad de prensa, Arturo Salazar, César Martín Barreda y yo pedimos a Manuel Aguirre Roca que nos haga un recurso judicial – entonces tocaba un habeas corpus- para volver al Perú. Lo ganamos en primera instancia y el fiscal del caso no apeló, estuvo de acuerdo. No tenía odio. ¿El gobierno fáctico de Martín Vizcarra es peor que la dictadura militar de Juan Velasco?

 

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