Los últimos días del año y los primeros del siguiente suelen estar llenos de análisis, previsiones, profecías. En Alemania, en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero lo hacen. De forma sofisticada, como corresponde. Se reúnen, en familia o un grupo de amigos. Funden un poco de plomo, toman una partecita y lo echan así, recién fundido, en agua fría: el plomo de inmediato se solidifica en formas muy bizarras. Las profecías las hacen interpretando (al menos supuestamente) esas formas: lo que ellas «dicen» es lo que va a suceder en ese año que comienza.
En la noche del 31 de diciembre de 1988 al 1 de enero de 1989 se reunió de esta forma un grupo de amigos. Les dio por profetizar cuándo iba a caer el Muro de Berlín. Todos eran alemanes, excepto uno: un español que llevaba muchísimos años viviendo en Alemania. Este dijo algo así como que caería en 12 años. Y todos se le echaron encima: le tacharon de optimista irredento, de dijeron que no tenía ni idea, que como extranjero no se daba cuenta de la seriedad de aquella división etcétera etcétera.
El 9 de noviembre de 1989, nueve meses y nueve días después, caía el Muro. Ni siquiera el optimista español lo había imaginado. Pero fue el que más se acercó.
Así son las profecías. No vamos a caer, por tanto, en tan peligrosa enfermedad. Y tampoco en largos análisis intentando resumir lo que han sido 365 días. Sólo un aspecto va a centrar la atención, un aspecto delicado, en que algunas afirmaciones se pueden entender bastante mal.
Por ejemplo: ¿se han dado cuenta de que en el 2014 los atentados de fundamentalistas islámicos, sus crímenes mayores se han dado en los propios países en los que viven? Se puede entender mal, porque pudiera parecer que se está insinuando que se los merecen. No, nadie, absolutamente nadie se merece el horror de ver a 130 niños de una escuela masacrados, el estado de tensión y violencia permanentes del norte de Nigeria con atentados contra iglesias, escuelas, una estación de autobuses… En países occidentales, los dos atentados más señalados fueron el asesinato de un soldado en las cercanías del Parlamento de Canadá, entrando luego el terrorista en el Parlamento, en que se encontraban los parlamentarios y el gobierno y la Premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai.
En el otro caso, un clérigo radical tomaba en diciembre 17 rehenes en una cafetería en Sidney, en Australia. En ambos casos se trata de «lobos solitarios»; como se ha acostumbrado a designar a este tipo de terroristas. Otros del mismo tipo han actuado asesinando policías o soldados, lanzando un vehículo contra algún objetivo para atropellar a alguna persona y otras acciones individuales. EN algunos casos los autores han resultado ser psicópatas, en otros, personas ya con condenas anteriores por causas varias y, en algunos, los «lobos solitarios» típicos, personas que viven en plena normalidad y, de repente, actúan de esta forma. Muchas veces ya se sabía anteriormente de su adscripción a tendencias radicales, en otros casos nunca se habían manifestado, pero llamaba la atención su comportamiento extraño. O tampoco eso. Normalidad… hasta ese momento.
Los expertos en seguridad subrayan siempre que, si se mantiene un nivel de normalidad y respeto a las libertades individuales, es decir, si no se implanta un Estado policial, es imposible eliminar del todo ese riesgo. Pero sí hay que considerar que desde hace años no se ha producido ningún atentado masivo de ese origen en los países occidentales. Los servicios de inteligencia y algunos expertos en el tema reconocen sotto voce lo que no se hace público: las situaciones en que se ha podido evitar uno de esos atentados, a veces ya en una fase avanzada de preparación o de ejecución casi inminente. Pero se ha conseguido evitar. No significa esto que siempre vaya a ser así: sólo significa que, de momento, así ha sido.
Y esto indica al menos dos datos: se están evitando los errores y las faltas de coordinación de los primeros atentados: en el de la Torres Gemelas se sabe que los servicios de inteligencia en Alemania no supieron detectar lo que ese estaba tramando en Hamburgo. Pero también que la descoordinación entre las agencias en Estados Unidos facilitó las cosas a los terroristas o que los investigadores policiales no tomaron en cuenta el aviso de un instructor de vuelo sobre el comportamiento extraño de uno de sus alumnos. En el atentado de los trenes de cercanías en Madrid simplemente miles de horas de conversaciones telefónicas grabadas con permiso judicial se quedaron sin ser transcritas a tiempo: sencillamente, no había suficientes personas confiables, de la policía o en su entorno, con conocimientos de árabe. Fueron errores de consecuencias tremendas.
Por otro lado, parece que la coordinación entre las fuerzas policiales de los diferentes países funcionan razonablemente. Ésta siempre ha sido una gran preocupación. Simplemente por comparar la situación: cuando en Europa se decide -en algunos países, los que firman en llamado Acuerdo de Schengen- eliminar los controles físicos en fronteras, permitiéndose la libre circulación sin controles, uno de los grandes argumentos en contra de esta medida es que, con ello, se deja de utilizar las fronteras como filtro, con controles policiales, para personas que es preferible que no circulen libremente. Esto se debe paliar con una mejor coordinación entre las policías, creándose un cuerpo llamado Ëuropol». Pues bien, desde la decisión política hasta la puesta en práctica, es decir, hasta la operatividad de Europol, transcurrir varios años, simplemente porque los sistemas informáticos de las diferentes policías nacionales no eran compatibles y se habían de armonizar. En momentos en que el crimen y el terrorismo se han globalizado, esta cooperaciones absolutamente imprescindible. Pero tiene su problemática. Sin embargo, parece que, por el momento, está funcionando suficientemente.
El año 2014 no ha sido para nada un año tranquilo. El nivel de tensión en el mundo probablemente ha crecido: con focos de tensión antiguos (Próximo Oriente) o recientes (Ucrania), con un norte de Nigeria fuera de control, lo mismo que el Estado islámico, que ha superado en varios momentos el nivel del horror, donde sobre el terreno sólo las fuerzas militares kurdas defienden los intereses «occidentales» (oh paradoja), con las relaciones entre Rusia y Estados Unidos (y Europa) en momentos muy poco dulces, con tensiones internas en Estados Unidos tras algunas actuaciones policiales cuestionadas, con tensiones en Venezuela («premiada» con una plaza en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, para vergüenza de todos los países que votaron a su favor).
Y otras tensiones que olvidaremos al final de los doce meses. No ha sido ni mucho menos un año tranquilo. Pero al menos no hemos tenido que lamentar más atentados horribles perpetrados por quienes creen estar salvando el mundo y se están hundiendo en el terror más inhumano.
No sabemos qué será en el 2015, pero las personas de buena voluntad anhelamos la paz.
PD: No tiene que ver, pero también aterran las noticias de la muerte de policías intentando evitar un crimen, básicamente algún robo. Aterran pero también asustan: ¿cómo es que un policía saca un arma y empieza a disparar en un local lleno de gente? Los casos están bajo investigación y quizá fueron agresiones repelidas. Pero no siempre se tiene esa impresión. Es de admirar el valor y ese empeño profesional por evitar el crimen, pero, ¿no falta una formación psicológica, hacia la sangre fría? Hace pocas semanas moría un niño pequeño que jugaba en una zona en que se desató una balacera. Que se empiece a disparar en un lugar repleto de gente da mucho miedo. ¿No es mejor mantener la calma, pedir refuerzos, iniciar una persecución? La formación policial es muy importante: evitar un robo en ningún caso compensa poner en riesgo la vida de personas. Por tanto: con todo respeto y toda admiración por esas personas que han dejado su vida en su trabajo, pero hablando de seguridad también queremos la paz en donde vivimos, por una actuación eficaz, enérgica y sabia de la policía. Pero asusta también –y mucho- que un policía sea encontrado muerto después del asalto a una comisaría: aunque fuera cierto que pidió una coima (lo cual para nada está claro), ¿en qué mente cabe una reacción violenta, que actúa directamente contra la integridad de la persona?
Mientras no se erradique esa mentalidad, no habrá paz. Hay quien opina que no es políticamente correcto que un extranjero se inmiscuya en cuestiones internas, pero, al fin y al cabo, fue un extranjero el que estuvo más cerca de la fecha de la caída del Muro en aquella noche de fin de año…